lunes, diciembre 29, 2008

De El Dorado a la casa

Pedimos una van para montar la montaña de maletas y paquetes que traíamos desde Caracas. Un señor se ofreció a ayudarme con mi equipaje y un muchacho ayudó a mi hermana con el suyo. Pensamos que estábamos presenciando en vivo la proverbial amabilidad bogotana, hasta que una vez montados en la van el señor nos dijo con tono autoritario:
- Se les agradece la propinita.
Y la propinita fueron tres mil pesitos, sólo por montar las maletas en la van. Pero una vez que emprendimos el recorrido a la casa de mi abuela, no tuve tiempo de pensar en más nada sino en la ciudad que volvía a ver después de tantos años. Si antes Bogotá había sido para mí un sueño neblinoso en mis recuerdos de niña, ahora me parecía una enorme-gigante masa de concreto y verde en donde las calles no son hermanas como en Caracas, sino primas lejanas.
Lo más bonito de Bogotá es que se ilumina en navidad. Y no es una metáfora boba: realmente se ilumina. A la ciudad la invaden millones de luces que lo mismo adornan casas, calles y tiendas, que importantes sedes gubernamentales. En el camino nos sorprendió una construcción imponente repleta de figuras luminosas y cuya entrada era custodiada por dos esferas que daban la impresión de explotar como un colorido Big Bang. Mi hermana le preguntó al taxista si era un centro comercial.
- No –dijo el señor-. Es la sede de la Gobernación de Cundinamarca.
Seguimos el camino con el resplandor de la ciudad en los ojos. Cuando llegamos a la casa de mi abuela, caímos en cuenta que allí no había luces como en el resto de la ciudad. Y aunque opaca, la casa tiene un encanto natural que supera sus carencias. Al entrar, un olor antiguo nos pegó en las narices frías. Mi hermana, recordando su propio viaje de la infancia a Bogotá, dijo entre melancólica y entusiasmada:
- Esto huele a Colombia.

Joanna Ruiz Méndez

De Maiquetía a El Dorado

Yo sé que los conquistadores pasaron trabajo para llegar allí. Y nunca llegaron. Mi familia y yo también pasamos trabajo. Demasiado. Tuvimos que soportar una cola de seis horas, sin comer, peleando con pasajeros y empleados de la aerolínea por el abuso de algunos de los primeros y la ineptitud de los segundos. Y encima, existía la posibilidad de que no nos fuéramos.
Pero nos fuimos. Y el viaje, a diferencia de todo lo que lo precedió, fue tranquilo. La atención de las azafatas fue excelente. Hasta el sándwich que nos dieron fue lo suficientemente sustancioso como para evitar que el hambre nos derribara. Y en un trayecto rapidísimo, de esos que no existen en Caracas, llegamos a Bogotá.
Y El Dorado, el aeropuerto, nos recibió con un abrazo frío y un olor raro, de estación de El Silencio. Pero no importaba. No sé si fue por todo lo que nos costó llegar, a mi me pareció que este Dorado brillaba como nunca brilló a los ojos de los conquistadores ese otro Dorado legendario que inventaron los indígenas. Este, a diferencia de aquel, es completamente real. Y nosotros, a diferencia de los conquistadores, habíamos llegado a él. Por fin.

Joanna Ruiz Méndez

jueves, diciembre 18, 2008

El resumen

A mi editoras navideñas

Se termina el año y es inevitable hacerlo. El resumen. Hacer balance. Sacar cuentas de lo bueno, lo malo y lo feo. Mirarse al espejo y armar el inventario. Nueva arruga, otra cana, más pancita. O al contrario. Cuerpo más torneado, inusitada lozanía y en general, mejor aspecto. Se trata de asumir los barrancos, celebrar los logros, tratar de olvidar los fracasos. Maldecir o agradecer al año por lo obtenido, como si el año en sí mismo trajera algo consigo. Como si fuera un dios pagano que concede bendiciones o reparte males a su paso. Como si la chiva o la burra negra no fueran producto del trabajo de cada quien. Como si una buena suegra no fuera también una opción. Y pobrecito el año, para que tanta responsabilidad si igual ya se está acabando. Para eso está el que viene. Para eso. Para repartir otras culpas, trazar nuevos proyectos, coquetear con las ilusiones. Y para ser lo mismo que una hoja en blanco: una posibilidad. Pero bueno, es la costumbre. Es inevitable hacerlo cuando termina el año. La suma de todo. El resumen, para lidiar contra el olvido y cerrar ciclos. O para intentarlo, al menos.


Joanna Ruiz Méndez

sábado, diciembre 13, 2008

Fantasmas de Navidad


Es raro conseguir cuentos de navidad que no traten de milagros, felicidad, paz y amor. Y este libro es una joya rara porque es una recopilación de esos cuentos extraños y diferentes que se han escrito sobre el tema navideño. El que yo tengo fue publicado por la editorial mexicana Diana en 1990 y no tengo ni idea de cómo llegó a mi casa. Tampoco sé si hubo segunda edición y creo que debe ser difícil conseguirlo.
El libro es recomendable por la excelente recopilación realizada por Richard Dalby. En “Fantasmas de Navidad” se alternan relatos de autores tan reconocidos como Charles Dickens y Robert Louis Stevenson con relatos de escritores menos famosos por estos lados, como Jerome K. Jerome y Hugh Walpole. Además de tener una temática común -los fantasmas y la navidad, obviamente-, también poseen un estilo similar: son oscuros, lúgubres y en cierto modo, adultos. Si existiera la categoría de “Cuentos navideños para adultos”, este libro entraría fácilmente en esa clasificación. Si lo pueden conseguir, no duden en comprarlo.
Aquí les dejo “Markheim” de Robert Louis Stevenson, un verdadero clásico y no sólo de navidad:

viernes, diciembre 12, 2008

21

- El vigésimo primero
- En gramos, el peso del alma
- Un número divisible entre tres
- El que va después del 20
- Y antes del 22
- Mayoría de edad indiscutible
- Un juego de cartas
- El nombre de una película
- Una cifra impar
- El siglo actual
- Un número de Fibonacci
- También llamado veintiún
- Una hora militar
- XXI
- Siete por tres
- Un cromosoma
- El escandio en la tabla periódica
- El mundo en el Tarot
- Los signos del horóscopo celta
- Un buen número para hacer una lista
- Desde el 9, mi nueva edad

Joanna Ruiz Méndez

martes, diciembre 02, 2008

Lo que hay en mi maleta

- Historias probables con finales imposibles
- Unos cuantos pendientes
- Una nostalgia de abuela con tintes veinteañeros
- Un álter ego
- Y otro
- Un lugar frío y lejano
- Un país tropical
- Varias cartas
- Un CD
- Un diario personal completo
- Un diario personal a medio hacer
- Un aburrimiento mortal por todo lo que no me importa
- Un cansancio perenne
- Un optimismo inmortal
- Muchos reclamos
- Varias disculpas
- Unas fieles ojeras
- Buenas ideas
- Malas ideas
- Ideas regulares
- Una cobija verde
- Un secreto a voces
- Un frasco de Nutella
- Café en cantidades groseras
- Peluches abandonados
- Un amigo imaginario
- Un cuaderno rosado de poemas
- Una alegría moderada
- Un día demasiado triste
- Las Pascualinas
- Un juego que yo inventé
- Una idea de política
- Una postura de ballet
- Cuatros obras de teatro
- Un amigo fiel
- Y otro
- Y otro
- Un mutismo acomodaticio
- Una energía sin precedentes
- Un cofre de risas
- Varios sueños cumplidos
- Unos cuantos sueños por cumplir
- Un deseo
- Este blog

Joanna Ruiz Méndez

domingo, noviembre 30, 2008

Tu mano gris sobre el asfalto

Sobre un hecho real

Estás allí como dormido, sobre el piso de la calle, separando una avenida en dos perfectas mitades. Los hombres que te rodean tienen dos cualidades evidentes: están uniformados y son completamente desconocidos para ti. ¿O los habías visto antes? Tal vez no y ellos tampoco te habían visto. Pero ahora te ven, y te ven los que pasan en sus carros, y te ven los que cruzan la calle y te ve el que se asoma por la ventana en aquel edificio bajito. Hoy, y sólo por hoy, eres el centro de atención.
Tienes la misma postura desde hace horas. No la vas a cambiar hasta que alguien decida moverte. Van a levantar tu cuerpo, como se dice oficialmente. La sábana blanca te cubre casi por completo, pero deja descubiertos tu delgadísimo brazo izquierdo y tu pierna derecha vestida con un pantalón negro, demasiado viejo y demasiado roto. La sabana tampoco logra cubrir completamente un bulto que está a tu lado, de esos que usan los niños para ir al colegio. Aunque también es negro, como el pantalón, su uniformidad azabache se rompe por la presencia de unos superhéroes dibujados en colores vivos. Tu bulto reposa junto a tu cuerpo y ambos parecen igual de vacíos. Pero a diferencia de él, tú nunca tuviste héroes.
Tu cuerpo rompe la rutina cotidiana de miles que pasan por esas mismas calles todos los días. Eres un placer morboso para la mayoría. Una obligación y un deber para los uniformados. Eres una secuencia de segundos, minutos y horas que constituyeron una vida sin gloria. Y sobre el asfalto, tu mano gris de tanto sucio y de tanto olvido, por fin descansa inerte. Ya no se extiende para esperar dinero, no escarba en basureros, no consuela a tu estómago atormentado por el hambre y dolores antiguos. Tu mano gris de dedos finos se explaya placidamente en medio de ese sueño hermoso para ti, ese mismo que otros insisten en llamar muerte…

Joanna Ruiz Méndez

viernes, noviembre 28, 2008

Thomas Mann el alpinista



Doce años. Este fue el tiempo que le demoró a Thomas Mann escribir Der Zauberberg. En español: La montaña mágica. Doce años que comenzaron en 1911, cuando su esposa tuvo que ser internada en un sanatorio por encontrarse muy delicada de salud. Allí comenzó a gestarse la idea de este libro, inmenso en todos los sentidos, en el que Mann recorrió sin prisa los vericuetos de la convivencia humana, modelados por la política, las clases sociales, la enfermedad, la muerte y, obviamente, por el amor.
Hans Castorp, un joven ingeniero naval, llega a un sanatorio en Davos para visitar a su primo, Joachim Ziemssen, quien padece una grave enfermedad que lo ha obligado a abandonar temporalmente la carrera militar. El plan original de Castorp es permanecer sólo tres semanas en los Alpes suizos, pero aún éstas son suficientes para darse cuenta de que el tiempo pasa muy diferente entre “la gente de arriba”. Esta nueva percepción del tiempo se une a un extraño ardor en el rostro y a un sopor que lo invaden casi desde su llegada al sanatorio. Además los puros Maria Mancini, sus favoritos, no pueden consolarlo: por alguna razón, deja de disfrutarlos como antes. Desde que llega, Castorp se convierte en un aprendiz de ese nuevo mundo, al que comienza a pertenecer sin darse cuenta, y a ratos logra alcanzar esa rara sabiduría de quien coexiste con la presencia inevitable y certera de la muerte.
Así como otras obras indispensables, La montaña mágica no depende de un magnífico final. Lo realmente magistral es el contenido y la habilidad del autor para hacer que al lector asuma innumerables veces el papel del protagonista. Ambos, Hans Castorp y el lector, deben emprender ese viaje de iniciación que implica el conocimiento profundo de la vida. No se puede leer de otra forma. Así como Castorp sufre una transformación desde su llegada al sanatorio Berghof, nadie vuelve a ser el mismo después de terminar este libro, en donde las a veces graciosas contradicciones y vivencias de los personajes se convierten en un reflejo dramático del entramado histórico y sociopolítico de un continente a un paso de la guerra.
No fueron en vano los doce años que le tomó a Thomas Mann crear esta historia atípica. Tal vez esta falta de prisa e infinita paciencia se debieran a una certeza interior que le indicaba que las obras maestras se gestan lentamente. O que lo distrajera el fragor de la Primera Guerra Mundial, que le rugía en el oído y le transformaba las ideas en la cabeza. También que se agotaran pronto los aportes que le ofrecía la experiencia de su esposa enferma y se encontrara con que el resto del libro debía completarlo con su imaginación pródiga, su inteligencia prodigiosa y su vasta cultura, que nunca exhibe de forma chocante. Pero de cualquier manera, un día se consiguió con que la había terminado y con eso llegó a la cumbre de la literatura. Como el mejor de los alpinistas, Thomas Mann llegó a la cima. Y a diferencia de ellos, no se conformó con este logro: también nos regaló la montaña.

Joanna Ruiz Méndez

martes, noviembre 18, 2008

El cuaderno rosado

Era un cuaderno rosado, casi fucsia, con un oso super tierno en la portada. Arriba del oso se leía la frase “Little Friends”, que me sirvió de nick alguna vez en el messenger. El cuaderno en sí no tenía nada de especial, pero pasó a formar parte importante de mi historia personal por haber sido mi primer, y hasta ahora único, cuaderno de poemas.
No sé como lo hice oficial, sólo sé que ya estaba cansada de hacer poemas en la parte de atrás de mi cuaderno del colegio, en las tapas que separaban las materias y en las circulares que mandaban y que nunca le entregué a mi mamá. En uno de esos arrebatos de disciplina y orden que a veces me entran, decidí que organizaría todos los poemas en un solo lugar. Y ahí fue que entró el cuaderno en escena. Creo que lo agarré porque era el único nuevo que había en mi casa y me gustaba el cuento de que era rosado, decía Little Friends y tenía un oso.
Sé que en la primera página le coloqué una dedicatoria e, inspirada por Neruda, no le colocaba nombres a los poemas sino los enumeraba. Así fue como yo también tuve mi propio poema 20, que probablemente también hablaba de amor. Porque a los quince años, casi todos mis poemas eran de amor.
Algunos eran terriblemente empalagosos. Otros eran un claro ejercicio de rima en que siempre se alternaban pasión, canción y corazón. La calidad del resto se me antoja que no era del todo mala. Y todos, absolutamente todos, tenían su público: mis amigos o los compañeros que se sentaban a mi lado, terminaban leyendo el cuaderno rosado. A todos les encantaba, les movía una fibra o los ponía a pensar. Y esto no tenía nada que ver con la buena o mala calidad de los poemas. La explicación era más simple: también ellos tenían quince años.
En mi cuaderno vieron luz los amores lejanos, cercanos, posibles o platónicos. El amor recién descubierto y el amor que termina mal. El amor del futuro, el que se supone perfecto porque aún no hemos vivido lo suficiente para descartar esa idea: la perfección. El amor imaginario. El amor, en cualquier forma. Las pocas veces en que no era el amor el motivo, cualquier excusa era buena para hacer un poema: un atardecer, sentirme sola, estar muy triste o muy feliz. La adolescencia es una época milagrosamente fértil, donde todo sentimiento es a la vez una idea y todo pensamiento una posibilidad.
Un día abandoné el cuaderno rosado porque la disciplina poética se me había agotado misteriosamente. Me cansé de rimar la realidad. De buscar la palabra exacta, porque la poesía no entiende de sinónimos. De encapsular secretos de juventud en forma de verso. No sé donde está el cuaderno, pero seguro está guardado en algún lugar de mi casa protegiendo del paso del tiempo mi adolescencia edulcorada, dramática y a pesar de eso, infinitamente honesta.
Espero que en algún momento vuelva a escribir poemas como lo hacía entonces, más allá de un esporádico taller o una inspiración momentánea. Por supuesto, serán muy diferentes a aquellos poemas adolescentes que escribí en la plenitud de los quince años. Porque como dijo el hombre que me inspiró a enumerar mis poemas: "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos".

Joanna Ruiz Méndez

miércoles, noviembre 12, 2008

Uno de inquilinos

Vivía en esa casa, que no era la suya. Era sólo un inquilino. Mal cuarto, peor colchón, pésima ventilación. Pero era un techo como decía la gente. Al patio llegaba el sonido de la radio prendida en algún cuarto a un volumen demasiado alto como para no escucharlo. Música pegajosa y poco profunda: era lo que estaba de moda. Miró hacia la sala y allí estaba la señora de la casa con su esposo y la vecina. Desde el patio podía verles las caras y escucharlos, a pesar de la música. La señora hablaba:
- Y los pecadores se queman en el infierno, que está en el centro de la tierra y a una temperatura de 5000 grados Fahrenheit. Eso ya la comprobaron unos científicos rusos, que taladraron la tierra y lo vieron…
En realidad, la señora tenía un monólogo. La vecina no hablaba sino que asentía de vez en cuando, tratando de adivinar sin éxito cuanto era eso en grados centígrados. El esposo escuchaba atento, prácticamente inmóvil. Él se rió. ¿Qué podía saber esa señora de grados Fahrenheit? Pero nada, así habían dicho los científicos y ella lo repetía. Siguió escuchando.
- Allá van a parar ladrones, asesinos, drogadictos, prostitutas, homosexuales, vendedores de lotería, ateos, hombres mujeriegos, infieles, borrachos…
- ¿Borrachos también? –dijo el esposo, saliendo de su mutismo.
- Ajam, y también los infieles. Así que hay que llevar una vida decente. El infierno no es cualquier cosa. La gente se quema y le renace la piel, sólo para que se le vuelva a quemar. ¿Se imaginan ese sufrimiento?
La vecina abría los ojos, suspiraba muy fuerte y se persignaba. El esposo se acomodaba inquieto en la silla. Él, en la soledad del patio, sólo pensó en el prostíbulo dónde trabajaba como barman y se lo imaginó envuelto en llamas. Pensó que después le preguntaría a la señora que le pasaba a la gente que trataba a los pecadores, si ellos también estaban condenados. No era el momento de averiguarlo: era su única noche libre, tenía sueño y ya comenzaba a pegarle frío en el patio. Se paró tiritando y se dirigió a su cuarto. Si el clima indicaba la cercanía al cielo o al infierno, él seguro estaba más cerca del primero. Pero igual no era una medida confiable: los científicos siempre se equivocan.

Joanna

domingo, noviembre 09, 2008

Hambre: la otra cara de la crisis

“Nosotros tenemos crisis. Ellos tienen hambre”.

Ayer estaba escuchando, más que viendo, la Gala FAO que transmitió Televisión Española. Hubo desfile de personalidades, espectáculos y vestidos caros, que contrastaban un poco con el tema central del evento: el hambre en el mundo. No se quién dijo la frase con la que inicié este post, pero admito que me impactó. “Nosotros tenemos crisis. Ellos tienen hambre”. ¿Quiénes somos nosotros? ¿Quiénes son ellos? Supongo que él, porque era un hombre, se refería a la sociedad española con aquello de nosotros, aunque el descalabro en la economía ha afectado al mundo entero. Y al decir ellos, probablemente pensaba en la gente de los países más pobres del mundo, de aquellas naciones en donde se afincaron de forma especialmente cruenta y persistente todos los males que hace tiempo se escaparon de la caja de Pandora. Entre esos, el hambre.
No creo que haya sido exactamente por el programa en cuestión, pero creo que algo tuvo que ver con el hecho de que por primera vez pensé en el hambre como una realidad concreta. Hasta ayer creo que lo había visto más como un problema abstracto. Una sensación de vacío en el estomago que en algunos es permanente. Un síntoma que advierte la obligación de satisfacer una necesidad: comer. Pero el hambre es más que una definición en un diccionario o una aproximación teórica. Es una realidad dura, aplastante, terrible. Quiénes conviven con el hambre, se llenan de hambre y se acuestan con el hambre, no pueden vivir más allá de esa dimensión. Sólo existe ese desierto interior en donde nada puede crecer. Ni aspiraciones, ni metas, ni las famosas ambiciones que nosotros consideramos como razón de vida. Lo único que puede existir es la certeza de esa perpetua agonía que en forma de monstruo se apodera de las entrañas. Y por más que mi abuelo dijera que uno sólo sentía hambre hasta que se acostumbraba a ella, me niego a creer en esa salida fácil. No creo que nadie se pueda acostumbrar a esa tortura diaria que debe ser vivir con hambre.
Para quien no ha tenido carencias, darle valor a las cosas que se tienen resulta una tarea titánica. Pero basta reflexionar un poco para entender que aquello que se considera un terrible síntoma de la crisis, como el aumento de los arbolitos de Navidad o de los ingredientes de las hallacas, no son más que las problemáticas que pueden asumir quienes ya tienen todo lo demás. Y aunque no hay que acostumbrarse a la crisis, antes de quejarnos por no poder comprar otro par de zapatos o tener un cupo de dólares risible, deberíamos pensar lo que esa crisis representa para otros: un sinónimo de hambre. Poner el acento sobre las cosas más importantes. Pensar en los demás, aunque sea por una vez.

Joanna

sábado, noviembre 08, 2008

Aclaratoria

Esto que estás oyendo
ya no soy yo,
es el eco
del eco
del eco
de un sentimiento.

Eco de Jorge Drexler

martes, noviembre 04, 2008

Sueño

Hoy soñé que tú eras igual a todas las cosas que me gustan, pero juntas. Eras una mezcla de olor a café recién colado, último pedazo de chocolate y tormenta por la noche. También eras unos zapatos bellos y cómodos, un final sorprendente de una película y un buen presentimiento. Por si fuera poco, también eras una risa sincera, el placer que siento al comer cotufas en la calle y mi canción favorita. Eras el libro que quiero escribir y el mejor que he leído. Tú eras la suma de eso y más. Lástima que era sólo eso. Un sueño.

Joanna

martes, octubre 28, 2008

Colón, el pobre Almirante

Este post no tiene nada que ver con el pasado 12 de octubre, ni tampoco con la polémica que siempre genera esta festividad por aquello de si se conmemora el descubrimiento de América o la resistencia indígena. Tiene que ver más con la casualidad. Me explicó: hoy estaba buscando en un libro de poesía de Rubén Darío el poema "A Margarita Debayle" que comienza con el famoso "Margarita, está linda la mar..." y que desde niña me encanta, al igual que "Sonatina". Como no buscaba por el índice, leía fragmentos de otros poemas y llegué a uno llamado "A Colón". No sé porqué lo leí completo, siempre he sido un poco floja para leer a Rubén Darío. Pero este poema me atrapó. Fue escrito en 1892 y sigue estando tan vigente, que me dio tristeza. Un desastroso espíritu sigue poseyendo estas tierras, las ambiciones pérfidas siguen sin tener diques y en nuestra senda sigue habiendo duelos, espantos, guerras y fiebre constante. Pero mejor les dejo disfrutar el poema. Y de paso les recomiendo leer a Rubén Darío, al que prometo leer con verdadero interés y no por simple casualidad.

A Colón

¡Desgraciado Almirante! Tu pobre America,
tu india virgen y hermosa de sangre cálida,
la perla de tus sueños, es una histérica
de convulsivos nervios y frente pálida.
Un desastroso espíritu posee tu tierra;
donde la tribu unida blandió sus mazas,
hoy se enciende entre hermanos perpetua guerra,
se hieren y destrozan las mismas razas.
Al ídolo de piedra reemplaza ahora
el ídolo de carne que se entroniza,
y cada día alumbra la blanca aurora
en los campos fraternos sangre y ceniza.
Desdeñando a los reyes, nos dimos leyes
al son de los cañones y los clarines,
y hoy al favor siniestro de negros beyes
fraternizan los Judas con los Caínes.
Bebiendo la esparcida savia francesa
con nuestra boca indigena semi-española,
día a día cantamos la Marsellesa
para acabar danzando la Carmañola.
Las ambiciones pérfidas no tienen diques,
soñadas libertades yacen deshechas.
¡Eso no hicieron nunca nuestros Caciques,
a quienes las montañas daban las flechas!
Ellos eran soberbios, leales y francos,
ceñidas las cabezas de raras plumas;
¡ojalá hubieran sido los hombres blancos
como los Atahualpas y Moctezumas!
Cuando en vientre de América cayó semilla
de la raza de hierro que fue de España,
mezcló su fuerza heroica la gran Castilla
con la fuerza del indio de la montaña.
¡Pluguiera a Dios las aguas antes intactas
no reflejaran nunca las blancas velas;
ni vieran las estrellas estupefactas
arribar a la orilla tus carabelas!
Libres como las águilas,vieran los montes
pasar los aborígenes por los boscajes,
persiguiendo los pumas y los bisontes
con el dardo certero de sus carcajes.
Que más valiera el jefe rudo y bizarro
que el soldado que en fango sus glorias finca,
que ha hecho gemir al Zipa bajo su carro
o temblar las heladas momias del Inca.
La cruz que nos llevaste padece mengua;
y tras encanalladas revoluciones,
la canalla escritora mancha la lengua
que escribieron Cervantes y Calderones.
Cristo va por las calles flaco y enclenque,
Barrabás tiene esclavos y charreteras,
y las tierras de Chibcha, Cuzco y Palenque
han visto engalonadas a las panteras.
Duelos, espanto, guerra, fiebre constante
en nuestra senda ha puesto la suerte triste:
¡Cristóforo Colombo, pobre Almirante,
ruega a Dios por el mundo que descubriste!

Rubén Darío

jueves, octubre 23, 2008

El poder y la gloria

“Aquel lugar se parecía mucho al mundo: atestado de lujuria, crimen y amor desgraciado”

Un personaje huye sin cesar. De sus perseguidores, de su destino, de sí mismo. Huye y en el camino deja huellas, cabos sueltos, culpas. Huye porque no tiene otra alternativa. Casi por inercia. A veces cobarde, a veces temerario. No es valiente. Es un cura pero, sobre todo, es un hombre.
Este personaje es el protagonista de “El poder y la gloria”, la célebre novela de Graham Greene. La historia está ambientada en México en plena década de 1920, específicamente durante el gobierno de Plutarco Elías Calles. Las tensas relaciones que mantuvieron la Iglesia y el Estado durante el gobierno de Álvaro Obregón se convirtieron en una lucha abierta durante el mandato de Calles, lo que dio origen a la Guerra Cristera.
Este cura quiere huir de Tabasco, el primer estado en donde la religión católica fue terriblemente acorralada. Los demás religiosos han muerto, escapado o han sido obligados a contraer matrimonio. La historia se resume en la eterna fuga de este sacerdote solitario que recorre un inmenso territorio repleto de peligros, abundante en miedos y generoso en culpas para salvar una vida que ya no representa demasiado. De todas formas, ya ha perdido todo su dinero, prestigio y dignidad. Si se aferra a ella es por instinto, para no contradecir aquella sentencia de que mientras hay vida hay esperanza. Al igual que Edipo, el cura se encontrará evadiendo su destino y esquivando los zarpazos de la fatalidad para tratar de darle un sentido real a su existencia.
Pero la salvación no se encuentra ni dentro ni fuera de Tabasco. Salvarse no es una elección. Porque ese conflicto entre el Poder-Estado y la Gloria-Iglesia, no tiene como opción la salvación del individuo. Ambas instituciones son mecanismos que lo oprimen, que lo convierten en traidor o pecador, héroe o mártir, pero nunca en un ser humano libre. El hombre sólo puede existir bajo un nombre, una profesión y una etiqueta. Más allá de este papel de instrumento, parece no existir.
Este no es un libro ameno de leer e incluso a veces se hace pesado, pero con algo de paciencia se puede apreciar la grandeza de ciertos pasajes y sobre todo, el simbolismo que representa el sufrimiento del cura. Porque este cura, ante todo hombre, representa el sufrimiento de todos los hombres, en todas las épocas, que han sufrido por las instituciones que la misma raza humana ha creado en pro de una evolución y progreso que no terminan de llegar nunca.

Joanna

lunes, octubre 20, 2008

Hasta la próxima estación

Iba como uno va en un tren demasiado lleno: obstinada. Quería recuperar mi brazo, mover mi pierna encalambrada, respirar. Era la época en que aún no había adquirido la sana costumbre de leer en el Metro para abstraerme del mundo. Por eso quería salir-escapar de ese vagón infernal cuanto antes. Quería, no era mucho pedir, llegar lo antes posible.
En esas estaba, cuando un muchacho morenito, que iba con la novia, comienza a decir en voz alta:
- ¡Es que yo te quiero mucho mi amor!
Se escuchó en coro un ¡aaayyy vaaaleeee!, proclamación que fue acompañada de risas y miradas suspicaces entre pasajeros que se sentían con la suficiente confianza para vacilar un rato juntos aunque nunca se hubieran visto antes. Beneficios de vivir en Venezuela, donde la confianza no le da asco a nadie.
El muchacho que era de todo menos acomplejado dijo aún más alto para que lo escuchara todo el que no lo había escuchado antes:
- ¿Pero que pasa vale? ¿Es que ustedes no se han enamorado nunca?
El silencio que siguió a sus palabras fue una respuesta clara. La mayoría de las personas en el vagón como que sí se habían enamorado, porque callaron comprensivos. Y animado por ese dominio de su auditorio, el muchacho continuó:
- Yo estoy enamorado y me quiero casar con ella.
Todo el mundo se echó a reír, incluyéndome. Era imposible no ablandarse un poquito con ese enamoramiento que no conocía de vergüenza, timidez o sentido del ridículo. La muchacha que iba a mi lado probablemente cargaba un rosario de amores mal correspondidos porque suspiró fuerte y dijo despectiva:
- Todos dicen lo mismo.
La novia del muchacho reía entre apenada y entusiasmada por esa declaración tan pública de amor. El muchacho, entusiasmado por la atención que estaba generando, decidió ir más lejos.
- ¿Aquí no hay nadie que nos quiera casar?
Todos seguían riéndose y del fondo alguien dijo que sí, que los podía casar. Con mucho esfuerzo se acercó un señor de bigotes hasta la parejita que se veía radiante. El vagón completo permanecía expectante. El improvisado cura hablaba bajito y nunca supe que dijo, si mencionó el nombre de la pareja, si se casaban Marjorie y José, Wilfredo y María Coromoto, Jesús y Jessica del Valle. Lo único que dijo en voz alta y tono triunfante fue:
- Los declaro marido y mujer.
Los noviecitos culminaron la ceremonia con un beso apasionado y yo los miré sin el desagrado acostumbrado que me produce esa escena en el Metro. Todos en el vagón aplaudimos, felices y hasta conmovidos, ajenos al calor, venciendo la claustrofobia y el amargue típico de la hora pico. Yo, venezolana al fin, me puse a comentar el improvisado matrimonio con las muchachas y señoras que tenía al lado:
- Ese ahorita está así, pero espera que lleven tiempo – dijo una.
- Por lo menos nos hizo reír – dije yo
- Sí vale, de verdad que el muchacho es muy cómico –dijo otra
Ya la magia del amor se estaba esfumando, pero el ambiente del vagón había cambiado. Todos estábamos apretados y asfixiados en nuestro vagón-lata de sardinas, pero extrañamente sonrientes. Y casi sin darme cuenta se me cumplió el deseo de cinco minutos atrás: por fin había llegado. Mientras salía, pedí en silencio que ese amor no fuera como tantos otros, que durara, que siempre fuera así o que al menos aguantara hasta la próxima estación.

Joanna

domingo, octubre 19, 2008

Sincerarse a lo García Márquez

"Descubrí que mi obsesión de que cada cosa estuviera en su puesto, cada asunto en su tiempo, cada palabra en su estilo, no era el premio merecido de una mente en orden, sino al contrario, todo un sistema de simulación inventado por mí para ocultar el desorden de mi naturaleza. Descubrí que no soy disciplinado por virtud, sino como reacción contra mi negligencia; que parezco generoso por encubrir mi mezquindad, que me paso de prudente por mal pensado, que soy conciliador para no sucumbir a mis cóleras reprimidas, que sólo soy puntual para que no se sepa cuán poco me importa el tiempo ajeno. Descubrí, en fin, que el amor no es un estado del alma sino un signo del zodiaco".

Fragmento de Memoria de mis putas tristes

lunes, octubre 13, 2008

Y tú, ¿qué criticas?

Desde que la sociedad asumió que por regla general todo crítico es valiente o irreverente, todo el mundo quiere criticar. Es un vicio que se consume de forma pública o privada, con gusto o con culpa, por inercia o con plena y fanática conciencia. Y como todo vicio, no conoce de clases sociales, razas o religiones: criticar está al alcance de todos.
Pero si bien criticar es un denominador común, no todo el mundo hace las mismas críticas. Hay unas que destruyen, otras que fastidian y las hay totalmente inocuas. Esta es una lista de los tipos de críticas más comunes y sus principales características, para reconocerlas y sobre todo, reconocerse en ellas. Si no le gusta la lista bien puede criticarla: de críticas está hecho este post.

Crítica lugar común: Todos los críticos caerán aunque sea una vez en esta categoría, porque es la crítica que todo el mundo hace. Buenos ejemplos de estas críticas son las que se le hacen a Ratzinger, Bush o Chávez, por poner unos ejemplos. Los objetos de esta crítica tienen que ser situaciones o personas que sean continuamente criticadas, así que no hay que devanarse los sesos inventando algo muy rebuscado para criticar. Eso sí, quien caiga en la crítica lugar común, que se olvide del título de original. Esa crítica la hacen todos, así que es una suerte de crítica popular. Y lo popular es muy normal en estos días, incluso más que criticar.

Crítica estética: Esto es criticar a alguien por su fisonomía o por su estilo y es una crítica bastante común, pero no lugar común porque los criticados no siempre son los mismos y las críticas no siempre son iguales. La crítica estética varía, porque los cánones de lo que es bello o no cambian con la clase social, la cultura y el tiempo. Así que hay esperanza para los que reciben la crítica, porque esa barriga prominente o las prendas que conforman ese armario vergonzoso pueden ser alabados en otro círculo social, en otro lugar o con menos suerte, dentro de muchos, muchos años.

Crítica E!: Esto es criticar a los artistas, generalmente de Hollywood, como si fueran conocidos o amigos íntimos. “¿Por qué Lindsay hizo esa estupidez?” “¡Que fea está Posh Spice!” y “Otra vez Britney”, son los comentarios que más suenan en las bocas de quienes critican a las estrellas hollywoodenses. Este es un buen ejemplo de críticas inocuas porque, por más que las critiquen, esas estrellas seguirán ganando los mismos millones, teniendo las mismas mansiones y con un poco más de suerte, manteniendo la misma fama. Claro, esto no aplica si se es un crítico respetado y reconocido, pero aquí no estamos hablando de expertos, sólo de aficionados.

Crítica entre panas: Esa crítica duele, pero se hace. Es cuando se critica a un amigo, por las razones que sea y a veces sin querer. La crítica al amigo viene acompañada de un ligero remordimiento de conciencia, si fue una crítica pequeña y de una resaca moral, si la crítica destruyó al amigo en cuestión. Si se quiere conservar la amistad siempre es bueno evitar la segunda categoría. Y si quiere mantener una amistad sólida, es bueno que la crítica a sus panas sea una excepción, no una regla.

Crítica culta: Es cuando alguien dice o escribe una burrada imperdonable. Ahí saltan varias personas “solidarias” a hacer una crítica supuestamente constructiva: no se dice hubieron se dice hubo, García Márquez no es un dramaturgo venezolano, Japón no queda en África. Y a veces se acompaña de una sonrisita solidaria que en realidad delata el pensamiento: que carajo(a) tan burro(a) vale. Esta crítica hace sentir superior a quien la hace y humillado-arrastrado-miserable a quien la recibe. Pero ni modo, siempre hay alguien dispuesto a someter a otro al escarnio público. Y con una sonrisita y que solidaria, además.

Crítica rebuscada: Esto es criticar por criticar. Aunque no haya motivos. Como cuando se critica a alguien por ser “demasiado bueno”. Las mujeres son muy dadas a la crítica rebuscada sobre todo cuando ven a otra mujer más bonita que ellas. Cuando ven a una mujer perfecta –por naturaleza, cirugía o photoshop- siempre añadirán algo como: “si te fijas bien bien, tiene algo de celulitis…”.

Crítica Shakesperiana: Aquí se crítica a alguien por ser o no ser. Y esto incluye de todo: desde preferencia sexual hasta postura política. Digamos que ser demasiado convencional, poco convencional o medianamente convencional genera sospechas. La triste realidad es que, siendo o no siendo, todos sin excepción nos convertiremos en blancos de crítica en algún momento. He ahí el dilema.

Crítica post mortem:
Es raro pero hay gente pavosa a la que le encanta criticar a los muertos. Casi nunca pasa en los velorios, porque ese es el único momento en que todo el mundo se da el lujo de que lo consideren no bueno, sino buenísimo. Generalmente la crítica se da después, cuando ya todo pasó y la vida retoma su inevitable curso interrumpido por la muerte. Se empieza bajito, como para que el muerto no escuche, no vaya a ser que el espíritu todavía siga por allí. Y empieza: no es por nada, pero fulanito era tremendo. Y sigue por ahí. Los mas espirituales, para calmar la conciencia o por miedo a recibir un intempestivo halón de pies por la noche, siempre terminan religiosamente la crítica con un “hablo del cuerpo y no del alma”. Por si acaso.

Crítica histórica: Esta es derivada de la crítica post mortem, pero tiene tanta personalidad que merece un apartado. Hay gente, sobre todo la que se cree muy culta o intelectual, que critica a los personajes históricos. Que si ese Bolívar era un cobarde. Que ese Che que hace mirando al horizonte con cara de iluminado, como si nadie supiera que era un sanguinario. Que si Hitler fue el segundo anticristo. Y Napoleón el primero. Que si Marx jodió a todo el mundo y para siempre. En fin. La crítica histórica toca a todos lo que hayan hecho historia -aunque suene redundante-, incluso a los genios como Newton, a los que la mayoría de los estudiantes de bachillerato aborrecen, maldicen y ocasionalmente critican por su evidente falta de vida social. Aquí no importa si se habla del cuerpo o del alma: la mayoría murieron hace demasiado tiempo como para temerles aunque sea un poquito.

La metacrítica: La gente que critica a los que critican o a las críticas en general. Al parecer hacen lo mismo, pero con diferentes intenciones, aunque no se sabe si con iguales consecuencias. Los críticos de la crítica aún no han aprendido a luchar contra esta contradicción y generalmente se estrellan contra un irrefutable y aplastante “y si tú haces lo mismo ¿por qué criticas?”
Joanna

lunes, octubre 06, 2008

Existencialenta

La calle es un encuentro de misterios que se congregan lentamente. Por eso todo el mundo está impaciente aunque sea inútil. Nadie puede apurar la aparición de una estrella fugaz. El vino se toma despacito, los ojos se cierran poco a poco. Hasta el amanecer debe esperar su turno para aparecer en el cielo. No se puede forzar un buenos días, las cosas no están para acelerar simpatías, el mundo a veces da vueltas para que nos quedemos en el mismo lugar. No es casualidad este tic tac detenido. Los más frenéticos escupen maldiciones y se preguntan que es esto que está inmóvil. Y no, no es la eternidad: es el tiempo.

Joanna

sábado, octubre 04, 2008

Paula


“Silencio antes de nacer, silencio después de la muerte, la vida es puro ruido entre dos insondables silencios”

Si La casa de los espíritus es un título sugerente, Paula es eso: Paula. Un nombre de mujer. Un nombre simple además. Un mantra, si se repite muchas veces.
Paula. Así se llamaba la hija de Isabel Allende. La muchacha de cabello negro y ojos vivaces que se encuentra en las portadas de muchos libros con su nombre: esa era ella. Fue ella la que inspiró a su madre una larga carta que comienza diciendo: “Escucha, Paula, voy a contarte una historia, para que cuando despiertes no estés tan perdida”. Pero después de que en diciembre de 1991 Paula cayera en coma, nunca más despertó.
Esta larga carta, cuya destinataria era una joven inmóvil y ausente, se convirtió en libro sin querer. Por eso Isabel Allende escribe con tanta franqueza los capítulos más alegres, amargos o curiosos de su propia vida, de su familia y de su país. Por un lado la lenta y silenciosa agonía de Paula, la dictadura militar chilena y la desesperanza del exilio. Por el otro, la visitas de la autora con su abuelo a la tragicómica lucha libre, su aventura como falsa bataclana y las peripecias sufridas con su primer amor: un muchacho boliviano alto, flaco y profundamente orejón.
Cuando el lector es consciente que está asistiendo a la larga agonía de una joven narrada por su madre, una mujer llena de vida, es imposible no ceder ante el cliché de la esperanza. Pero Paula no es ni remotamente un lugar común. Es un relato sublime repleto de contrastes, realismo mágico, extravagancias. Hasta se perdona el título simple: este testimonio de vida definitivamente no puede tener otro nombre. Es, junto con La casa de los espíritus, de los mejores libros de Isabel Allende.

Nota: Leí hace poco La suma de los días, que es una especie de continuación de Paula. No voy a decir que me decepcionó, pero creo que su mayor valor está en que nos dice que sucedió en la vida de los inolvidables familiares de Isabel Allende, que vuelven a ser protagonistas en estas memorias. Es ese sentido, cumple su función. No me fascinó pero es recomendable, siempre y cuando se haya leído Paula.

martes, septiembre 23, 2008

Cuento

Se despertó. Vio el cuento enfrente de él, que lo miraba con ojos suplicantes. Necesitaba que alguien lo escribiera. Nunca había visto una historia que lo apremiara tanto como este cuento que lo miraba. Perfectamente visible, evidentemente único. Era un cuento que no se ve todos los días: lo único que necesitaba era ser escrito. Y lo pedía. Parecía que estuviera de rodillas, rogando. Si no lo escribía, nadie podría leerlo. El hombre ya había desistido de la literatura, luego de rotundos fracasos que le borraron las ínfulas de escritor de un plumazo. Pero este era un caso de vida o muerte. No se trataba de un cuento en la mente de alguien o de un cuento completo aunque fallido. Se trataba de un cuento que ya existía. Sólo había que ponerle letras, colocarle acentos, separarlo con puntos y comas. Escribirlo. Y el escritor, que era piadoso y comprensivo, se sentó ante la computadora. La prendió, esperó y luego buscó la hoja blanca en la pantalla. Comenzó a escribir. Sintiéndose salvado, el cuento sonrió.

Joanna

jueves, septiembre 18, 2008

Elantris


Elantris es uno de esos libros fáciles de omitir porque ni la portada ni el título son muy llamativos. Pero una vez que se empieza a leer, te atrapa al punto de querer leerlo todo de una vez. En eso me recordó a Harry Potter y al igual que la saga J.K Rowling, es pura fantasía presentada de forma realista y accesible.
Elantris, capital de Arelon, es una ciudad majestuosa en donde viven seres mágicos que a los ojos de los simples mortales son verdaderos dioses. Los elantrinos tienen el poder político, social y económico del país –digamos que aún no se hablaba de descentralización-, por lo que su repentina caída en desgracia deja a Arelon sumido en el caos. La Shaod, la fuerza transformadora que convertía a un ser normal en elantrino, se vuelve en contra de Elantris, convirtiendo a sus habitantes en muertos vivientes despojados de toda magia.
La historia en el libro comienza diez años después de esta Transformación. Raoden, el príncipe de Arelon, es alcanzado por la Shaod y desterrado a Elantris, que ahora se cae a pedazos y está siempre vigilada para mantener a sus habitantes encerrados con su eterna cuarentena. Raoden no puede cumplir con el compromiso matrimonial adquirido con Sarene, princesa de Teod, quien llega a Kae - nueva capital de Arelon, después de la Transformación- cuando el príncipe ya ha sido dado por muerto, pero aún sigue unida a Arelon por un compromiso matrimonial nada favorecedor y una importante misión política que favorecerá a ambos reinos. Pronto se dará cuenta que su trabajo incluirá vigilar a Hrathen, un sacerdote de Fjordell, quien ha sido encargado de ejectuar planes peligrosos que involucran a Arelon y Teod.
La historia así resumida no parece tan llamativa, pero hay que leerla. Elantris es una novela refrescante, creativa, sencilla y en muchos casos, innovadora. Sólo por el manejo del tema de la religión es absolutamente recomendable. El autor plantea hasta que punto poder religioso es sinónimo de poder político, en que momento se divide la fe del fanatismo y todo lo que es capaz de hacer alguien en nombre de una creencia. Pero apartando esta temática, el punto fuerte de la novela son los personajes, consistentes y casi siempre creíbles. Salvo algunos, la mayoría se hacen importantes, imprescindibles e inolvidables dentro de la historia.
Este es el primer libro que publicó Brandon Sanderson y lo hizo merecedor de muy buenas críticas. Me gustaría leer más de este autor porque de verdad Elantris me sorprendió gratamente. Y aunque lo que más alaban los críticos es que condensó una buena historia de fantasía en un sólo libro, hay cosas del final que me ponen a dudar. Me huele a que habrá segunda parte, pero sólo el tiempo lo dirá.

Joanna

miércoles, septiembre 10, 2008

Cosas comunes

- Una picada de zancudo
- Una cola en Caracas
- Una mentada de madre
- Clavar un examen
- Que alguien se llame Pedro Pérez
- Que alguien diga “un Pedro Pérez cualquiera”
- Un cuento que empiece con érase una vez
- Las cucarachas
- Enamorarse
- Desenamorarse
- Imaginar que uno es millonario
- Desafinar
- Fumar
- No fumar
- No fumar y que todos tus amigos fumen
- Y al revés
- Tener un “algo” favorito
- La gripe
- Un placer culposo
- Las muletillas
- Desear
- Chismosear
- No ganar el Kino
- Dejar cosas para mañana
- Mirar estrellas
- Buscarle forma a las nubes
- Imaginar que uno es famoso
- Dormir
- Soñar

Joanna

martes, septiembre 09, 2008

La señora Mily

No es por dármelas de buena samaritana, pero hay situaciones en la calle que me parten el corazón. Así. En trocitos. Pueden ser evidentes como un niño abandonado y algunas más complejas como el señor que vende tortas y al final de la tarde las recoge intactas. Me imagino que no ha vendido ninguna. Me imagino a su esposa preparándolas para que él las venda. Me lo imagino llegar a su casa con todas las tortas y sin dinero. Desesperanzado. Y aunque capaz todo sea mi imaginación, se me parte el corazón. Se los juro.
Por eso, la primera vez que vi a esa viejita regordeta sentada con un pañuelo en la cabeza y un cartón que decía “una limosna por el amor de Dios”, sentada inmóvil y ajena al caos de la avenida Baralt, se me volvió a partir el corazón. Como casi siempre ando apurada –aunque una amiga me diga que la prisa es de plebeyos- no hice sino mirarla. Pero esa primera mirada bastó para no olvidarme de la señora.
Los días siguientes estuve atenta. A veces estaba en el mismo sitio de la primera vez. Pocas veces no. Pero decidí que no bastaba con verla y asegurarme que estaba bien. Yo tenía que regalarle algo más perdurable que una limosna. Entonces se me ocurrió que sí podía darle una limosna, pero además se la complementaría con una sonrisa. Y un día lo hice. Pasé por donde estaba, le coloqué un billete en el vasito de plástico donde recoge el dinero y la miré. Y me miró. Y le sonreí y me sonrió. Me bendijo. Y yo, que no tuve la fortuna de tener a ninguno de mis abuelos cerca, cada vez que un viejito me bendice me siento feliz. Y así me fui, contentísima.
Seguí con la rutina de estar pendiente de ella y a veces dejarle algo. Pero hubo un día en que la señora tenía una gasa enorme cubriéndole media cara. Yo me asusté. Pensé que era por ese día. Pero al siguiente lo tenía también. Y por una semana más. Una cosa es dejarle unas monedas a alguien y sonreírle, que hablarle y establecer así un contacto directo. Pero cada vez que pasaba, la gasa era como una acusación directa. Me pesaba en la conciencia. Y después de volver a pasar por su lado, sin decirle nada, pensé: soy una desgraciada si no le hablo mañana. De verdad que sí. Le tengo que preguntar que le pasó. Al día siguiente sí. Lo voy a hacer.
Y a diferencia de las historias tristes, en las que la señora no aparece nunca más y uno se queda con un peso en la conciencia horrible, al día siguiente si estaba. Y sin la gasa. Me sentí feliz. Y como había prometido hablarle, me acerqué para darle algo y saludarla.
- Dios me la bendiga mija.
- A usted también. ¿Cómo está?
- Bien bien… Abrígate bien mija, que hace frío.
Y lo que había era tremendo calor, pero no le dije nada. Le pregunté otras cosas más. Le sonreí por última vez y cuando ya me iba a ir, me acordé que se me olvidaba preguntarle algo.
- ¿Cuál es su nombre?
- Mily
Y lo escribo así. Con “i” y “y”. No sé como se escribe. Tampoco creo que sea su nombre de verdad. Pero así quedó. La señora Mily. Regordeta, sonriente y aunque nadie lo crea, feliz. Al menos por lo que me ha contado. Porque desde ese día, la señora Mily y yo nos hicimos amigas. No las mejores amigas. Pero casi.

Joanna

domingo, agosto 31, 2008

Por fin, Rayuela

Desde enero. Guardada, sin quitarle el plástico, intacta. Desde enero tenía Rayuela y me daba como miedo leerla. Hasta que me decidí: la saqué del cajón en donde estaba, le quité el plástico y la abrí. Y comencé a leerla, por fin.

Los capítulos del lado de allá (en París): son sublimes y casi me arrepentí de no haberlos leído de corrido. Releyéndolos sin saltar a los capítulos prescindibles se me hicieron poesía pura.
Los del lado de acá (en Buenos Aires): Lejos de la metáfora que es París, Buenos Aires se antoja una casa segura, conocida, rutinaria. Pero como la vida de Oliveira no es un lugar común, esta ciudad tampoco lo es. Es su circo particular, y el de Talita y Traveler. O su manicomio, según como se vea.
De otros lados (capítulos prescindibles): Es verdad, hay joyitas, pero también otros que si se me hacen prescindibles. Pero al final, cada quien elige como leer Rayuela. Mi recomendación: leer el “segundo libro” recomendando por Julio Cortázar (intercalando estos capítulos con los de las dos primeras partes) y luego, en la relectura, prescindir de ellos. La primera forma me puso a pensar, pero la segunda la disfrute más.

Es como necio recomendar Rayuela. Es evidente que hay que leerla. Aunque al principio me pareció intensa y fastidiosa -un libro para intelectuales trasnochados-, poco a poco, la historia del antihéroe-antisocial-antitodo de Horacio Oliveira me atrapó y comencé a leerla con gusto. De a ratos para que no se acabara tan rápido, pero también para entenderla. Y también abandonándola unos días, para retomarla después y darme cuenta que cada vez me parecía mejor. Mucho mejor.
A pesar de lo antipático que a veces se me hacía Oliveira –merecedor del más largo, inspirado y rebuscado insulto que haya leído antes-, entiendo que todos somos un poco él. Siempre buscando. A veces encontrando. La mayoría de veces no. Criticando lo absoluto, pero deseosos de que exista. Somos Oliveira. Jugamos como él en esta rayuela de la vida –metáfora simplista pero oportuna-, empujando la piedrita con la esperanza de alcanzar la próxima casilla; esa piedra que es la licencia para abandonar la tierra y tocar el cielo, aunque sea por un ratico y con la punta del pie.

Joanna

sábado, agosto 23, 2008

...se aprende algo nuevo

Ya sabía que algunos corazones ladraban.
Pero hasta ayer me enteré que todos los perros
pueden latir.


Joanna

lunes, agosto 18, 2008

Siete poemas de Mark Strand

1 En el filo
de la noche corpórea
diez lunas suben.


2
Una cicatriz recuerda la herida.
La herida recuerda el dolor.
Una vez más estás llorando.


3 Cuando marchamos en el sol
son nuestras sombras como barcas de silencio.


4 Mi cuerpo se tiende
y escucho mi propia voz
tendida a mi costado.


5 La roca es placer
y se abre
y entramos en ella
como entramos en nosotros mismos
cada noche.


6 Cuando hablo a la ventana
digo que todo
es todo.


7 Tengo una llave
abro la puerta y camino dentro.
Está oscuro y camino dentro.
Está más oscuro y camino dentro.

martes, agosto 12, 2008

Los negritos de Agatha


A mi Agatha Christie me da por etapas. Esta última se vio favorecida por la colección que sacó El Nacional: se me hacía imposible no ceder ante los libros que me miraban desde todos los quioscos esperando a que los comprara. Y cuando compre uno, tuve que comprar los demás.
Aunque sus libros son adictivos, debo confesar que a veces Agatha Christie me resulta repetitiva. Es verdad que me atraen esos personajes flemáticos, impasibles y secos -muy ingleses todos ellos-; que me entretiene adivinar quien será el asesino y que caigo rendida ante la vanidad e inteligencia del detective belga Hércules Poirot, que resuelve todos los crímenes con su "orden y método". Pero ya después del séptimo libro, comienzas a sospechar que la escritora se aseguró el éxito con una fórmula que usa en todas las historias y que disfraza jugando con los diversos contextos en que las enmarca. Por eso, aunque igual sugiero leer los demás libros, recomiendo especialmente "Diez negritos" precisamente porque escapa de esa fórmula.
Un resumen: diez personas son atraídas a una isla privada por diferentes motivos. Una vez allí, se dan cuenta que su anfitrión en común tiene preparado para ellos un plan diferente al que originalmente les había planteado. Ese descubrimiento y los posteriores acontecimientos son salpicados cruelmente con los versos de una canción infantil, en la que se cuenta como un grupo de diez negritos se va reduciendo inevitablemente, ya sea porque unos se quedan en el camino o porque otros se mueren...
Lo curioso de esta historia: que no hay héroes ni villanos. Sólo un misterio que, obviamente, se revela hasta el final. Y les prometo que no decepciona.

Joanna

jueves, agosto 07, 2008

Delirio

No. Y otra vez que sí. Este sueño largo es extraño. Diferente a todos. Sabe mal. Se te recuesta en la garganta y sabe mal. Te seca la boca. Se engancha en tus párpados y te cierra los ojos. De repente, ¡paff! te suelta los párpados y abres los ojos de forma violenta. Y ves alrededor y todo ha cambiado. Y sólo ha pasado un segundo.
Es el delirio. Tiene minutos tan largos y horas tan cortas. Te obliga a jugar con el tiempo como si fuera una plastilina dura. Tan dura que la machacas y casi no cambia de forma. Pero luego la vuelves a apretar y se vuelve una figura grotesca. Con ojos, nariz, lengua. Una cara burlona.
Aquello se vuelve una nube, un gato, una patilla. Huele raro. Tiene un olor definido: indefinido. Te hace pensar que el dolor, la rabia y la tristeza tienen el mismo color. Se diferencian por su nivel de oscuridad. Aquella es mi mamá. Pero tiene barba. Se parece al señor de la televisión. Pero el de la televisión es Dios. Dios es abogado en esa serie. Se come los restos de comida que dejó el perro. Y jura en vano. No le importa su nombre.
Luchas contra las imágenes confusas. Pero vuelven y te hacen creer que eres guerrero, salvador de la humanidad, bebé. Te ponen un sombrero y un vestido azul. Te quitan la ropa cómoda y te colocan un casco. Lucha así, te gritan. Casi desnudo. Demuestra de qué estás hecho. Y tú aceptas el reto, te levantas (o eso crees) y vas a luchar. Pero se te abren los ojos violentamente (otra vez) y te das cuenta. Sigues en la cama. Ni dura ni blanda. Ni cómoda. Una cama. Y sientes no haberla abandonado desde hace mucho tiempo. O tal vez sí.

martes, agosto 05, 2008

Tarde de lluvia

Lo de hoy parecía una tormenta. Pero bueno, por tardes parecidas a esta, surgió este poema. Creo que fue mi mejor trabajo en el Taller de Poesía. De verdad me gusta. Lo de poetisa frustrada es en parte por todos los poemas que precedieron a este, pero bueno de la práctica algo queda... ¿no?

Tarde de lluvia

El ruido de los carros
paseando por el pavimento mojado
es escuchar la lluvia de nuevo.

Grandes charcos se abren en el piso
como volcanes de agua citadinos
que esperan al acecho pies incautos.

Corre el viento apacible
y los árboles lloran
el resultado del último aguacero.

La puesta del sol se anuncia
y en un abrir y cerrar de ojos
la húmeda tarde se transforma en noche.

Joanna

sábado, julio 26, 2008

Piedra de Mar


Ayer me reí mucho releyendo Piedra de mar. Muchísimo. Creo que las otra veces que la leí todavía me sentía demasiado identificada con Corcho como para poder burlarme de sus tragedias. En cambio ayer no pude evitar reírme de su mala suerte, de su mente imaginativa, de su particular humor negro y punzante. De su adolescencia.
Claro, además de la risa, sentí algo de nostalgia. Recordé que cuando leí Piedra de mar la primera vez, yo también era adolescente. En ese momento, sí sufría por todo lo que le pasaba a Corcho. Porque hacía el ridículo. Porque no sabía que hacer con el montón de futuro que tenía por delante. Porque tenía una hermosa piedra de mar en su poder –su propia juventud, su amor- y no podía dársela a quien él quería. Además, la primera vez que leí el libro fue porque me lo prestó un amigo que para mí era idéntico a Corcho y la confusión adolescente del protagonista de la historia era la de mi amigo. Entonces sufría por los dos.
Esta relectura del libro de Francisco Massiani me trajo recuerdos y risas. Recuerdos de mi adolescencia. De mi amigo, que para mí siempre será Corcho. De esas pequeñas tragedias cotidianas que también me desvelaban como a él. Las risas vinieron porque es imposible no sentirse demasiado joven leyendo este libro. Demasiado joven y demasiado feliz.

domingo, julio 20, 2008

Un día que Dios estuvo enfermo...

...nació César Vallejo, el poeta peruano de mirada triste, versos punzantes y calculado pesimismo. El que perdía las ganas de vivir en una tarde de lluvia. El que tenía días de conejo y noches de elefante. El que, estando vivo, ya tenía el recuerdo de su muerte en París.
Es casi imposible definir su obra. Hay que leerla. Leerla demasiado. Está llena de referentes, datos de la vida del autor y simbolismos que no siempre son fáciles de percibir. Aunque es poesía pura y dura, creo que cualquiera puede acercarse a ella. Claro, para captar su grandeza, hay que volver a esta obra poética de forma recurrente, pero les aseguro que siempre es un placer.
Aquí les dejo uno de mis poemas favoritos, Los dados eternos. Espero que como yo, ustedes también agradezcan esa misteriosa enfermedad de Dios que permitió el nacimiento de este poeta maravilloso.

Los dados eternos

Para Manuel Gonzalez Prada,
esta emoción bravía y selecta,
una de las que, con más entusiasmo,
me ha aplaudido el gran maestro.

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
¡tú no tienes Marías que se van! *

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado...
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.

Dios mío, y esta noche sorda, oscura,
ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.

*P.D: La María del poema es María Rosa Sandoval, uno de los amores de Vallejo. La joven murió de tuberculosis a los 24 años y Vallejo escribió el poema a raíz de este hecho.

jueves, julio 17, 2008

Bingo

A Víctor y Manuel.
- Esta jugada son tres mil. Si me los gano son 200 para cada uno de ustedes.
- Si quieres no nos das nada. Al menos 300.
- ¿Y si te los ganas tú?
- Bueno está bien, 200.
Los tres se callan. Ella mira el cartón ansiosa. Tiene los dedos manchados de marcador: sus manos delatan su condición de primeriza. Uno de ellos mira absorto los televisores que en ese momento muestran a Camilo Sesto joven cantando “Algo de mí”. El otro, el experto, el que ya sabe como repartir el dinero, calcula las posibilidades de ganar. No son muchas. Su cartón es malo.
Se apaga la voz de Camilo Sesto. Los televisores ahora muestran la máquina del bingo. Una muchacha del casino, autómata como un robot, da inicio a una nueva jugada. Los tres atacan su cartón y ella en su emoción, se vuelve a manchar de marcador las manos.
- 5, 20, 90, 7.
La muchacha dice los números casi sin respirar. Ella se comienza a reír.
- ¿De que te ríes?
- Creo que ya me comí unos números.
- ¿Y ahora?
- Han cantado línea –dice la muchacha autómata.
- ¡Que rabia! A mi me faltaba uno.
- A mí dos.
- A mí todos.
Ahora se ríen los tres. La muchacha-robot pregunta si no hay otra línea. Vuelve a preguntar. Es la pregunta de la cuál todo el mundo sabe la respuesta: según el sistema computarizado si hay otra línea, pero no la han cantado. Ella se pone nerviosa. Probablemente es ella. Revisa en el escaso tiempo su cartón. Parece que no era el suyo. Igual, ya retomaron la jugada y nadie reclamó su línea.
- 54, 1, 75
La muchacha hace una inflexión de voz que la hace sonar sensual en un mal momento. La próxima bola es…
- 69
Un ay largo y burlón, seguido de risas, la pone en evidencia. Para vengarse, dice los próximos números con mayor rapidez. Ya no se sabe si es 66 o 76, 8 o 28. Todo el mundo anota lo que puede. Después de un rato se escucha que alguien dice bingo sin ánimo, casi con fastidio.
- Han cantado bingo.
Durante la revisión los tres se miran esperanzados.
- Ojala no sea. Me faltaba uno solo.
- ¿Y por qué no dijiste para ligártelo?
- ¿Qué es eso?
- El bingo es correcto. Se hará entrega de los 3 millones de bolívares y pronto se dará inicio a una próxima jugada –dice la muchacha.
- ¿Por qué no dicen tres mil?
- No sé. Ya deberían decirlo con la reconversión.
Camilo Sesto vuelve a aparecer en los televisores cantando la sugerente ¿Quieres ser mi amante?
- ¿Ese no es Roberto Carlos?
- No vale, es Camilo Sesto.
- ¿Cómo sabes?
- Mi mamá tiene un disco de él. Además, a mi me gusta la música vieja.
Durante un rato, la conversación se aleja del juego. Los tres hablan de su vida, de la universidad, de porqué el mesonero no trae la carta si llevan más de media hora pidiéndosela. Hay que aprovechar: la comida es barata y más o menos buena.
- Próxima jugada: 2 millones de bolívares –dice otra de las muchachas del bingo a través del micrófono.
- ¡Si me lo gano son 100 para cada uno!
- ¡Que tacaño! Eso me lo gasto yo en dos horas.
- ¿Y si te lo ganas tú?
- Bueno, está bien, 100.

Joanna Ruiz Méndez

domingo, julio 13, 2008

La cabeza de la hidra

"La muerte de todos empieza a los veinte años"

La frase inquietante pertenece al libro, que es igual o peor de inquietante. No es posible leerlo y quedarse impasible ante su historia revelada y su trasfondo sugerido, que es sólo posible atrapar entre líneas. Es la historia de Félix Maldonado, un James Bond del subdesarrollo -según la visión de uno de los personajes- que debe aprender a diferenciar lo verdadero de lo falso, encontrar certezas en medio de las múltiples dudas y luchar contra su apasionado mundo interno para no cometer errores ni tropezar en el enrevesado camino que ha elegido.
El petróleo mexicano es una excusa para contar esta historia que refleja las angustias de un mundo dividido por la Guerra Fría. Félix Maldonado quiere cambiar ese mundo tal como está planteado. Primero, desde su posición de burócrata mediocre. Después, desde su rol de héroe incomprendido, triste y engañado. No quiere que su país, México, sea una ficha más de ese juego entre potencias. Pronto se da cuenta de que la misión que ha emprendido con alma de idealista choca contra las personas involucradas en ese enredijo político que se tiñe de múltiples matices -religiosos, económicos, amorosos- por lo que se termina convirtiendo en enemigo de todos y todo, incluida su propia causa.
A pesar de las diferencias entre los personajes, hay un factor común que los une y es la pasión vestida de diferentes nombres: ambición, amor, envidia, miedo, celos. La pasión es una hidra que renace y se multiplica con sólo cortarle una cabeza. Aunque parece imbatible, la hidra de las pasiones es manejada a su antojo por un aguila bicéfala. Una de las cabezas del águila se llama la CIA. La otra se llama la KGB. Sirviendo a los fines de una, se sirve a los fines de la otra y servirles es obligatorio. Todos los victimarios son a su vez víctimas, cómplices de su contrario, títeres.
"A veces es el pico del águila de Washington el que nos corta la cabeza y se la come; a veces es el pico del águila de Moscú. Pero las tripas de la bestia alada son las mismas y el conducto de evacuación el mismo. Somos las mierdas de ese monstruo". Este fragmento del libro resume muy bien porque la misión de Félix Maldonado es imposible. Es una bofetada al idealista. Es la afirmación del papel de individuos-instrumentos que todas las personas -exceptuando a unos cuantos, como Tito- tuvieron durante la Guerra Fría. Félix no es un héroe porque logra cambiar el mundo, sino porque no deja de intentarlo.
Este libro es mi primera recomendación por varias razones. La primera y más importante es porque gracias a él conocí a Carlos Fuentes. No en el sentido literal - ¡que más quisiera!- sino literario. Este autor es imprescindible no sólo porque pertenece al boom latinoamericano, sino también porque su forma de escribir obliga a ejercitar la mente. Fuentes nunca es evidente; para atrapar sus historias hay que, como dije al principio, aprender a leer entre líneas. Y para mí, ese reto siempre es bienvenido.
La segunda razón es que gracias a este libro, me interesé verdaderamente por la política. Tendría unos 16 años cuando lo leí la primera vez y hasta ese momento nunca había visto este tema desde una perspectiva tan profunda. Después, comencé a instruirme más al respecto y si bien no me considero una experta, creo que ya no soy una presa fácil de ningún águila, bicéfala o no.
La tercera es porque creo que este libro ha sido tratado injustamente. Es poco lo que se puede conseguir en Internet acerca de "La cabeza de la hidra", salvo que se hizo una película basada en el libro, que es una novela negra que poco o nada tiene que ver con el resto del trabajo realizado por Fuentes y que muchos críticos la consideran una obra menor. Yo no estoy de acuerdo. Aunque no alcanza la majestuosidad de "La muerte de Artemio Cruz" -también de Fuentes y tema de un próximo post-, este libro inquietante plantea, a través del personaje de Félix Maldonado, una visión latinoamericana de la Guerra Fría y juega muy bien con los elementos políticos, económicos, religiosos y dramáticos que plantea. Además tiene la cualidad de cambiar con el tiempo - lo he leído tres veces y siempre le encuentro nuevos detalles- y ésta, a mi modo de ver, es la característica que distingue a los buenos libros.
Aunque la frase con la que inicié este post no tiene mucho que ver con el resto del contenido, no pude dejar de mencionarla. Es increíble lo terriblemente aplastante que suena cuando se tienen veinte años o más. Para los que los tenemos es como obligatorio leer ésta y otras obras imprescindibles. Sería imperdonable morirse sin hacerlo.

lunes, julio 07, 2008

El inicio

"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca"


Jorge Luis Borges


Yo nunca lo había pensado. Claro, probablemente formaba parte de esas ideas vagas que uno guarda in pectore y a las que nunca termina de darles forma definida. Hasta que llega un genio y habla por uno y por los millones que no dejaron aflorar públicamente sus pensamientos. O hasta que uno consigue el legado de esos genios y las amolda a su propia vida. En fin. Nunca había pensado en eso, pero siempre lo había sentido.
Hay indicios. Uno es cuando esculco con furia en la más bien pequeña biblioteca de mi casa para descubrir que maravillas se esconden bajo mi propio techo. Otro: cuando no me importa quedarme sólo con lo del pasaje, pero no dejo de comprar un libro excepcional. El más evidente: cuando, desafiando mi claustrofobia, afirmo sin vacilar que yo sería feliz si me quedara encerrada un año entero en una librería. No sé porque a pesar de las evidencias, no había afirmado yo antes que el Paraíso para mí es algún tipo de biblioteca. Porque así es.
Soy adicta a los libros. Desde niña. Forman parte de mi vida: han marcado ciclos, han despertado ideas, han propiciado sentimientos. Me han definido como ser humano, han guiado los pasos de mi interés profesional, me han sugerido cambios. Y los han generado.
Este blog es para mí y para los que comparten conmigo esta afición por los libros. Pero no por eso pretendo excluir a los que le tienen aversión. A ellos les dedico el título: lea que algo queda. Así sea un rato de aburrimiento feroz. Una alergia inoportuna producto de un libro viejo. Una reafirmación de porqué es preferible ver televisión. Algo. Leer un libro -aún en el caso de la alergia- nunca es en vano.
Este post marca el inicio de este blog. Por eso no hay recomendación, ni algún escrito propio, ni una opinión. Se me antoja que es una exposición de motivos y ya. Y por supuesto, una bienvenida.