sábado, octubre 13, 2012

Un caminante en la avenida Baralt

Fue hace varios años. Quizás diez, pero no puedo precisarlo. Ese día iba sentada. Es raro, los carritos que atraviesan la selva en que a veces se convierte la avenida Baralt siempre van llenos. Pero ese día todos estábamos sentados e incluso sobraban algunos puestos. La radio no escupía la salsa erótica de costumbre y todavía el reggaeton no había invadido el mundo. Si se omitían los gritos de los buhoneros, el rugir de los otros carros y el bullicio natural de la calle, puedo decir que íbamos relativamente en silencio.
Y se montó el señor. Era moreno, tenía barba y bigote, la ropa algo sucia y una guitarra vieja. Me fastidió verlo porque asumí que nos pediría dinero o nos vendería algo. La guitarra tuvo que haberme dado pistas, pero no le presté atención. Dio los buenos días y dijo que iba a cantar. Comenzó a tocar la guitarra y de su voz salió esa frase tan conocida, de esa canción que tanto me gusta:

- Todo pasa y todo queda…

Y juro que si hubiese tenido los ojos cerrados, hubiera pensado que Joan Manuel Serrat se había montado en un carrito por puesto en plena avenida Baralt a cantarle a una partida de desconocidos su canción más famosa. Era casi una injusticia cuando el señor cantaba:

- Nunca perseguí la gloria…

Y si la había perseguido, ésta le había sido esquiva. Era un talento perdido en las calles que no tenía más riqueza que su voz. Pero seguro ese señor, que cantaba entregado por completo a la música y era un artista de corazón, disfrutaba de un imaginario universo personal que el resto de los mortales no conocemos. Seguramente había vivido en mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, y eso le bastaba…
Cuando terminó la canción todos aplaudimos asombrados porque nadie se imagina que en el centro de Caracas a uno le pueda pasar algo tan maravilloso. El señor colectó mucho dinero, todos nos sentíamos generosos y con ganas de recompensar a cualquiera que alterara nuestra vida cotidiana con su magia. Un señor que estaba a mi lado y que se parecía muchísimo a don Ramón, el de El Chavo, me dijo con los ojos brillantes:

-          Canta bonito ¿verdad?

Yo le sonreí asintiendo. Aunque no hubiese perseguido la gloria, el señor había dejado aquella vez, en la memoria de todos nosotros, su canción. No volví a verlo pero todavía, cuando agarro un carrito en la avenida Baralt, no pierdo la esperanza de que aparezca ese caminante de carritos por puesto que hace algunos años, no recuerdo cuantos, me deslumbró con su canto.  

Joanna Ruiz Méndez