martes, septiembre 23, 2008

Cuento

Se despertó. Vio el cuento enfrente de él, que lo miraba con ojos suplicantes. Necesitaba que alguien lo escribiera. Nunca había visto una historia que lo apremiara tanto como este cuento que lo miraba. Perfectamente visible, evidentemente único. Era un cuento que no se ve todos los días: lo único que necesitaba era ser escrito. Y lo pedía. Parecía que estuviera de rodillas, rogando. Si no lo escribía, nadie podría leerlo. El hombre ya había desistido de la literatura, luego de rotundos fracasos que le borraron las ínfulas de escritor de un plumazo. Pero este era un caso de vida o muerte. No se trataba de un cuento en la mente de alguien o de un cuento completo aunque fallido. Se trataba de un cuento que ya existía. Sólo había que ponerle letras, colocarle acentos, separarlo con puntos y comas. Escribirlo. Y el escritor, que era piadoso y comprensivo, se sentó ante la computadora. La prendió, esperó y luego buscó la hoja blanca en la pantalla. Comenzó a escribir. Sintiéndose salvado, el cuento sonrió.

Joanna

jueves, septiembre 18, 2008

Elantris


Elantris es uno de esos libros fáciles de omitir porque ni la portada ni el título son muy llamativos. Pero una vez que se empieza a leer, te atrapa al punto de querer leerlo todo de una vez. En eso me recordó a Harry Potter y al igual que la saga J.K Rowling, es pura fantasía presentada de forma realista y accesible.
Elantris, capital de Arelon, es una ciudad majestuosa en donde viven seres mágicos que a los ojos de los simples mortales son verdaderos dioses. Los elantrinos tienen el poder político, social y económico del país –digamos que aún no se hablaba de descentralización-, por lo que su repentina caída en desgracia deja a Arelon sumido en el caos. La Shaod, la fuerza transformadora que convertía a un ser normal en elantrino, se vuelve en contra de Elantris, convirtiendo a sus habitantes en muertos vivientes despojados de toda magia.
La historia en el libro comienza diez años después de esta Transformación. Raoden, el príncipe de Arelon, es alcanzado por la Shaod y desterrado a Elantris, que ahora se cae a pedazos y está siempre vigilada para mantener a sus habitantes encerrados con su eterna cuarentena. Raoden no puede cumplir con el compromiso matrimonial adquirido con Sarene, princesa de Teod, quien llega a Kae - nueva capital de Arelon, después de la Transformación- cuando el príncipe ya ha sido dado por muerto, pero aún sigue unida a Arelon por un compromiso matrimonial nada favorecedor y una importante misión política que favorecerá a ambos reinos. Pronto se dará cuenta que su trabajo incluirá vigilar a Hrathen, un sacerdote de Fjordell, quien ha sido encargado de ejectuar planes peligrosos que involucran a Arelon y Teod.
La historia así resumida no parece tan llamativa, pero hay que leerla. Elantris es una novela refrescante, creativa, sencilla y en muchos casos, innovadora. Sólo por el manejo del tema de la religión es absolutamente recomendable. El autor plantea hasta que punto poder religioso es sinónimo de poder político, en que momento se divide la fe del fanatismo y todo lo que es capaz de hacer alguien en nombre de una creencia. Pero apartando esta temática, el punto fuerte de la novela son los personajes, consistentes y casi siempre creíbles. Salvo algunos, la mayoría se hacen importantes, imprescindibles e inolvidables dentro de la historia.
Este es el primer libro que publicó Brandon Sanderson y lo hizo merecedor de muy buenas críticas. Me gustaría leer más de este autor porque de verdad Elantris me sorprendió gratamente. Y aunque lo que más alaban los críticos es que condensó una buena historia de fantasía en un sólo libro, hay cosas del final que me ponen a dudar. Me huele a que habrá segunda parte, pero sólo el tiempo lo dirá.

Joanna

miércoles, septiembre 10, 2008

Cosas comunes

- Una picada de zancudo
- Una cola en Caracas
- Una mentada de madre
- Clavar un examen
- Que alguien se llame Pedro Pérez
- Que alguien diga “un Pedro Pérez cualquiera”
- Un cuento que empiece con érase una vez
- Las cucarachas
- Enamorarse
- Desenamorarse
- Imaginar que uno es millonario
- Desafinar
- Fumar
- No fumar
- No fumar y que todos tus amigos fumen
- Y al revés
- Tener un “algo” favorito
- La gripe
- Un placer culposo
- Las muletillas
- Desear
- Chismosear
- No ganar el Kino
- Dejar cosas para mañana
- Mirar estrellas
- Buscarle forma a las nubes
- Imaginar que uno es famoso
- Dormir
- Soñar

Joanna

martes, septiembre 09, 2008

La señora Mily

No es por dármelas de buena samaritana, pero hay situaciones en la calle que me parten el corazón. Así. En trocitos. Pueden ser evidentes como un niño abandonado y algunas más complejas como el señor que vende tortas y al final de la tarde las recoge intactas. Me imagino que no ha vendido ninguna. Me imagino a su esposa preparándolas para que él las venda. Me lo imagino llegar a su casa con todas las tortas y sin dinero. Desesperanzado. Y aunque capaz todo sea mi imaginación, se me parte el corazón. Se los juro.
Por eso, la primera vez que vi a esa viejita regordeta sentada con un pañuelo en la cabeza y un cartón que decía “una limosna por el amor de Dios”, sentada inmóvil y ajena al caos de la avenida Baralt, se me volvió a partir el corazón. Como casi siempre ando apurada –aunque una amiga me diga que la prisa es de plebeyos- no hice sino mirarla. Pero esa primera mirada bastó para no olvidarme de la señora.
Los días siguientes estuve atenta. A veces estaba en el mismo sitio de la primera vez. Pocas veces no. Pero decidí que no bastaba con verla y asegurarme que estaba bien. Yo tenía que regalarle algo más perdurable que una limosna. Entonces se me ocurrió que sí podía darle una limosna, pero además se la complementaría con una sonrisa. Y un día lo hice. Pasé por donde estaba, le coloqué un billete en el vasito de plástico donde recoge el dinero y la miré. Y me miró. Y le sonreí y me sonrió. Me bendijo. Y yo, que no tuve la fortuna de tener a ninguno de mis abuelos cerca, cada vez que un viejito me bendice me siento feliz. Y así me fui, contentísima.
Seguí con la rutina de estar pendiente de ella y a veces dejarle algo. Pero hubo un día en que la señora tenía una gasa enorme cubriéndole media cara. Yo me asusté. Pensé que era por ese día. Pero al siguiente lo tenía también. Y por una semana más. Una cosa es dejarle unas monedas a alguien y sonreírle, que hablarle y establecer así un contacto directo. Pero cada vez que pasaba, la gasa era como una acusación directa. Me pesaba en la conciencia. Y después de volver a pasar por su lado, sin decirle nada, pensé: soy una desgraciada si no le hablo mañana. De verdad que sí. Le tengo que preguntar que le pasó. Al día siguiente sí. Lo voy a hacer.
Y a diferencia de las historias tristes, en las que la señora no aparece nunca más y uno se queda con un peso en la conciencia horrible, al día siguiente si estaba. Y sin la gasa. Me sentí feliz. Y como había prometido hablarle, me acerqué para darle algo y saludarla.
- Dios me la bendiga mija.
- A usted también. ¿Cómo está?
- Bien bien… Abrígate bien mija, que hace frío.
Y lo que había era tremendo calor, pero no le dije nada. Le pregunté otras cosas más. Le sonreí por última vez y cuando ya me iba a ir, me acordé que se me olvidaba preguntarle algo.
- ¿Cuál es su nombre?
- Mily
Y lo escribo así. Con “i” y “y”. No sé como se escribe. Tampoco creo que sea su nombre de verdad. Pero así quedó. La señora Mily. Regordeta, sonriente y aunque nadie lo crea, feliz. Al menos por lo que me ha contado. Porque desde ese día, la señora Mily y yo nos hicimos amigas. No las mejores amigas. Pero casi.

Joanna