jueves, junio 17, 2010

Antes de dormir

Cada noche, antes que pueda dormirme, pasa mucho tiempo. A veces horas. Doy tres vueltas, cinco, cien. Me envuelvo entre las sabanas y cobijas. Calculo cuanto tiempo ha pasado. Me desenvuelvo, el calor es terrible. Hago a un lado mi amada cobija verde. Me quedo con las sabanas. Y me empieza a dar frío. Bueno, me coloco la cobija sólo en los pies. Al menos eso me funciona.
Me entra un letargo que confundo con sueño. Pero nada, no se concreta. Se parece al sueño pero no es. Me levanto de la cama, bravísima y frustrada por no poder dormirme. Camino hacia la sala. No prendo la luz. Abro las cortinas y contemplo esa visión única de un centro de Caracas (casi) en silencio. Enfrente está una casa colonial que fue remodelada hace poco. Al fondo se ve el edificio en donde las pocas luces que hay prendidas son azules. Así se ven de noche, no se porqué. Y claro, también me fijo en el poste de luz, el viejo farol de Hans Christian Andersen, mi detector de lluvia nocturno. No deja de alumbrar ni una gota, aunque sean aguaceros fuertísimos.
Me quedo un rato así, tratando de conjurar el sueño en medio de la quietud de la noche. Viendo lo que tantas veces he visto hasta el aburrimiento. Pero comienzo a descubrir cosas. Así pasa cuando uno empieza a observar atentamente lo cotidiano. Todo nos parece diferente. Nuevo. Hasta emocionante. Y eso no da sueño.
Comienza a cantar el gallo. No está amaneciendo. Ese gallo canta siempre. A las cuatro de la tarde. A las ocho de la noche. A las dos de la mañana. ¿Quién tiene un gallo por estos lados? ¿Serán los de la casa colonial? No lo sé. Pero igual el canto del gallo me devuelve al pensamiento de la madrugada, del descanso que no tengo, del sueño que no llega. Vuelvo a la cama. A colocarme la sabana completa, la cobija verde solo en los pies. A tratar de dormir. A dormir, si es que puedo.

Joanna Ruiz Méndez

martes, junio 15, 2010

De porqué Mockus no podía ganar las elecciones



“Un candidato que no nos prometa el paraíso es un suicida”

José Ignacio Cabrujas

Lo llaman el profe, tiene una mirada penetrante que a veces asusta, una barba bien cuidada que es su rasgo característico y un hablar enredado que se mueve entre el los territorios de la didáctica y la somnolencia. Cuando uno escucha hablar a Antanas Mockus surgen dudas porque su discurso, en un país latinoamericano, suena a sospecha, a trampa, a ilusionismo. Este hombre no promete favores políticos. No promete cargos públicos. No promete el camino fácil. Y eso suena a honestidad, pero también a una inocencia infinita. Eso suena, aunque no lo parezca, a suicidio.
Lo decía Cabrujas de la sociedad venezolana: un candidato que no nos prometa el paraíso es un suicida. Y tenía razón. En este país nos deben prometer la Gran Venezuela como lo hizo Carlos Andrés Pérez o una verdadera revolución como lo está haciendo Hugo Chávez. Aquí nadie debe venir a hablar de apretarse el cinturón, de posibles crisis, de moderación. Para un país petrolero que además ostenta un Estado todopoderoso como lo llamaba Arturo Uslar Pietri, lo sencillo o cotidiano no parece funcionar en el discurso político. Y me da la impresión que en general no funciona tampoco para Colombia y quien sabe si para Latinoamérica, porque lamentándolo mucho, no se si por costumbre o masoquismo , parece que los electores en estos países desean que les prometan lo imposible aún sabiendo de antemano que no les van a cumplir casi nada. Eso es lo que vende, lo que engancha a la gente.
El caso de Mockus en Colombia me parece ilustrativo del suicidio que significa una campaña falta de promesas y propuestas espectaculares, grandilocuentes e irreales. Resulta que al final sus palabras sólo lograron enganchar a unos pocos –en comparación a los que enganchó la propuesta de Juan Manuel Santos- que vieron en el cambio discursivo una transformación que podría trascender a la realidad. Que el señor ha cometido errores, es verdad. Que se ha marcado unos cuantos autogoles, como él mismo afirma, también lo es. Que ha caído en un lenguaje ofensivo, cuando prometió que no lo haría, tampoco se puede negar. Pero a pesar de eso ha marcado una diferencia, porque no es el típico politiquero que vende soluciones aparentemente inmediatas ni va regalando cargos públicos para que la gente vote por él. Él ofrece educación, cultura y honestidad, que si a ver vamos no parecen opciones tan atractivas para muchos ciudadanos porque son en apariencia inmateriales. Sin embargo, son propuestas que parecen darle otro significado al hecho de ser político y le bindan un giro esperanzador a la construcción del discurso público en Colombia, aún cuando los resultados no hayan sido favorecedores para Mockus en la primera vuelta de las elecciones y es prácticamente seguro que no lo serán para la segunda.
Aunque en el caso de las elecciones colombianas también influyó la maquinaria política, no tocaré ese punto porque creo que es un aspecto universal. Una fuerte estructura política detrás de un candidato lo va ayudar, en cualquier parte del mundo, y es obvio que era Santos el dueño de esa maquinaria implacable que lo apoyaba en sus aspiraciones, no Mockus. Lo único que me interesa rescatar realmente es el aspecto discursivo de la campaña política y cómo podríamos superar la enfermedad de las promesas electorales y concentrarnos en el concepto y las ideas de fondo si fuéramos un poco menos ingenuos como electores y ciudadanos. Creo que así podrían hacerse elecciones más inteligentes y no convertiríamos a los pocos candidatos que no prometen el paraíso en unos verdaderos suicidas.

Joanna Ruiz Méndez