domingo, octubre 17, 2010

Teatro, esa pasión

Era, perversamente, un entusiasta –es decir, un hombre poseído por los Dioses… Cada profesión tiene los suyos, pero los manes del teatro son los más exigentes porque son los más generosos. Lo dan todo o no dan nada. En el teatro no hay términos medios”. Extraído del cuento El amante del teatro de Carlos Fuentes.

Mi historia en el teatro comenzó en el ballet. Como algunos de los que leen este blog sabrán, fui bailarina por dos años cuando era niña. Si bien era flaca y estilizada, no tenía el tesón, la constancia y sobre todo, la flexibilidad que necesita una bailarina. Sin embargo, gracias a mi última representación en el ballet –era la bruja en la Bella Durmiente-, descubrí un talento actoral que hasta ese momento tenía escondido.
Creo que cualquier otra niña se hubiera decepcionado con el nada deseable papel de bruja. Sin embargo, yo me encargué de sacarle todo el provecho que pude. Hacía muecas exageradas, ponía cara de mala malísima y movía con perversidad mis manos, que exhibían orgullosas unas uñas postizas, largas y negras. Yo casi no bailaba, a lo máximo daba dos o tres vueltas. Todo era actuación en ese papel.
Fue una profesora la que me lo comentó y me recomendó meterme a teatro cuando supo que desertaba del ballet. Comencé en el grupo de teatro del colegio y me quedé. Mi primera obra fue La improvisación del alma de Eugene Ionesco, una obra obviamente absurda en la que yo tenía el papel de teatróloga despistada. Los ensayos fueron duros, mi relación con el grupo era mala y mi ánimo decaía con cada día que pasaba. Sin embargo, no abandoné el teatro como sí hice con el ballet y conseguí una sola explicación para eso: el teatro me gustaba demasiado.
Con esa obra hice mi primera presentación con un público numeroso. Fue un éxito. Luego vendrían Los ladrones somos gente honrada de Enrique Jardiel Poncela, en la que tuve el papel de una mamá exagerada y fastidiosa, y después participé en una versión bastante pálida de Fama, en la que era la profesora de teatro, rígida y exigente, que la emprende con el alumno que se las da de graciosito en las clases. En mi último año en el colegio tuve el lujo de representar un personaje escrito por mí. Una compañera y yo escribimos un guión en el cual yo plasmé todo mi drama juvenil y mi amiga todo el humor que la caracterizaba; la obra fue un híbrido de ideas y conceptos que a mi parecer no fue tan mala.
Cuando entré en la universidad, abandoné toda relación con el teatro. Sólo hasta hace unos seis meses retomé esta actividad gracias a un curso de actuación y me di cuenta la falta que me hacía. No sólo fui feliz de volver a explorar todas las posibilidades que el teatro ofrece, sino que me encantó experimentar el principal elemento del que éste se nutre: la pasión. En el teatro hay que darlo todo. Ser generosos, derrochar talento, vitalidad, entusiasmo. Pactar con la acción, jamás con la inercia. Dejar todo en las tablas para conjurar ese maravilloso alimento del ego llamado aplauso. Sentir, el verbo que mejor se conjuga con ésta y todas las expresiones artísticas.
Aunque nuevamente me tomaré una pausa en mi actividad teatral, no quiero olvidar esta lección de pasión porque también sirve para la vida diaria. Porque la vida, si se vive con pasión, no se vuelve rutina. Es magia pura, como el teatro.

Joanna Ruiz Méndez

lunes, octubre 11, 2010

Credo y Verbos irregulares

Estos son los dos escritos de Aquiles Nazoa que les prometí ayer. ¡Disfrútenlos!

Credo

Creo en Pablo Picasso, todopoderoso, creador del cielo de la tierra.

Creo en Charlie Chaplin, hijo de las violetas y de los ratones, que fue crucificado, muerto y sepultado por el tiempo, pero que cada día resucita en el corazón de los hombres.

Creo en el amor y en el arte como vías hacia el disfrute de la vida perdurable.

Creo en los grillos que pueblan la noche de mágicos cristales.

Creo en el amolador que vive de fabricar estrellas con su rueda maravillosa.

Creo en la cualidad aérea del ser humano, configurada en el recuerdo de Isadora Duncan, abatiéndose como una purísima paloma herida bajo el cielo del Mediterráneo.

Creo en las monedas de chocolate que atesoro secretamente debajo de la almohada de mi niñez.

Creo en la fábula de Orfeo.

Creo en el sortilegio de la música, yo que en las horas de mi angustia vi, al conjuro de la Pavana de Fauré, salir liberada y radiante a la dulce Eurídice del infierno de mi alma.

Creo en Rainer María Rilke, héroe de la lucha del hombre por la belleza, que sacrificó su vida al acto de cortar una rosa para una mujer.

Creo en las flores que brotaron del cadáver adolescente de Ofelia.

Creo en el llanto silencioso de Aquiles frente al mar.

Creo en un barco esbelto y distantísimo que salió hace un siglo al encuentro de la aurora; su capitán Lord Byron, al cinto la espada de los arcángeles, y junto a sus sienes un resplandor de estrellas.

Creo en el perro de Ulises, en el gato risueño de Alicia en el País de las Maravillas, en el loro de Robinson Crusoe, en los ratoncitos que tiraron del coche de la Cenicienta, en Beralfiro el caballo de Rolando, y en las abejas que labraron su colmena dentro del corazón de Martín Tinajero.

Creo en la amistad como el invento más bello del hombre.

Creo en los poderes creadores del pueblo.

Creo en la poesía y, en fin, creo en mí mismo, puesto que sé que alguien me ama.


Verbos irregulares

Estos son unos verbos que, a paso de tortuga,
Yo conjugo
Tú conjugas
Él conjuga…

Como sin garantía todo el mundo se inhibe,
yo no escribo,
tú no escribes,
él no escribe.

Sino mil tonterías que, de modo evidente,
yo no siento,
tú no sientes,
él no siente.

Pues de escribir las cosas que uno tiene en el seso,
yo voy preso,
tú vas preso,
él va preso.

O, rumbo al frío Norte, París o Gran Bretaña,
yo me extraño,
tú te extrañas,
él se extraña.

Y por eso, temiendo que nos cojan la falla,
yo me callo,
tú te callas,
él se calla.

Moraleja: Por la ley de chivato, que es una ley eterna,
yo gobierno,
tú gobiernas,
él gobierna.

domingo, octubre 10, 2010

Sencillamente Aquiles

Creo que conocí a Aquiles Nazoa cuando tenía 8 años. Por supuesto, no en persona, sino a través de una de sus poesías de animales: La ratoncita presumida. El poema trata sobre una ratoncita presumida – por supuesto- que rechaza a un ratoncito enamorado por considerarlo inferior a ella. Luego de esto, va a proponerle matrimonio al sol, a la nube, al viento y la montaña porque piensa que son pretendientes a su altura. La humildad que cada uno de ellos demuestra, le hace ver a la ratoncita Hortensia que todos los seres son significativos. Termina por aceptar a su ratonil galán, a la vez que afirma que “en el mundo los pequeños son importantes también”.
Recuerdo que esta poesía fue la primera que me aprendí completa. Luego conocería otros escritos de Aquiles Nazoa: fábula de la avispa ahogada, un sainete o astrakán donde en subidos colores se les muestra a los lectores la torta que puso Adán y Amor, cuando yo muera…, entre otros. Con cada lectura me encontraba con un autor muy venezolano que reflejaba -y refleja- la idiosincrasia y problemáticas de nuestro país, pero que también era capaz de acercarse acertadamente a temas universales como el amor y la política desde un lenguaje sencillo y con un inteligente sentido del humor.
Aquiles Nazoa fue periodista, escritor, humorista y poeta y su legado es un referente indiscutible de nuestras letras y una lectura obligada para entender a Venezuela. En honor a que sus escritos siguen tan vigentes como el primer día, Monte Ávila Editores Latinoamericana ha publicado el libro Sencillamente Aquiles, que recopila variados y múltiples textos del autor. El libro divide los escritos en humor, líricos, prosa, teatro y diálogo y animales, e incluye una última sección llamada testamento 1976, que es un escrito inédito.
Recomiendo ampliamente esta obra que como dice la contratapa “constituye un legado para las nuevas generaciones”, pero también para todos los lectores en general. Para no hacer de este un post larguísimo, mañana dejaré dos lecturas que pueden encontrarse en el libro. Estoy segura que las disfrutarán.
Joanna Ruiz Méndez