martes, diciembre 06, 2011

Recuerdos de diciembre



-   Cuando era niña, me volvía detective y afinaba los sentidos para poder descubrir donde estaban escondidos mis regalos de Navidad. Si los descubría, me arruinaba la sorpresa y la cambiaba por una ansiedad indescriptible. La razón: no podía esperar para jugar con ellos. Si no los descubría, los nervios me consumían pensando qué contenían esas cajas al pie del arbolito que estaban a mi nombre y las cuáles ya no podían ser profanadas. Juro que la última hora del 24 de diciembre pasaba con la lentitud de un siglo y yo no podía entender cómo se las arreglaba el tiempo para ser tan elástico y estirarse hasta el infinito. A las 12:00 am., hora oficial de apertura de regalos, mi corazón estallaba de felicidad y ya no me importaba lo que hubiera recibido: el misterio de los regalos igual estaba resuelto. 

-      La gaita zuliana siempre ha sido una parte fundamental de mis diciembres y el Zulia  forma parte de mi geografía sentimental, aunque nunca he puesto un pie allí. Sin embargo, los gaiteros me han contado de Maracaibo, de la fiesta de la Chinita, de la emoción que sienten al cruzar el puente. Y lo han hecho de una forma tan efectiva, que parte de mi corazón se encuentra en ese estado durante la Navidad. Espero algún día visitar el Zulia para acercarme a una realidad que, hasta la fecha, solo conozco en forma de canción.  

-     Mi paladar se prepara ansioso para recibir la gastronomía deliciosa, variada y típica de la Navidad venezolana. Como ya he comentado, soy una flaca feliz que come sin pudor y sin arrepentimiento, y en diciembre recibo gustosa toda la comida que pueda porque sé que pasaré once meses añorándola. Porque así pasa: una vez que diciembre termina y enero emerge implacable en el calendario, mi rutina de comilonas imposibles y plenas de hallacas, panes de jamón, pernil y ensalada de gallina se diluye como la niebla en un sueño. Comienza otra rutina, la de verdad, a ponerme los pies en la tierra y una ensalada enorme en el plato.

-    En Navidad siempre recibía, además de otros obsequios, una gran variedad de libros. No sé si me los regalaban porque era lectora o si me volví lectora porque me los regalaban. Lo que sí puedo precisar es que esos libros marcaron mis diciembres y también el resto de mi vida. Recuerdo especialmente un libro de cuentos venezolanos para niños: eran adaptaciones de grandes clásicos como La Cenicienta y Hansel y Gretel, contados a la manera que lo haría un habitante de nuestro país tropical. Lo más emocionante es que algunos llegaban a ser tan coloquiales que usaban, para mí gozo, la palabra “pendejo”. Como es lógico, no me dejaban decir groserías cuando era niña y el hecho de que una de ellas se escurriera en mis cuentos, burlando la vigilancia paterna, me hacía sentir feliz. También recuerdo que en Navidad me regalaron La cabaña del tío Tom, Las Mil y una Noches para niños, un libro de cuentos para los 365 días del año y una extraordinaria obra de mitología que me obsequió mi padrino y que todavía consulto. No puedo dejar de mencionar La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson, un clásico que leí cada diciembre por siete años seguidos, como una forma de conmemorar la época en que lo había recibido. Jim y John Silver formaron parte de mi Navidad por mucho tiempo y aún hoy los sigo recordando como gratos compañeros decembrinos.

-     Mis cumpleaños también forman parte de mis recuerdos de diciembre. Recuerdo que casi todas las celebraciones de mi infancia trascurrieron en un McDonalds y fueron poco originales, pero felices. Sin embargo, apenas pisé la adolescencia, vinieron acompañados de pequeñas y grandes tragedias. El 9 de diciembre se me convirtió en una fecha confusa, en la que no sabía si celebrar o entristecerme. A partir de los 20 años, creo, comenzó una etapa tranquila en la que aprendí a valorar más la compañía que los posibles regalos o las celebraciones rimbombantes. Ahora cada vez que llega mi cumpleaños lo espero agradecida porque cada año vivido ha sido un cúmulo de risas, lágrimas y experiencias diversas, que afortunadamente siempre culmina con saldo positivo.

-      Para mí, diciembre es casi siempre sinónimo de felicidad. No es una felicidad impostada, obligada ni decretada. Es una felicidad de niña, una felicidad espontánea que se produce porque sí. Diciembre me gusta porque además de cumpleaños, navidades y años nuevos, me trae recuerdos precisos e inolvidables que mi mala memoria, con toda su tenacidad y firmeza, no ha logrado desgastar. 


Joanna Ruiz Méndez