domingo, mayo 24, 2009

Quién de nosotros

"Hemos incurrido en varias faltas, pero vislumbro que nuestra gran equivocación, la más irremediable, ha sido el no hablar nunca de ellas"

Esta novela, la primera publicada por Mario Benedetti, cuenta la historia de Miguel, Alicia y Lucas, tres amigos que dejan de serlo cuando los dos primeros se casan y el tercero se va de la ciudad. La antigua amistad de Miguel y Alicia deviene en un malogrado matrimonio, en parte porque Lucas se convierte, a pesar de su ausencia física, en un insoportable fantasma dentro de su relación. Un viaje repentino se convierte en la ocasión propicia para que los tres se enfrenten a la realidad y ejecuten, por primera vez en sus vidas, un acto de sinceridad.
La novela se divide en tres partes tituladas por los nombres de los protagonistas. En cada una, cada integrante de ese triángulo amoroso expone su visión de los hechos y ajusta la realidad a su medida. Miguel se sincera al estilo querido diario; Alicia hace catarsis a través de una carta; Lucas, el escritor, falsea sus recuerdos para hacerlos más llevaderos. La única coincidencia entre los tres es ese pasado-condena en común que los une irremediablemente en el presente.
Esta novela me encanta porque describe con exactitud la nostalgia de lo que pudo ser -y no fue- y la certeza del tiempo perdido, dos consecuencias inevitables del amor desperdiciado. Miguel, Alicia y Lucas sucumben a la tentación del silencio por comodidad, por vergüenza, por inercia. Se procuran un amor aséptico, libre de dramas y lugares comunes, y a cambio obtienen una profunda, inmensa, soledad. Al final, cuando todos se reconocen culpables, uno de los personajes resume la conclusión de esta historia a modo de interrogante: ¿quién de nosotros juzga a quién?

Joanna Ruiz Méndez

miércoles, mayo 06, 2009

Razones de peso

Hay etapas de nuestras vidas que están hechas de niebla y sueño. Son aquellas épocas que, independientemente de si fueron importantes o no, se nos terminan olvidando por completo. Generalmente están hechas de momentos absurdos, extraños o dolorosos, ajenos a nuestra esencia cotidiana, vergonzosos hasta el infinito. Así que las olvidamos por tedio, por pena, por conveniencia. Porque es mejor “olvidar ciertas cosas”. Porque sí.
Pero esas épocas tienen su dosis de recuerdos materiales. Y esos recuerdos materiales llaman a los intangibles. Pueden ser cosas pequeñas, una piedrita, un llavero, un peluchito por salir del paso. También pueden ser cosas grandes, como plazas, estaciones de metro, cartas. Sí, cartas, porque las cartas son las cosas más grandes que existen, aunque estén escritas en un papelito. Y cuando nos topamos con esos recuerdos materiales, inmediatamente nos conectamos con los recuerdos sutiles y etéreos, esos que sólo están hechos de memoria. Ahí pensamos: ¿yo hice-dije-viví-sentí esto? Nos parecen recuerdos tan lejanos, risibles, extraños, pero los terminamos reconociendo como nuestros. Entendemos que eso fuimos, que ahí también estamos pintados.
Creo no pecar de materialista al afirmar que hay etapas de nuestras vidas que sólo podemos rescatar gracias a un objeto o sitio concreto. Ciertos recuerdos materiales son razones de peso tangible para recordar que en otro tiempo fuimos otros, o los mismos de hoy, pero muy diferentes. Son nuestro “Rosebud”, nuestro “algo” corpóreo y consistente que nos conecta a un mundo de vivencias que creemos, sólo creemos, haber olvidado en épocas de niebla y sueño.

Joanna Ruiz Méndez