Hay etapas de nuestras vidas que están hechas de niebla y sueño. Son aquellas épocas que, independientemente de si fueron importantes o no, se nos terminan olvidando por completo. Generalmente están hechas de momentos absurdos, extraños o dolorosos, ajenos a nuestra esencia cotidiana, vergonzosos hasta el infinito. Así que las olvidamos por tedio, por pena, por conveniencia. Porque es mejor “olvidar ciertas cosas”. Porque sí.
Pero esas épocas tienen su dosis de recuerdos materiales. Y esos recuerdos materiales llaman a los intangibles. Pueden ser cosas pequeñas, una piedrita, un llavero, un peluchito por salir del paso. También pueden ser cosas grandes, como plazas, estaciones de metro, cartas. Sí, cartas, porque las cartas son las cosas más grandes que existen, aunque estén escritas en un papelito. Y cuando nos topamos con esos recuerdos materiales, inmediatamente nos conectamos con los recuerdos sutiles y etéreos, esos que sólo están hechos de memoria. Ahí pensamos: ¿yo hice-dije-viví-sentí esto? Nos parecen recuerdos tan lejanos, risibles, extraños, pero los terminamos reconociendo como nuestros. Entendemos que eso fuimos, que ahí también estamos pintados.
Creo no pecar de materialista al afirmar que hay etapas de nuestras vidas que sólo podemos rescatar gracias a un objeto o sitio concreto. Ciertos recuerdos materiales son razones de peso tangible para recordar que en otro tiempo fuimos otros, o los mismos de hoy, pero muy diferentes. Son nuestro “Rosebud”, nuestro “algo” corpóreo y consistente que nos conecta a un mundo de vivencias que creemos, sólo creemos, haber olvidado en épocas de niebla y sueño.
Joanna Ruiz Méndez
Pero esas épocas tienen su dosis de recuerdos materiales. Y esos recuerdos materiales llaman a los intangibles. Pueden ser cosas pequeñas, una piedrita, un llavero, un peluchito por salir del paso. También pueden ser cosas grandes, como plazas, estaciones de metro, cartas. Sí, cartas, porque las cartas son las cosas más grandes que existen, aunque estén escritas en un papelito. Y cuando nos topamos con esos recuerdos materiales, inmediatamente nos conectamos con los recuerdos sutiles y etéreos, esos que sólo están hechos de memoria. Ahí pensamos: ¿yo hice-dije-viví-sentí esto? Nos parecen recuerdos tan lejanos, risibles, extraños, pero los terminamos reconociendo como nuestros. Entendemos que eso fuimos, que ahí también estamos pintados.
Creo no pecar de materialista al afirmar que hay etapas de nuestras vidas que sólo podemos rescatar gracias a un objeto o sitio concreto. Ciertos recuerdos materiales son razones de peso tangible para recordar que en otro tiempo fuimos otros, o los mismos de hoy, pero muy diferentes. Son nuestro “Rosebud”, nuestro “algo” corpóreo y consistente que nos conecta a un mundo de vivencias que creemos, sólo creemos, haber olvidado en épocas de niebla y sueño.
Joanna Ruiz Méndez
1 comentario:
Me encantó esta entrada... Recordar, a través de lo material es un acto rematadamente humano, lo cual no quiere decir que estemos apegados a lo material per se. Creo que nuestros apegos a las cosas materiales en la mayor parte de los casos tienen que ver con las experiencias que asociamos a ellos.
Un abrazo
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