jueves, diciembre 30, 2010

Cumaná, la primogénita

Unos dicen que fue fundada en 1521. Otros dicen que fue en 1523. En lo que la mayoría está de acuerdo es que fue la primera ciudad fundada por los españoles en suelo americano. Aunque sin certezas, Cumaná -ciudad venezolana ubicada en el estado Sucre- sigue vibrando con las reminiscencias de su pasado histórico que la encumbra como la gran primogénita de nuestro continente.
Sin embargo para la señora Y, guía turística, el brillo histórico se esfuma al contemplar el presente de Cumaná. “Nos quedamos en esto: un pueblo con ínfulas de gran ciudad”. Si bien no se puede considerar una ciudad super moderna, Cumaná tampoco es un pueblo. Es quizás un híbrido agradable, en el que turista camina sobre concreto pero se puede tropezar con un paisaje marino a la vuelta de cualquier esquina.
Aunque mi destino original era Mochima, Cumaná me sorprendió gratamente y me recibió con un regalo en el paladar: las empanadas, delicia gastronómica imperdible de cualquier destino costero venezolano. Las que yo probé las hizo Teresa, una señora mayor que las prepara de memoria mientras cobra, sirve cafés y jugos y se pone al día con los clientes habituales. A decir verdad, el lugar completamente expuesto no ofrece ninguna garantía de higiene pero a pesar de eso – y quién sabe si a lo mejor precisamente por eso-, las empanadas estaban deliciosas.
Una vez en Mochima, conocí por primera vez uno de los tantos paraísos establecidos en mi propia tierra. Para quienes no lo sepan, Mochima es un parque nacional que se ubica entre los estados Sucre y Anzoátegui y es un regalo a la vista contemplarlo desde cualquier ángulo. Las aguas azules y transparentes, los numerosos cerros verdes y las diversas playas salpicadas alrededor del parque lo convierten en atractivo turístico innegable. Sólo pude disfrutar de Playa Blanca, en donde las arenas le hacen honor al nombre del lugar y el restaurante La Negra ofrece una oferta gastronómica sabrosa, típica y suculenta.
Sé que por el corto tiempo, no conocí prácticamente nada de Cumaná, la primogénita, y me falta hacerle una, dos y miles visitas más a Mochima para disfrutar completamente de este destino maravilloso. La idea lejos de fastidiarme, me complace: tengo excusas para volver y espero hacerlo muy pronto. Aprovecho además para invitar a locales y extranjeros a convertirse en turistas y acercarse a este territorio que exhibe las mejores cualidades de Venezuela, nuestra maltratada pero aún imponente tierra de gracia.

Joanna Ruiz Méndez


Playa Blanca

Mochima

domingo, diciembre 12, 2010

Caracas, Caracas

Creo que todo el que lea mi blog habrá notado que tengo una relación difícil con Caracas. Y es que Caracas no es fácil y he llegado a sospechar que yo tampoco lo soy. Debe ser por eso que nuestra relación no es bonita, ni saludable, ni modélica. Pero Caracas siempre será mi ciudad natal y por esa conexión irrompible debemos tratar de llevarnos lo mejor posible, así sea a la fuerza.
Sin embargo, este post no es para hablarles del caos caraqueño, ni del tráfico, ni de los pocos momentos de silencio y perfecta paz que se pueden disfrutar aquí. No. Es para hablarles de lo que sí me gusta de Caracas. Que si hay cosas que me gustan, por supuesto. Así que aquí les dejo mi lista, para ver si los inspiró a enamorarse más de Caracas, en caso que su relación con ella sea tan problemática como la mía.

El cielo: Para mí, el firmamento caraqueño es de los más bonitos que existen. A veces el cielo se incendia y es una hoguera de flamas multicolores: naranjas, rojas, amarillas. Otras veces es azul y morado y maravilloso al mismo tiempo. Las nubes toman formas posibles e imposibles en esa bóveda perfecta y uno puede pasar amaneceres y atardeceres enteros contemplando esos grandes algodones remojados en luz celestial. Es todo un espectáculo, de lujo, que diariamente puedo disfrutar.

El Ávila: La visión de esta montaña nos regala una alegría constante y cotidiana a los caraqueños y nos asombra con su naturaleza cambiante: el Ávila es como una eterna e imponente pintura verde a la que un artista desconocido le agrega un detalle nuevo todos los días. Siempre es diferente. Me alegra decir que forma parte de mí rutina, ya que mi oficina está establecida justo enfrente de ese cerro maravilloso. Otro lujo que sólo puedo darme aquí, en Caracas.

El Metro: Les sorprende ¿no? Sí, yo sé que el Metro es una locura caótica que promete acabar con los nervios de muchos caraqueños en cualquier momento. Pero es allí donde he recogido parte de las historias lindas que caracterizan mi idea de Caracas. Fue allí donde un joven interpretó My Way en violín y nos deslumbró a todos con sus dotes de artista clásico-callejero. También fue allí donde presencié el matrimonio más improvisado, aunque no sé si por eso menos real, al que me ha tocado asistir (más detalles en Hasta la próxima estación). Ha sido en muchas estaciones del Metro en dónde he conversado largamente, me he reído muy fuerte, se me ha estrujado el corazón y he tenido que despedirme, a veces para siempre. Allí, en ese pandemónium, están momentos muy importantes de mi vida. Y ese lado poético y nostálgico del Metro, que quizás solo está en mi cabeza, es algo que me gusta.

La gente: No hablo de los irrespetuosos, desconsiderados e indiferentes. De esos, mejor ni hablar. Hablo de los hombres y mujeres que todavía son capaces de ser amables, aún en medio de este clima enrarecido y violento. Hablo de los pocos que aún respetan las leyes, los semáforos y el puesto en las colas. De los que le dan el asiento a una anciana, porque podría ser su abuela o su mamá. De los que, teniendo un negocio de comida, todavía regalan algo a los que no han probado bocado en días. De los que se preocupan de lo que le pasa al vecino, no por chismoso, sino por humano. De los que hacen su trabajo como debe ser, aunque sepan que haciéndolo mal igual recibirán un sueldo. Hablo del caraqueño que se atreve a ser considerado con otros, buena gente, pacífico. Todavía quedan y no me incluyo porque sería muy arrogante de mi parte. Sin embargo, queda en mi conciencia que todos los días –sí, porque es una lucha diaria- trato de ser una buena caraqueña, aún sabiendo lo difícil que es.

La comida: Es cara, a veces carísima, pero deliciosa. Creo que la oferta gastronómica de Caracas no tiene nada que envidiarle a la de ciudades extranjeras. Aquí se puede encontrar excelente comida italiana, española, china, japonesa, colombiana, árabe, mexicana, peruana, tailandesa y venezolana, por supuesto. Y mucho más. Yo, que soy una flaca que come sin pudor, puedo afirmar que esta es una de las cualidades que más me gustan de mi ciudad: la buena comida.

Las canciones: Caracas no siempre fue una malquerida; en el pasado, esta ciudad tuvo muchos admiradores. Varios de ellos le compusieron canciones inmortales, que aún siguen resonando entre nosotros como el eco de tiempos mejores. Una de ellas, compuesta por el costarricense Johnny Quirós, dice: “Caracas, ciudad hermosa. Tú eres bella, Caracas, la cuna del Libertador”. Lindo ¿no? En otra, el grupo colombiano Binomio de oro afirmaba: “Caracas, Caracas, como me gusta esa ciudad…”. Quizás la más emblemática sea la compuesta por el dominicano Billo Frometa, que en su Canto a Caracas compuso una verdadera declaración de amor:

“Y es que yo quiero tanto a mi Caracas
Que mientras viva no podré olvidar
Sus cerros, sus techos rojos, su lindo cielo
Las flores de mil colores de Galipán…”.

Creo que me pasa lo que a Billo Frometa: que yo también quiero mucho a mi Caracas. Por eso me peleo tanto con ella, porque la quiero tanto, tanto… mucho más de lo que algunas personas, es discursos cargados de patriotismo y nacionalismo exacerbados, dicen quererla. Me duele verla convertida en lo que es ahora, porque en mis recuerdos de niña, Caracas es linda como una princesa.
Un rincón de esperanza, en el que a veces me refugio, me dice que algún día Caracas volverá a ser como la ciudad de mis recuerdos. Y quizás, mucho mejor.

Joanna Ruiz Méndez

P.D: En este blog, pueden ver más canciones para Caracas y conocer más sobre la ciudad: http://caracascaracas.blogspot.com/

miércoles, diciembre 08, 2010

Inquieta Compañía

En las seis historias de horror y misterio que conforman Inquieta Compañía, de Carlos Fuentes, la rutina avanza sin tropiezos hasta el momento en que seres imaginarios y sobrenaturales, angélicos o demoniacos, irrumpen en la vida cotidiana de los personajes para avasallarla y destruirla.
Quien haya leído otras obras de Fuentes, se sorprenderá al encontrar en Inquieta Compañía una narrativa diferente, mucho más accesible al lector promedio. Quizás a veces es demasiado explícita y explicativa, pero que logra mantener el suspense de cada historia hasta el final. Como siempre sucede en el trabajo de Fuentes, México -como temática y como simbología- es una referencia constante en cada historia.
En El amante del teatro, las tablas y un drama shakesperiano estructuran las bases de un amor silente; el protagonista sólo puede aprehender la etérea presencia de su amada gracias a la escena teatral. En la gata de mi madre, lo que comienza como una aparente crítica a las relaciones humanas y la diferencia de clases en clave de comedia, pasa a convertirse en una historia fantástica. La madre de la protagonista y su odiosa gata son las que parecen mantener el límite entre lo normal y un submundo fantasmal.
En La buena compañía, un joven francés cambia su pequeño mundo personal e intelectual por la terrorífica rutina de dos tías mexicanas. Aunque su plan inicial es tomar ventaja de su condición de pariente cercano para asegurarse la vida, las dos hermanas de su madre tienen un proyecto diferente para su sobrino. En Calixta Brand, la protagonista homónima de origen estadounidense, se casa con un mexicano en lo que parece una unión feliz. Al pasar los años, el hombre comienza a resentir la evidente superioridad intelectual y humana de su esposa; no pasa mucho tiempo cuando comienza a humillarla por este hecho. En La bella durmiente, el doctor Jorge Caballero se encuentra frente a un caso extraño: una paciente, fría como la muerte y aletargada por un sueño constante, sólo reacciona a las cálidas caricias prodigadas por sus manos.
En Vlad, quizás el cuento más representativo de la obra, la naturaleza del antagonista se hace evidente desde el primer instante más no así sus planes, que afectarán –de diferentes formas- el destino de los otros personajes. La rutina de una familia mexicana promedio se destruye ante la presencia del gótico –pero también pintoresco- Vlad, quien hace irónicas disertaciones sobre la vida, Dios y la inmortalidad. Hace poco Carlos Fuentes publicó Vlad, la novela, y aunque no he tenido oportunidad de leerla intuyo, por algunos comentarios en Internet, que desarrolla la misma idea del cuento pero de forma evidentemente más extensa.
Aunque podría considerarse que la presencia de elementos clichés del género -como casas embrujadas y misteriosas- es una debilidad de las historias, opino que es un recurso para evidenciar la poderosa irrupción del horror en las vidas ordinarias, criollas y rutinarias de los personajes. El uso exagerado y evidente de los contrastes tiene una intención aleccionadora: Fuentes nos advierte que incluso en la más aparente normalidad se esconde la sombra de lo extraño. También nos señala con vehemencia la fragilidad de nuestras cotidianas existencias por el hecho de que, como se indica en la contratapa del libro, “los seres que acostumbramos llamar imaginarios no mueren por completo”.

Joanna Ruiz Méndez

lunes, noviembre 22, 2010

Cuentos alemanes de la posguerra


Escritos entre 1959-1969, Doce cuentos cortos alemanes (escritos en la posguerra) es una compilación de historias envueltas en una atmósfera deprimente y lúgubre que casi siempre se tiñe de visos de irrealidad. Lo extraño es el elemento común, mientras que la locura y la miseria son dos presencias latentes y constantes en la existencia cotidiana de los personajes.
Aunque la guerra es una temática implícita en cada cuento, casi nunca es el tópico central de las historias. Quizás sea en Alguien adquirió un receptor, de Ina Seidel, dónde más se refleja la desesperanza y desesperación producto del conflicto bélico en el que Alemania quedó, fáctica y moralmente, vencida. Allí el protagonista, atormentado por sus fantasmas, comienza a revivir el horror de sus experiencias en la guerra a través de un elemento común y cotidiano: un radio.
En El suicidio de Wolfdietrich Schnurre el tema es el amor y más específicamente, los celos. En Todo, de Ingeborg Bachmann, el narrador protagonista del relato reconoce su oposición a los dogmas sociales y al modelo educativo existente, pero no parece asumir el verdadero trasfondo de su postura: su total incapacidad de comunicarse y entender a los demás. En Experiencia a lo Dostoievski de Herbert Eisenreich la fatalidad se hace presente por un aparente acto de bondad y buena conciencia; en La historia de Isidoro de Max Frisch, la desgracia familiar es producto de un descuido y una frase.
Trenes en la niebla de Günter Eich narra la historia de dos hermanos a los que la miseria empuja por caminos muy diferentes. Aquí el tema bélico también se hace explícito en una frase lapidaria: “son los años, la milicia, la guerra, sin hogar… así embrutecí. Todo es una mierda”. Marie Luise Kaschnitz recrea una experiencia fantástica en Fantasmas. Entrega a domicilio sin costo adicional, de Günter Kunert –uno de mis cuentos favoritos de esta obra- relata de forma grotesca como se tienen que asumir, así sea a la fuerza, todas nuestras culpas.
El autor de Anécdota doble, Hubert Fichte, ensaya en este cuento una historia sin protagonistas y narra un mismo suceso condicionado por diferentes circunstancias. El narrador protagonista de Tibten, de Heinrich Böll, es un personaje extraño pero sólo para los ojos de los demás; él aprueba totalmente su existencia y hasta la asume con algo de orgullo. El hombre atado de Ilse Aichinger plantea el tema de la libertad de forma dilemática y posee ciertos visos kafkianos; de hecho, aunque dentro de la obra se compare el inicio del cuento con el de La Metamorfosis, a mí toda la historia se me asemeja a Un artista del hambre, también de Franz Kafka. El último cuento, El congelado sonriente de Hans Erich Nossack, intenta un mensaje cuasi esperanzador para una situación deprimente y fatídica.
Todos los cuentos que conforman esta obra fueron compilados por la profesora Lotte de Vareschi y traducidos por Yolanda Steffens; el imperdible prólogo estuvo a cargo de Henning Schroedter-Alberts. Aunque a veces la presencia de ciertos coloquialismos venezolanos pudiera incomodar al lector, en líneas generales Doce cuentos cortos alemanes (escritos en la posguerra) es una obra ideal para acercarse a la literatura germana. En particular la disfruté mucho y me complace informarles que conseguí el libro completo en Internet, para aquellos que no puedan adquirir la versión impresa. Aquí va el link:

http://www.elperroylarana.gob.ve/phocadownload/docecuentoscortosalemanes.pdf

La página demora un poco en cargar, pero sí funciona. Espero disfruten estos cuentos tanto como yo.

Joanna Ruiz Méndez

jueves, noviembre 11, 2010

Rutinaria

No quiero hablarte del alma dispuesta a dar zarpazos, ni del ring subterráneo en el que vivo montada, ni del mortífero olor que sale del restaurante viejísimo que queda cerca de mi casa. No quiero hablarte del caos, no quiero que te obstines antes de tiempo, no invoco el final de tu paciencia pero tampoco quiero callarme. No quiero convertir en farsa la realidad ni que la realidad pierda su magia. Quiero un equilibrio y junto a ti quizás no pueda encontrarlo.
O tal vez sí. Tal vez pueda aparecerme por las noches en tus sueños y decirte “quiero”. Tal vez me entenderías, te sentarías junto a mí, disfrutaríamos de un atardecer luminoso y nos olvidaríamos del mundo, de las responsabilidades, del nueve a seis con una hora (estricta) de almuerzo hacia el mediodía. Nos olvidaríamos que la rutina tiene distancias, kilómetros insalvables, compromisos ineludibles, puntualidad, aspiraciones de. Pero, ¿sabes tú cuanto duran los sueños? ¿Sabes que pueden ser segundos, minutos de nada? ¿Y luego?
De verdad no quiero contarte de las calles sucias, de los secretos a medio guardar, de mis ganas de convertirme en defensora de una causa justa, sin medias tintas, sin trasfondos. Quiero compartirla contigo, pero desde hoy, desde ya, sé que no aceptarás. Quizás eso sea lo que quiera. Que al final me termines tildando de inconforme, egoísta, traicionera o infantil. Que nada de lo que te diga te parezca interesante, que todo se tiña de queja, que la tristeza me empañe las pestañas. Que digamos un adiós más que justo a estos encuentros limitados.
No quiero que cargues conmigo y mi vida-rutinaria.
Pero si tú quieres, si por casualidad quisieras, aquí te espero en esta ciudad hecha de círculos viciosos y espejos. De smog. De gritos contenidos y sonrisas a granel. De esta ciudad tan absurda y tan infinitamente mía. Mía, aunque me duela aceptarlo.


Joanna Ruiz Méndez

miércoles, noviembre 10, 2010

Periodistas verdes

Una de las cosas que le agradezco a mi trabajo actual es que me acercó a un tema que siempre me ha interesado: el ambiente. Entre tanto derrame petrolero, basura radiactiva, extinción de especies y global warming, creo que estar al día en la temática ambiental no sólo es deber de biólogos y ecologistas, sino también de todos los ciudadanos en general.
Como periodista, considero que el papel de los medios de comunicación –y de los profesionales que en ellos laboran- es especialmente importante en la construcción discursiva y social del problema ambiental. Y aunque pienso que cada vez se abren más espacios para el ambiente como fuente, siento que aún falta brindarle la significación que esta temática merece.
Creo que muchos comunicadores sociales necesitan entender que el tema ambiental no es un tópico “aparte”, sino que involucra aspectos sociales, económicos y políticos que atañen a todos los integrantes de esta sociedad globalizada. El ambiente, como tema, no implica solamente los aspectos evidentes como la contaminación, el calentamiento global o la pérdida creciente de la biodiversidad. También requiere –y exige- un análisis agudo y profunda investigación sobre el rol que empresas, Estados, comunidades y ciudadanos han desempeñado y desempeñan en el problema ambiental. Este conocimiento es un valioso aporte a la colectividad y podría ser un factor importante de cambio, así sea a escala local, en la forma en que los ciudadanos asumen su entorno.
También considero que la construcción mediática y social que se ha hecho de los ambientalistas debe empezar a cambiar. En un libro excelente que estoy leyendo de Antonio Pasquali – Del futuro, hechos, reflexiones, estrategias-, el autor afirma: “Hemos dejado solos a los ambientalistas, permitiendo que el sistema mediático los convierta en excéntricos y en exagerados”. Es verdad. Aunque nos suenen alarmistas o no queramos escuchar verdades que después nos puedan robar minutos de sueño, no se puede juzgar como hippies o exagerados a las personas que hacen algo por la ecología local, nacional o mundial o se atreven a denunciar a grupos poderosos para salvar unas cuantas hectáreas en la selva amazónica. Los medios de comunicación deberían darle mayor difusión a la labor de las ONG, fundaciones, asociaciones y grupos que trabajan por la naturaleza y en general, a las problemáticas, características y logros relacionados con el tema ambiental. Ciertamente genera más curiosidad la vestimenta de las artistas en la alfombra roja que un ecologista promoviendo la defensa de la naturaleza, pero es hora de aclarar prioridades en las temáticas periodísticas y pensar en el aporte que cada información genera –o no- para construir una mejor sociedad.
Pienso que nuestra labor social como periodistas debería impulsarnos a revalorizar el ambiente como un tema de interés mediático. Entiendo que a veces las políticas editoriales se inclinan por ciertos temas porque aseguran audiencia, periódicos vendidos, pautas publicitarias. En fin, dinero. Sin embargo, hoy que contamos con las redes sociales digitales que nos brindan una oportunidad para comunicar sobre aquello que nos parece fundamental y necesario, no hay excusas para no cumplir con nuestro deber de concienciar. La idea es poder usar todos los medios existentes para ejercer un periodismo verde a plenitud y terminar de valorizar el ambiente como fuente periodística.

Joanna Ruiz Méndez

domingo, octubre 17, 2010

Teatro, esa pasión

Era, perversamente, un entusiasta –es decir, un hombre poseído por los Dioses… Cada profesión tiene los suyos, pero los manes del teatro son los más exigentes porque son los más generosos. Lo dan todo o no dan nada. En el teatro no hay términos medios”. Extraído del cuento El amante del teatro de Carlos Fuentes.

Mi historia en el teatro comenzó en el ballet. Como algunos de los que leen este blog sabrán, fui bailarina por dos años cuando era niña. Si bien era flaca y estilizada, no tenía el tesón, la constancia y sobre todo, la flexibilidad que necesita una bailarina. Sin embargo, gracias a mi última representación en el ballet –era la bruja en la Bella Durmiente-, descubrí un talento actoral que hasta ese momento tenía escondido.
Creo que cualquier otra niña se hubiera decepcionado con el nada deseable papel de bruja. Sin embargo, yo me encargué de sacarle todo el provecho que pude. Hacía muecas exageradas, ponía cara de mala malísima y movía con perversidad mis manos, que exhibían orgullosas unas uñas postizas, largas y negras. Yo casi no bailaba, a lo máximo daba dos o tres vueltas. Todo era actuación en ese papel.
Fue una profesora la que me lo comentó y me recomendó meterme a teatro cuando supo que desertaba del ballet. Comencé en el grupo de teatro del colegio y me quedé. Mi primera obra fue La improvisación del alma de Eugene Ionesco, una obra obviamente absurda en la que yo tenía el papel de teatróloga despistada. Los ensayos fueron duros, mi relación con el grupo era mala y mi ánimo decaía con cada día que pasaba. Sin embargo, no abandoné el teatro como sí hice con el ballet y conseguí una sola explicación para eso: el teatro me gustaba demasiado.
Con esa obra hice mi primera presentación con un público numeroso. Fue un éxito. Luego vendrían Los ladrones somos gente honrada de Enrique Jardiel Poncela, en la que tuve el papel de una mamá exagerada y fastidiosa, y después participé en una versión bastante pálida de Fama, en la que era la profesora de teatro, rígida y exigente, que la emprende con el alumno que se las da de graciosito en las clases. En mi último año en el colegio tuve el lujo de representar un personaje escrito por mí. Una compañera y yo escribimos un guión en el cual yo plasmé todo mi drama juvenil y mi amiga todo el humor que la caracterizaba; la obra fue un híbrido de ideas y conceptos que a mi parecer no fue tan mala.
Cuando entré en la universidad, abandoné toda relación con el teatro. Sólo hasta hace unos seis meses retomé esta actividad gracias a un curso de actuación y me di cuenta la falta que me hacía. No sólo fui feliz de volver a explorar todas las posibilidades que el teatro ofrece, sino que me encantó experimentar el principal elemento del que éste se nutre: la pasión. En el teatro hay que darlo todo. Ser generosos, derrochar talento, vitalidad, entusiasmo. Pactar con la acción, jamás con la inercia. Dejar todo en las tablas para conjurar ese maravilloso alimento del ego llamado aplauso. Sentir, el verbo que mejor se conjuga con ésta y todas las expresiones artísticas.
Aunque nuevamente me tomaré una pausa en mi actividad teatral, no quiero olvidar esta lección de pasión porque también sirve para la vida diaria. Porque la vida, si se vive con pasión, no se vuelve rutina. Es magia pura, como el teatro.

Joanna Ruiz Méndez

lunes, octubre 11, 2010

Credo y Verbos irregulares

Estos son los dos escritos de Aquiles Nazoa que les prometí ayer. ¡Disfrútenlos!

Credo

Creo en Pablo Picasso, todopoderoso, creador del cielo de la tierra.

Creo en Charlie Chaplin, hijo de las violetas y de los ratones, que fue crucificado, muerto y sepultado por el tiempo, pero que cada día resucita en el corazón de los hombres.

Creo en el amor y en el arte como vías hacia el disfrute de la vida perdurable.

Creo en los grillos que pueblan la noche de mágicos cristales.

Creo en el amolador que vive de fabricar estrellas con su rueda maravillosa.

Creo en la cualidad aérea del ser humano, configurada en el recuerdo de Isadora Duncan, abatiéndose como una purísima paloma herida bajo el cielo del Mediterráneo.

Creo en las monedas de chocolate que atesoro secretamente debajo de la almohada de mi niñez.

Creo en la fábula de Orfeo.

Creo en el sortilegio de la música, yo que en las horas de mi angustia vi, al conjuro de la Pavana de Fauré, salir liberada y radiante a la dulce Eurídice del infierno de mi alma.

Creo en Rainer María Rilke, héroe de la lucha del hombre por la belleza, que sacrificó su vida al acto de cortar una rosa para una mujer.

Creo en las flores que brotaron del cadáver adolescente de Ofelia.

Creo en el llanto silencioso de Aquiles frente al mar.

Creo en un barco esbelto y distantísimo que salió hace un siglo al encuentro de la aurora; su capitán Lord Byron, al cinto la espada de los arcángeles, y junto a sus sienes un resplandor de estrellas.

Creo en el perro de Ulises, en el gato risueño de Alicia en el País de las Maravillas, en el loro de Robinson Crusoe, en los ratoncitos que tiraron del coche de la Cenicienta, en Beralfiro el caballo de Rolando, y en las abejas que labraron su colmena dentro del corazón de Martín Tinajero.

Creo en la amistad como el invento más bello del hombre.

Creo en los poderes creadores del pueblo.

Creo en la poesía y, en fin, creo en mí mismo, puesto que sé que alguien me ama.


Verbos irregulares

Estos son unos verbos que, a paso de tortuga,
Yo conjugo
Tú conjugas
Él conjuga…

Como sin garantía todo el mundo se inhibe,
yo no escribo,
tú no escribes,
él no escribe.

Sino mil tonterías que, de modo evidente,
yo no siento,
tú no sientes,
él no siente.

Pues de escribir las cosas que uno tiene en el seso,
yo voy preso,
tú vas preso,
él va preso.

O, rumbo al frío Norte, París o Gran Bretaña,
yo me extraño,
tú te extrañas,
él se extraña.

Y por eso, temiendo que nos cojan la falla,
yo me callo,
tú te callas,
él se calla.

Moraleja: Por la ley de chivato, que es una ley eterna,
yo gobierno,
tú gobiernas,
él gobierna.