jueves, diciembre 30, 2010

Cumaná, la primogénita

Unos dicen que fue fundada en 1521. Otros dicen que fue en 1523. En lo que la mayoría está de acuerdo es que fue la primera ciudad fundada por los españoles en suelo americano. Aunque sin certezas, Cumaná -ciudad venezolana ubicada en el estado Sucre- sigue vibrando con las reminiscencias de su pasado histórico que la encumbra como la gran primogénita de nuestro continente.
Sin embargo para la señora Y, guía turística, el brillo histórico se esfuma al contemplar el presente de Cumaná. “Nos quedamos en esto: un pueblo con ínfulas de gran ciudad”. Si bien no se puede considerar una ciudad super moderna, Cumaná tampoco es un pueblo. Es quizás un híbrido agradable, en el que turista camina sobre concreto pero se puede tropezar con un paisaje marino a la vuelta de cualquier esquina.
Aunque mi destino original era Mochima, Cumaná me sorprendió gratamente y me recibió con un regalo en el paladar: las empanadas, delicia gastronómica imperdible de cualquier destino costero venezolano. Las que yo probé las hizo Teresa, una señora mayor que las prepara de memoria mientras cobra, sirve cafés y jugos y se pone al día con los clientes habituales. A decir verdad, el lugar completamente expuesto no ofrece ninguna garantía de higiene pero a pesar de eso – y quién sabe si a lo mejor precisamente por eso-, las empanadas estaban deliciosas.
Una vez en Mochima, conocí por primera vez uno de los tantos paraísos establecidos en mi propia tierra. Para quienes no lo sepan, Mochima es un parque nacional que se ubica entre los estados Sucre y Anzoátegui y es un regalo a la vista contemplarlo desde cualquier ángulo. Las aguas azules y transparentes, los numerosos cerros verdes y las diversas playas salpicadas alrededor del parque lo convierten en atractivo turístico innegable. Sólo pude disfrutar de Playa Blanca, en donde las arenas le hacen honor al nombre del lugar y el restaurante La Negra ofrece una oferta gastronómica sabrosa, típica y suculenta.
Sé que por el corto tiempo, no conocí prácticamente nada de Cumaná, la primogénita, y me falta hacerle una, dos y miles visitas más a Mochima para disfrutar completamente de este destino maravilloso. La idea lejos de fastidiarme, me complace: tengo excusas para volver y espero hacerlo muy pronto. Aprovecho además para invitar a locales y extranjeros a convertirse en turistas y acercarse a este territorio que exhibe las mejores cualidades de Venezuela, nuestra maltratada pero aún imponente tierra de gracia.

Joanna Ruiz Méndez


Playa Blanca

Mochima

domingo, diciembre 12, 2010

Caracas, Caracas

Creo que todo el que lea mi blog habrá notado que tengo una relación difícil con Caracas. Y es que Caracas no es fácil y he llegado a sospechar que yo tampoco lo soy. Debe ser por eso que nuestra relación no es bonita, ni saludable, ni modélica. Pero Caracas siempre será mi ciudad natal y por esa conexión irrompible debemos tratar de llevarnos lo mejor posible, así sea a la fuerza.
Sin embargo, este post no es para hablarles del caos caraqueño, ni del tráfico, ni de los pocos momentos de silencio y perfecta paz que se pueden disfrutar aquí. No. Es para hablarles de lo que sí me gusta de Caracas. Que si hay cosas que me gustan, por supuesto. Así que aquí les dejo mi lista, para ver si los inspiró a enamorarse más de Caracas, en caso que su relación con ella sea tan problemática como la mía.

El cielo: Para mí, el firmamento caraqueño es de los más bonitos que existen. A veces el cielo se incendia y es una hoguera de flamas multicolores: naranjas, rojas, amarillas. Otras veces es azul y morado y maravilloso al mismo tiempo. Las nubes toman formas posibles e imposibles en esa bóveda perfecta y uno puede pasar amaneceres y atardeceres enteros contemplando esos grandes algodones remojados en luz celestial. Es todo un espectáculo, de lujo, que diariamente puedo disfrutar.

El Ávila: La visión de esta montaña nos regala una alegría constante y cotidiana a los caraqueños y nos asombra con su naturaleza cambiante: el Ávila es como una eterna e imponente pintura verde a la que un artista desconocido le agrega un detalle nuevo todos los días. Siempre es diferente. Me alegra decir que forma parte de mí rutina, ya que mi oficina está establecida justo enfrente de ese cerro maravilloso. Otro lujo que sólo puedo darme aquí, en Caracas.

El Metro: Les sorprende ¿no? Sí, yo sé que el Metro es una locura caótica que promete acabar con los nervios de muchos caraqueños en cualquier momento. Pero es allí donde he recogido parte de las historias lindas que caracterizan mi idea de Caracas. Fue allí donde un joven interpretó My Way en violín y nos deslumbró a todos con sus dotes de artista clásico-callejero. También fue allí donde presencié el matrimonio más improvisado, aunque no sé si por eso menos real, al que me ha tocado asistir (más detalles en Hasta la próxima estación). Ha sido en muchas estaciones del Metro en dónde he conversado largamente, me he reído muy fuerte, se me ha estrujado el corazón y he tenido que despedirme, a veces para siempre. Allí, en ese pandemónium, están momentos muy importantes de mi vida. Y ese lado poético y nostálgico del Metro, que quizás solo está en mi cabeza, es algo que me gusta.

La gente: No hablo de los irrespetuosos, desconsiderados e indiferentes. De esos, mejor ni hablar. Hablo de los hombres y mujeres que todavía son capaces de ser amables, aún en medio de este clima enrarecido y violento. Hablo de los pocos que aún respetan las leyes, los semáforos y el puesto en las colas. De los que le dan el asiento a una anciana, porque podría ser su abuela o su mamá. De los que, teniendo un negocio de comida, todavía regalan algo a los que no han probado bocado en días. De los que se preocupan de lo que le pasa al vecino, no por chismoso, sino por humano. De los que hacen su trabajo como debe ser, aunque sepan que haciéndolo mal igual recibirán un sueldo. Hablo del caraqueño que se atreve a ser considerado con otros, buena gente, pacífico. Todavía quedan y no me incluyo porque sería muy arrogante de mi parte. Sin embargo, queda en mi conciencia que todos los días –sí, porque es una lucha diaria- trato de ser una buena caraqueña, aún sabiendo lo difícil que es.

La comida: Es cara, a veces carísima, pero deliciosa. Creo que la oferta gastronómica de Caracas no tiene nada que envidiarle a la de ciudades extranjeras. Aquí se puede encontrar excelente comida italiana, española, china, japonesa, colombiana, árabe, mexicana, peruana, tailandesa y venezolana, por supuesto. Y mucho más. Yo, que soy una flaca que come sin pudor, puedo afirmar que esta es una de las cualidades que más me gustan de mi ciudad: la buena comida.

Las canciones: Caracas no siempre fue una malquerida; en el pasado, esta ciudad tuvo muchos admiradores. Varios de ellos le compusieron canciones inmortales, que aún siguen resonando entre nosotros como el eco de tiempos mejores. Una de ellas, compuesta por el costarricense Johnny Quirós, dice: “Caracas, ciudad hermosa. Tú eres bella, Caracas, la cuna del Libertador”. Lindo ¿no? En otra, el grupo colombiano Binomio de oro afirmaba: “Caracas, Caracas, como me gusta esa ciudad…”. Quizás la más emblemática sea la compuesta por el dominicano Billo Frometa, que en su Canto a Caracas compuso una verdadera declaración de amor:

“Y es que yo quiero tanto a mi Caracas
Que mientras viva no podré olvidar
Sus cerros, sus techos rojos, su lindo cielo
Las flores de mil colores de Galipán…”.

Creo que me pasa lo que a Billo Frometa: que yo también quiero mucho a mi Caracas. Por eso me peleo tanto con ella, porque la quiero tanto, tanto… mucho más de lo que algunas personas, es discursos cargados de patriotismo y nacionalismo exacerbados, dicen quererla. Me duele verla convertida en lo que es ahora, porque en mis recuerdos de niña, Caracas es linda como una princesa.
Un rincón de esperanza, en el que a veces me refugio, me dice que algún día Caracas volverá a ser como la ciudad de mis recuerdos. Y quizás, mucho mejor.

Joanna Ruiz Méndez

P.D: En este blog, pueden ver más canciones para Caracas y conocer más sobre la ciudad: http://caracascaracas.blogspot.com/

miércoles, diciembre 08, 2010

Inquieta Compañía

En las seis historias de horror y misterio que conforman Inquieta Compañía, de Carlos Fuentes, la rutina avanza sin tropiezos hasta el momento en que seres imaginarios y sobrenaturales, angélicos o demoniacos, irrumpen en la vida cotidiana de los personajes para avasallarla y destruirla.
Quien haya leído otras obras de Fuentes, se sorprenderá al encontrar en Inquieta Compañía una narrativa diferente, mucho más accesible al lector promedio. Quizás a veces es demasiado explícita y explicativa, pero que logra mantener el suspense de cada historia hasta el final. Como siempre sucede en el trabajo de Fuentes, México -como temática y como simbología- es una referencia constante en cada historia.
En El amante del teatro, las tablas y un drama shakesperiano estructuran las bases de un amor silente; el protagonista sólo puede aprehender la etérea presencia de su amada gracias a la escena teatral. En la gata de mi madre, lo que comienza como una aparente crítica a las relaciones humanas y la diferencia de clases en clave de comedia, pasa a convertirse en una historia fantástica. La madre de la protagonista y su odiosa gata son las que parecen mantener el límite entre lo normal y un submundo fantasmal.
En La buena compañía, un joven francés cambia su pequeño mundo personal e intelectual por la terrorífica rutina de dos tías mexicanas. Aunque su plan inicial es tomar ventaja de su condición de pariente cercano para asegurarse la vida, las dos hermanas de su madre tienen un proyecto diferente para su sobrino. En Calixta Brand, la protagonista homónima de origen estadounidense, se casa con un mexicano en lo que parece una unión feliz. Al pasar los años, el hombre comienza a resentir la evidente superioridad intelectual y humana de su esposa; no pasa mucho tiempo cuando comienza a humillarla por este hecho. En La bella durmiente, el doctor Jorge Caballero se encuentra frente a un caso extraño: una paciente, fría como la muerte y aletargada por un sueño constante, sólo reacciona a las cálidas caricias prodigadas por sus manos.
En Vlad, quizás el cuento más representativo de la obra, la naturaleza del antagonista se hace evidente desde el primer instante más no así sus planes, que afectarán –de diferentes formas- el destino de los otros personajes. La rutina de una familia mexicana promedio se destruye ante la presencia del gótico –pero también pintoresco- Vlad, quien hace irónicas disertaciones sobre la vida, Dios y la inmortalidad. Hace poco Carlos Fuentes publicó Vlad, la novela, y aunque no he tenido oportunidad de leerla intuyo, por algunos comentarios en Internet, que desarrolla la misma idea del cuento pero de forma evidentemente más extensa.
Aunque podría considerarse que la presencia de elementos clichés del género -como casas embrujadas y misteriosas- es una debilidad de las historias, opino que es un recurso para evidenciar la poderosa irrupción del horror en las vidas ordinarias, criollas y rutinarias de los personajes. El uso exagerado y evidente de los contrastes tiene una intención aleccionadora: Fuentes nos advierte que incluso en la más aparente normalidad se esconde la sombra de lo extraño. También nos señala con vehemencia la fragilidad de nuestras cotidianas existencias por el hecho de que, como se indica en la contratapa del libro, “los seres que acostumbramos llamar imaginarios no mueren por completo”.

Joanna Ruiz Méndez