martes, octubre 28, 2008

Colón, el pobre Almirante

Este post no tiene nada que ver con el pasado 12 de octubre, ni tampoco con la polémica que siempre genera esta festividad por aquello de si se conmemora el descubrimiento de América o la resistencia indígena. Tiene que ver más con la casualidad. Me explicó: hoy estaba buscando en un libro de poesía de Rubén Darío el poema "A Margarita Debayle" que comienza con el famoso "Margarita, está linda la mar..." y que desde niña me encanta, al igual que "Sonatina". Como no buscaba por el índice, leía fragmentos de otros poemas y llegué a uno llamado "A Colón". No sé porqué lo leí completo, siempre he sido un poco floja para leer a Rubén Darío. Pero este poema me atrapó. Fue escrito en 1892 y sigue estando tan vigente, que me dio tristeza. Un desastroso espíritu sigue poseyendo estas tierras, las ambiciones pérfidas siguen sin tener diques y en nuestra senda sigue habiendo duelos, espantos, guerras y fiebre constante. Pero mejor les dejo disfrutar el poema. Y de paso les recomiendo leer a Rubén Darío, al que prometo leer con verdadero interés y no por simple casualidad.

A Colón

¡Desgraciado Almirante! Tu pobre America,
tu india virgen y hermosa de sangre cálida,
la perla de tus sueños, es una histérica
de convulsivos nervios y frente pálida.
Un desastroso espíritu posee tu tierra;
donde la tribu unida blandió sus mazas,
hoy se enciende entre hermanos perpetua guerra,
se hieren y destrozan las mismas razas.
Al ídolo de piedra reemplaza ahora
el ídolo de carne que se entroniza,
y cada día alumbra la blanca aurora
en los campos fraternos sangre y ceniza.
Desdeñando a los reyes, nos dimos leyes
al son de los cañones y los clarines,
y hoy al favor siniestro de negros beyes
fraternizan los Judas con los Caínes.
Bebiendo la esparcida savia francesa
con nuestra boca indigena semi-española,
día a día cantamos la Marsellesa
para acabar danzando la Carmañola.
Las ambiciones pérfidas no tienen diques,
soñadas libertades yacen deshechas.
¡Eso no hicieron nunca nuestros Caciques,
a quienes las montañas daban las flechas!
Ellos eran soberbios, leales y francos,
ceñidas las cabezas de raras plumas;
¡ojalá hubieran sido los hombres blancos
como los Atahualpas y Moctezumas!
Cuando en vientre de América cayó semilla
de la raza de hierro que fue de España,
mezcló su fuerza heroica la gran Castilla
con la fuerza del indio de la montaña.
¡Pluguiera a Dios las aguas antes intactas
no reflejaran nunca las blancas velas;
ni vieran las estrellas estupefactas
arribar a la orilla tus carabelas!
Libres como las águilas,vieran los montes
pasar los aborígenes por los boscajes,
persiguiendo los pumas y los bisontes
con el dardo certero de sus carcajes.
Que más valiera el jefe rudo y bizarro
que el soldado que en fango sus glorias finca,
que ha hecho gemir al Zipa bajo su carro
o temblar las heladas momias del Inca.
La cruz que nos llevaste padece mengua;
y tras encanalladas revoluciones,
la canalla escritora mancha la lengua
que escribieron Cervantes y Calderones.
Cristo va por las calles flaco y enclenque,
Barrabás tiene esclavos y charreteras,
y las tierras de Chibcha, Cuzco y Palenque
han visto engalonadas a las panteras.
Duelos, espanto, guerra, fiebre constante
en nuestra senda ha puesto la suerte triste:
¡Cristóforo Colombo, pobre Almirante,
ruega a Dios por el mundo que descubriste!

Rubén Darío

jueves, octubre 23, 2008

El poder y la gloria

“Aquel lugar se parecía mucho al mundo: atestado de lujuria, crimen y amor desgraciado”

Un personaje huye sin cesar. De sus perseguidores, de su destino, de sí mismo. Huye y en el camino deja huellas, cabos sueltos, culpas. Huye porque no tiene otra alternativa. Casi por inercia. A veces cobarde, a veces temerario. No es valiente. Es un cura pero, sobre todo, es un hombre.
Este personaje es el protagonista de “El poder y la gloria”, la célebre novela de Graham Greene. La historia está ambientada en México en plena década de 1920, específicamente durante el gobierno de Plutarco Elías Calles. Las tensas relaciones que mantuvieron la Iglesia y el Estado durante el gobierno de Álvaro Obregón se convirtieron en una lucha abierta durante el mandato de Calles, lo que dio origen a la Guerra Cristera.
Este cura quiere huir de Tabasco, el primer estado en donde la religión católica fue terriblemente acorralada. Los demás religiosos han muerto, escapado o han sido obligados a contraer matrimonio. La historia se resume en la eterna fuga de este sacerdote solitario que recorre un inmenso territorio repleto de peligros, abundante en miedos y generoso en culpas para salvar una vida que ya no representa demasiado. De todas formas, ya ha perdido todo su dinero, prestigio y dignidad. Si se aferra a ella es por instinto, para no contradecir aquella sentencia de que mientras hay vida hay esperanza. Al igual que Edipo, el cura se encontrará evadiendo su destino y esquivando los zarpazos de la fatalidad para tratar de darle un sentido real a su existencia.
Pero la salvación no se encuentra ni dentro ni fuera de Tabasco. Salvarse no es una elección. Porque ese conflicto entre el Poder-Estado y la Gloria-Iglesia, no tiene como opción la salvación del individuo. Ambas instituciones son mecanismos que lo oprimen, que lo convierten en traidor o pecador, héroe o mártir, pero nunca en un ser humano libre. El hombre sólo puede existir bajo un nombre, una profesión y una etiqueta. Más allá de este papel de instrumento, parece no existir.
Este no es un libro ameno de leer e incluso a veces se hace pesado, pero con algo de paciencia se puede apreciar la grandeza de ciertos pasajes y sobre todo, el simbolismo que representa el sufrimiento del cura. Porque este cura, ante todo hombre, representa el sufrimiento de todos los hombres, en todas las épocas, que han sufrido por las instituciones que la misma raza humana ha creado en pro de una evolución y progreso que no terminan de llegar nunca.

Joanna

lunes, octubre 20, 2008

Hasta la próxima estación

Iba como uno va en un tren demasiado lleno: obstinada. Quería recuperar mi brazo, mover mi pierna encalambrada, respirar. Era la época en que aún no había adquirido la sana costumbre de leer en el Metro para abstraerme del mundo. Por eso quería salir-escapar de ese vagón infernal cuanto antes. Quería, no era mucho pedir, llegar lo antes posible.
En esas estaba, cuando un muchacho morenito, que iba con la novia, comienza a decir en voz alta:
- ¡Es que yo te quiero mucho mi amor!
Se escuchó en coro un ¡aaayyy vaaaleeee!, proclamación que fue acompañada de risas y miradas suspicaces entre pasajeros que se sentían con la suficiente confianza para vacilar un rato juntos aunque nunca se hubieran visto antes. Beneficios de vivir en Venezuela, donde la confianza no le da asco a nadie.
El muchacho que era de todo menos acomplejado dijo aún más alto para que lo escuchara todo el que no lo había escuchado antes:
- ¿Pero que pasa vale? ¿Es que ustedes no se han enamorado nunca?
El silencio que siguió a sus palabras fue una respuesta clara. La mayoría de las personas en el vagón como que sí se habían enamorado, porque callaron comprensivos. Y animado por ese dominio de su auditorio, el muchacho continuó:
- Yo estoy enamorado y me quiero casar con ella.
Todo el mundo se echó a reír, incluyéndome. Era imposible no ablandarse un poquito con ese enamoramiento que no conocía de vergüenza, timidez o sentido del ridículo. La muchacha que iba a mi lado probablemente cargaba un rosario de amores mal correspondidos porque suspiró fuerte y dijo despectiva:
- Todos dicen lo mismo.
La novia del muchacho reía entre apenada y entusiasmada por esa declaración tan pública de amor. El muchacho, entusiasmado por la atención que estaba generando, decidió ir más lejos.
- ¿Aquí no hay nadie que nos quiera casar?
Todos seguían riéndose y del fondo alguien dijo que sí, que los podía casar. Con mucho esfuerzo se acercó un señor de bigotes hasta la parejita que se veía radiante. El vagón completo permanecía expectante. El improvisado cura hablaba bajito y nunca supe que dijo, si mencionó el nombre de la pareja, si se casaban Marjorie y José, Wilfredo y María Coromoto, Jesús y Jessica del Valle. Lo único que dijo en voz alta y tono triunfante fue:
- Los declaro marido y mujer.
Los noviecitos culminaron la ceremonia con un beso apasionado y yo los miré sin el desagrado acostumbrado que me produce esa escena en el Metro. Todos en el vagón aplaudimos, felices y hasta conmovidos, ajenos al calor, venciendo la claustrofobia y el amargue típico de la hora pico. Yo, venezolana al fin, me puse a comentar el improvisado matrimonio con las muchachas y señoras que tenía al lado:
- Ese ahorita está así, pero espera que lleven tiempo – dijo una.
- Por lo menos nos hizo reír – dije yo
- Sí vale, de verdad que el muchacho es muy cómico –dijo otra
Ya la magia del amor se estaba esfumando, pero el ambiente del vagón había cambiado. Todos estábamos apretados y asfixiados en nuestro vagón-lata de sardinas, pero extrañamente sonrientes. Y casi sin darme cuenta se me cumplió el deseo de cinco minutos atrás: por fin había llegado. Mientras salía, pedí en silencio que ese amor no fuera como tantos otros, que durara, que siempre fuera así o que al menos aguantara hasta la próxima estación.

Joanna

domingo, octubre 19, 2008

Sincerarse a lo García Márquez

"Descubrí que mi obsesión de que cada cosa estuviera en su puesto, cada asunto en su tiempo, cada palabra en su estilo, no era el premio merecido de una mente en orden, sino al contrario, todo un sistema de simulación inventado por mí para ocultar el desorden de mi naturaleza. Descubrí que no soy disciplinado por virtud, sino como reacción contra mi negligencia; que parezco generoso por encubrir mi mezquindad, que me paso de prudente por mal pensado, que soy conciliador para no sucumbir a mis cóleras reprimidas, que sólo soy puntual para que no se sepa cuán poco me importa el tiempo ajeno. Descubrí, en fin, que el amor no es un estado del alma sino un signo del zodiaco".

Fragmento de Memoria de mis putas tristes

lunes, octubre 13, 2008

Y tú, ¿qué criticas?

Desde que la sociedad asumió que por regla general todo crítico es valiente o irreverente, todo el mundo quiere criticar. Es un vicio que se consume de forma pública o privada, con gusto o con culpa, por inercia o con plena y fanática conciencia. Y como todo vicio, no conoce de clases sociales, razas o religiones: criticar está al alcance de todos.
Pero si bien criticar es un denominador común, no todo el mundo hace las mismas críticas. Hay unas que destruyen, otras que fastidian y las hay totalmente inocuas. Esta es una lista de los tipos de críticas más comunes y sus principales características, para reconocerlas y sobre todo, reconocerse en ellas. Si no le gusta la lista bien puede criticarla: de críticas está hecho este post.

Crítica lugar común: Todos los críticos caerán aunque sea una vez en esta categoría, porque es la crítica que todo el mundo hace. Buenos ejemplos de estas críticas son las que se le hacen a Ratzinger, Bush o Chávez, por poner unos ejemplos. Los objetos de esta crítica tienen que ser situaciones o personas que sean continuamente criticadas, así que no hay que devanarse los sesos inventando algo muy rebuscado para criticar. Eso sí, quien caiga en la crítica lugar común, que se olvide del título de original. Esa crítica la hacen todos, así que es una suerte de crítica popular. Y lo popular es muy normal en estos días, incluso más que criticar.

Crítica estética: Esto es criticar a alguien por su fisonomía o por su estilo y es una crítica bastante común, pero no lugar común porque los criticados no siempre son los mismos y las críticas no siempre son iguales. La crítica estética varía, porque los cánones de lo que es bello o no cambian con la clase social, la cultura y el tiempo. Así que hay esperanza para los que reciben la crítica, porque esa barriga prominente o las prendas que conforman ese armario vergonzoso pueden ser alabados en otro círculo social, en otro lugar o con menos suerte, dentro de muchos, muchos años.

Crítica E!: Esto es criticar a los artistas, generalmente de Hollywood, como si fueran conocidos o amigos íntimos. “¿Por qué Lindsay hizo esa estupidez?” “¡Que fea está Posh Spice!” y “Otra vez Britney”, son los comentarios que más suenan en las bocas de quienes critican a las estrellas hollywoodenses. Este es un buen ejemplo de críticas inocuas porque, por más que las critiquen, esas estrellas seguirán ganando los mismos millones, teniendo las mismas mansiones y con un poco más de suerte, manteniendo la misma fama. Claro, esto no aplica si se es un crítico respetado y reconocido, pero aquí no estamos hablando de expertos, sólo de aficionados.

Crítica entre panas: Esa crítica duele, pero se hace. Es cuando se critica a un amigo, por las razones que sea y a veces sin querer. La crítica al amigo viene acompañada de un ligero remordimiento de conciencia, si fue una crítica pequeña y de una resaca moral, si la crítica destruyó al amigo en cuestión. Si se quiere conservar la amistad siempre es bueno evitar la segunda categoría. Y si quiere mantener una amistad sólida, es bueno que la crítica a sus panas sea una excepción, no una regla.

Crítica culta: Es cuando alguien dice o escribe una burrada imperdonable. Ahí saltan varias personas “solidarias” a hacer una crítica supuestamente constructiva: no se dice hubieron se dice hubo, García Márquez no es un dramaturgo venezolano, Japón no queda en África. Y a veces se acompaña de una sonrisita solidaria que en realidad delata el pensamiento: que carajo(a) tan burro(a) vale. Esta crítica hace sentir superior a quien la hace y humillado-arrastrado-miserable a quien la recibe. Pero ni modo, siempre hay alguien dispuesto a someter a otro al escarnio público. Y con una sonrisita y que solidaria, además.

Crítica rebuscada: Esto es criticar por criticar. Aunque no haya motivos. Como cuando se critica a alguien por ser “demasiado bueno”. Las mujeres son muy dadas a la crítica rebuscada sobre todo cuando ven a otra mujer más bonita que ellas. Cuando ven a una mujer perfecta –por naturaleza, cirugía o photoshop- siempre añadirán algo como: “si te fijas bien bien, tiene algo de celulitis…”.

Crítica Shakesperiana: Aquí se crítica a alguien por ser o no ser. Y esto incluye de todo: desde preferencia sexual hasta postura política. Digamos que ser demasiado convencional, poco convencional o medianamente convencional genera sospechas. La triste realidad es que, siendo o no siendo, todos sin excepción nos convertiremos en blancos de crítica en algún momento. He ahí el dilema.

Crítica post mortem:
Es raro pero hay gente pavosa a la que le encanta criticar a los muertos. Casi nunca pasa en los velorios, porque ese es el único momento en que todo el mundo se da el lujo de que lo consideren no bueno, sino buenísimo. Generalmente la crítica se da después, cuando ya todo pasó y la vida retoma su inevitable curso interrumpido por la muerte. Se empieza bajito, como para que el muerto no escuche, no vaya a ser que el espíritu todavía siga por allí. Y empieza: no es por nada, pero fulanito era tremendo. Y sigue por ahí. Los mas espirituales, para calmar la conciencia o por miedo a recibir un intempestivo halón de pies por la noche, siempre terminan religiosamente la crítica con un “hablo del cuerpo y no del alma”. Por si acaso.

Crítica histórica: Esta es derivada de la crítica post mortem, pero tiene tanta personalidad que merece un apartado. Hay gente, sobre todo la que se cree muy culta o intelectual, que critica a los personajes históricos. Que si ese Bolívar era un cobarde. Que ese Che que hace mirando al horizonte con cara de iluminado, como si nadie supiera que era un sanguinario. Que si Hitler fue el segundo anticristo. Y Napoleón el primero. Que si Marx jodió a todo el mundo y para siempre. En fin. La crítica histórica toca a todos lo que hayan hecho historia -aunque suene redundante-, incluso a los genios como Newton, a los que la mayoría de los estudiantes de bachillerato aborrecen, maldicen y ocasionalmente critican por su evidente falta de vida social. Aquí no importa si se habla del cuerpo o del alma: la mayoría murieron hace demasiado tiempo como para temerles aunque sea un poquito.

La metacrítica: La gente que critica a los que critican o a las críticas en general. Al parecer hacen lo mismo, pero con diferentes intenciones, aunque no se sabe si con iguales consecuencias. Los críticos de la crítica aún no han aprendido a luchar contra esta contradicción y generalmente se estrellan contra un irrefutable y aplastante “y si tú haces lo mismo ¿por qué criticas?”
Joanna

lunes, octubre 06, 2008

Existencialenta

La calle es un encuentro de misterios que se congregan lentamente. Por eso todo el mundo está impaciente aunque sea inútil. Nadie puede apurar la aparición de una estrella fugaz. El vino se toma despacito, los ojos se cierran poco a poco. Hasta el amanecer debe esperar su turno para aparecer en el cielo. No se puede forzar un buenos días, las cosas no están para acelerar simpatías, el mundo a veces da vueltas para que nos quedemos en el mismo lugar. No es casualidad este tic tac detenido. Los más frenéticos escupen maldiciones y se preguntan que es esto que está inmóvil. Y no, no es la eternidad: es el tiempo.

Joanna

sábado, octubre 04, 2008

Paula


“Silencio antes de nacer, silencio después de la muerte, la vida es puro ruido entre dos insondables silencios”

Si La casa de los espíritus es un título sugerente, Paula es eso: Paula. Un nombre de mujer. Un nombre simple además. Un mantra, si se repite muchas veces.
Paula. Así se llamaba la hija de Isabel Allende. La muchacha de cabello negro y ojos vivaces que se encuentra en las portadas de muchos libros con su nombre: esa era ella. Fue ella la que inspiró a su madre una larga carta que comienza diciendo: “Escucha, Paula, voy a contarte una historia, para que cuando despiertes no estés tan perdida”. Pero después de que en diciembre de 1991 Paula cayera en coma, nunca más despertó.
Esta larga carta, cuya destinataria era una joven inmóvil y ausente, se convirtió en libro sin querer. Por eso Isabel Allende escribe con tanta franqueza los capítulos más alegres, amargos o curiosos de su propia vida, de su familia y de su país. Por un lado la lenta y silenciosa agonía de Paula, la dictadura militar chilena y la desesperanza del exilio. Por el otro, la visitas de la autora con su abuelo a la tragicómica lucha libre, su aventura como falsa bataclana y las peripecias sufridas con su primer amor: un muchacho boliviano alto, flaco y profundamente orejón.
Cuando el lector es consciente que está asistiendo a la larga agonía de una joven narrada por su madre, una mujer llena de vida, es imposible no ceder ante el cliché de la esperanza. Pero Paula no es ni remotamente un lugar común. Es un relato sublime repleto de contrastes, realismo mágico, extravagancias. Hasta se perdona el título simple: este testimonio de vida definitivamente no puede tener otro nombre. Es, junto con La casa de los espíritus, de los mejores libros de Isabel Allende.

Nota: Leí hace poco La suma de los días, que es una especie de continuación de Paula. No voy a decir que me decepcionó, pero creo que su mayor valor está en que nos dice que sucedió en la vida de los inolvidables familiares de Isabel Allende, que vuelven a ser protagonistas en estas memorias. Es ese sentido, cumple su función. No me fascinó pero es recomendable, siempre y cuando se haya leído Paula.