“Silencio antes de nacer, silencio después de la muerte, la vida es puro ruido entre dos insondables silencios”
Si La casa de los espíritus es un título sugerente, Paula es eso: Paula. Un nombre de mujer. Un nombre simple además. Un mantra, si se repite muchas veces.
Paula. Así se llamaba la hija de Isabel Allende. La muchacha de cabello negro y ojos vivaces que se encuentra en las portadas de muchos libros con su nombre: esa era ella. Fue ella la que inspiró a su madre una larga carta que comienza diciendo: “Escucha, Paula, voy a contarte una historia, para que cuando despiertes no estés tan perdida”. Pero después de que en diciembre de 1991 Paula cayera en coma, nunca más despertó.
Esta larga carta, cuya destinataria era una joven inmóvil y ausente, se convirtió en libro sin querer. Por eso Isabel Allende escribe con tanta franqueza los capítulos más alegres, amargos o curiosos de su propia vida, de su familia y de su país. Por un lado la lenta y silenciosa agonía de Paula, la dictadura militar chilena y la desesperanza del exilio. Por el otro, la visitas de la autora con su abuelo a la tragicómica lucha libre, su aventura como falsa bataclana y las peripecias sufridas con su primer amor: un muchacho boliviano alto, flaco y profundamente orejón.
Cuando el lector es consciente que está asistiendo a la larga agonía de una joven narrada por su madre, una mujer llena de vida, es imposible no ceder ante el cliché de la esperanza. Pero Paula no es ni remotamente un lugar común. Es un relato sublime repleto de contrastes, realismo mágico, extravagancias. Hasta se perdona el título simple: este testimonio de vida definitivamente no puede tener otro nombre. Es, junto con La casa de los espíritus, de los mejores libros de Isabel Allende.
Nota: Leí hace poco La suma de los días, que es una especie de continuación de Paula. No voy a decir que me decepcionó, pero creo que su mayor valor está en que nos dice que sucedió en la vida de los inolvidables familiares de Isabel Allende, que vuelven a ser protagonistas en estas memorias. Es ese sentido, cumple su función. No me fascinó pero es recomendable, siempre y cuando se haya leído Paula.
Si La casa de los espíritus es un título sugerente, Paula es eso: Paula. Un nombre de mujer. Un nombre simple además. Un mantra, si se repite muchas veces.
Paula. Así se llamaba la hija de Isabel Allende. La muchacha de cabello negro y ojos vivaces que se encuentra en las portadas de muchos libros con su nombre: esa era ella. Fue ella la que inspiró a su madre una larga carta que comienza diciendo: “Escucha, Paula, voy a contarte una historia, para que cuando despiertes no estés tan perdida”. Pero después de que en diciembre de 1991 Paula cayera en coma, nunca más despertó.
Esta larga carta, cuya destinataria era una joven inmóvil y ausente, se convirtió en libro sin querer. Por eso Isabel Allende escribe con tanta franqueza los capítulos más alegres, amargos o curiosos de su propia vida, de su familia y de su país. Por un lado la lenta y silenciosa agonía de Paula, la dictadura militar chilena y la desesperanza del exilio. Por el otro, la visitas de la autora con su abuelo a la tragicómica lucha libre, su aventura como falsa bataclana y las peripecias sufridas con su primer amor: un muchacho boliviano alto, flaco y profundamente orejón.
Cuando el lector es consciente que está asistiendo a la larga agonía de una joven narrada por su madre, una mujer llena de vida, es imposible no ceder ante el cliché de la esperanza. Pero Paula no es ni remotamente un lugar común. Es un relato sublime repleto de contrastes, realismo mágico, extravagancias. Hasta se perdona el título simple: este testimonio de vida definitivamente no puede tener otro nombre. Es, junto con La casa de los espíritus, de los mejores libros de Isabel Allende.
Nota: Leí hace poco La suma de los días, que es una especie de continuación de Paula. No voy a decir que me decepcionó, pero creo que su mayor valor está en que nos dice que sucedió en la vida de los inolvidables familiares de Isabel Allende, que vuelven a ser protagonistas en estas memorias. Es ese sentido, cumple su función. No me fascinó pero es recomendable, siempre y cuando se haya leído Paula.
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