lunes, enero 03, 2011

Entrevistas malandras de Nelson Hippolyte Ortega


Según el DRAE, se le denomina malandro (dra) en Venezuela al delincuente, especialmente al joven. Sin embargo, hay quizás otra noción que se infiere en el uso de esta palabra y que no se encuentra en la definición oficial: la actitud. Y es que los delincuentes, a lo Pedro Navaja, tienen una actitud arriesgada, guapetona, temible. Malandra, pues.
Esa concepción no escrita en ningún lado –sólo en el imaginario simbólico venezolano-, es la que mejor describe el tono de las entrevistas de Nelson Hippolyte Ortega, publicadas en la revista Feriado del periódico El Nacional entre 1982 y 1989 y que se compilan en esta obra. Algunas de ellas fueron hechas a personajes que estaban en la cumbre de su éxito; otros eran glorias caídas que recordaban los días luminosos con soberbia, nostalgia y pasión. Los paraísos e infiernos personales de estas figuras públicas se revelan ante las hábiles preguntas del entrevistador que se convierte, más de una vez, en un actor importante de ese pugilato periodístico.
Entrevistas malandras (40 conversaciones irreverentes) es una compilación imperdible no sólo para periodistas interesados en el género, sino para todos los que quieran acercarse a través del recuerdo o el conocimiento a esa Venezuela de los 80 que hoy en día parece tan sospechosamente lejana. Aunque muchas personas puedan juzgar algunas preguntas o posturas del periodista como poco éticas, todas las entrevistas permiten una reflexión y aprendizaje sobre el ejercicio periodístico independientemente de si se está de acuerdo con este estilo malandro o no.
María Conchita Alonso interrumpió la entrevista cuando se le preguntó, en la cumbre de su carrera, si quería ser famosa. Aldemaro Romero afirmó que no pertenecía al gay power de la cultura venezolana. Arturo Uslar Pietri opinó que el cine venezolano era muy malo. Delia Fiallo contó, con una ternura infinita, que había tenido una rata como mascota. Oscar Yanes hizo esta confesión delirante: cuando la noticia que debía cubrir era de un ahorcado, le pedían a los funcionarios policiales que lo volvieran a colgar para tomar la foto que acompañaría el artículo. Las Entrevistas malandras están llenas de momentos memorables como estos, que reflejan el lado humano -y un poco oscuro- de esas famosas figuras.
De esta obra, sólo hay dos detalles que lamenté: la falta de fotos que acompañen las entrevistas y la portada, que no le hace ninguna justicia al contenido. Espero puedan mejorar ambos aspectos para próximas ediciones. Del resto, la recomiendo plenamente.

Joanna Ruiz Méndez

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