jueves, agosto 07, 2008

Delirio

No. Y otra vez que sí. Este sueño largo es extraño. Diferente a todos. Sabe mal. Se te recuesta en la garganta y sabe mal. Te seca la boca. Se engancha en tus párpados y te cierra los ojos. De repente, ¡paff! te suelta los párpados y abres los ojos de forma violenta. Y ves alrededor y todo ha cambiado. Y sólo ha pasado un segundo.
Es el delirio. Tiene minutos tan largos y horas tan cortas. Te obliga a jugar con el tiempo como si fuera una plastilina dura. Tan dura que la machacas y casi no cambia de forma. Pero luego la vuelves a apretar y se vuelve una figura grotesca. Con ojos, nariz, lengua. Una cara burlona.
Aquello se vuelve una nube, un gato, una patilla. Huele raro. Tiene un olor definido: indefinido. Te hace pensar que el dolor, la rabia y la tristeza tienen el mismo color. Se diferencian por su nivel de oscuridad. Aquella es mi mamá. Pero tiene barba. Se parece al señor de la televisión. Pero el de la televisión es Dios. Dios es abogado en esa serie. Se come los restos de comida que dejó el perro. Y jura en vano. No le importa su nombre.
Luchas contra las imágenes confusas. Pero vuelven y te hacen creer que eres guerrero, salvador de la humanidad, bebé. Te ponen un sombrero y un vestido azul. Te quitan la ropa cómoda y te colocan un casco. Lucha así, te gritan. Casi desnudo. Demuestra de qué estás hecho. Y tú aceptas el reto, te levantas (o eso crees) y vas a luchar. Pero se te abren los ojos violentamente (otra vez) y te das cuenta. Sigues en la cama. Ni dura ni blanda. Ni cómoda. Una cama. Y sientes no haberla abandonado desde hace mucho tiempo. O tal vez sí.

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