domingo, noviembre 09, 2008

Hambre: la otra cara de la crisis

“Nosotros tenemos crisis. Ellos tienen hambre”.

Ayer estaba escuchando, más que viendo, la Gala FAO que transmitió Televisión Española. Hubo desfile de personalidades, espectáculos y vestidos caros, que contrastaban un poco con el tema central del evento: el hambre en el mundo. No se quién dijo la frase con la que inicié este post, pero admito que me impactó. “Nosotros tenemos crisis. Ellos tienen hambre”. ¿Quiénes somos nosotros? ¿Quiénes son ellos? Supongo que él, porque era un hombre, se refería a la sociedad española con aquello de nosotros, aunque el descalabro en la economía ha afectado al mundo entero. Y al decir ellos, probablemente pensaba en la gente de los países más pobres del mundo, de aquellas naciones en donde se afincaron de forma especialmente cruenta y persistente todos los males que hace tiempo se escaparon de la caja de Pandora. Entre esos, el hambre.
No creo que haya sido exactamente por el programa en cuestión, pero creo que algo tuvo que ver con el hecho de que por primera vez pensé en el hambre como una realidad concreta. Hasta ayer creo que lo había visto más como un problema abstracto. Una sensación de vacío en el estomago que en algunos es permanente. Un síntoma que advierte la obligación de satisfacer una necesidad: comer. Pero el hambre es más que una definición en un diccionario o una aproximación teórica. Es una realidad dura, aplastante, terrible. Quiénes conviven con el hambre, se llenan de hambre y se acuestan con el hambre, no pueden vivir más allá de esa dimensión. Sólo existe ese desierto interior en donde nada puede crecer. Ni aspiraciones, ni metas, ni las famosas ambiciones que nosotros consideramos como razón de vida. Lo único que puede existir es la certeza de esa perpetua agonía que en forma de monstruo se apodera de las entrañas. Y por más que mi abuelo dijera que uno sólo sentía hambre hasta que se acostumbraba a ella, me niego a creer en esa salida fácil. No creo que nadie se pueda acostumbrar a esa tortura diaria que debe ser vivir con hambre.
Para quien no ha tenido carencias, darle valor a las cosas que se tienen resulta una tarea titánica. Pero basta reflexionar un poco para entender que aquello que se considera un terrible síntoma de la crisis, como el aumento de los arbolitos de Navidad o de los ingredientes de las hallacas, no son más que las problemáticas que pueden asumir quienes ya tienen todo lo demás. Y aunque no hay que acostumbrarse a la crisis, antes de quejarnos por no poder comprar otro par de zapatos o tener un cupo de dólares risible, deberíamos pensar lo que esa crisis representa para otros: un sinónimo de hambre. Poner el acento sobre las cosas más importantes. Pensar en los demás, aunque sea por una vez.

Joanna

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