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Desde que era niña lo supe: no hay mejor regalo que un libro. Siempre que los recibía me embargaba una felicidad infinita, porque sabía que estaba a punto de adentrarme en un universo desconocido, vivir otras vidas, trasladarme a otra época, enfrentarme a nuevos miedos y apropiarme de otras nostalgias. Era y soy una defensora de los libros como obsequio porque sé que, incluso aquellos que no son obras maestras, dejan alguna huella en el alma y la memoria.
Aunque ya en otro post asomé lo importante que han sido los libros para mí en esta época, hoy quiero hacerles un recuento más detallado sobre cuatro libros que llegaron a mí en la Navidad y que marcaron, de una u otra manera, mi niñez y adolescencia.
365 cuentos de la abuelita: Este libro me lo regalaron cuando tenía como seis años y, aunque era una historia para cada día y algunos cuentos eran tan largos que los dividían en varios días, recuerdo que yo los leí en dos o tres semanas. Me acuerdo que en esta obra había cabida para todo: una niña caprichosa que solo quería cenar "cabritillo asado, queso y miel", muchachas preciosas de ojos azules y cabellos largos a las que siempre aspiré parecerme, jóvenes simples que debían conquistar su destino a punta de valentía y metáforas sobre la vida, la muerte y la libertad. Recuerdo que, a fuerza del uso permanente, lo desencuaderné y se fueron perdiendo las hojas. Con el tiempo, el libro se perdió definitivamente. Si alguna vez lo consigo en una librería prometo comprarlo, tratarlo un poco mejor y darle, en mi biblioteca, el puesto de honor que se merece.
La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson: Este es, sin dudarlo, el libro de las navidades de mi infancia y adolescencia. Como me lo regalaron un 24 de diciembre, tomé la costumbre durante varios años de comenzar a leerlo en la misma fecha. Jim Hawkins, John Trelawney, Ben Gunn y Billy Bones llenaron de aventuras, emoción y suspenso mis diciembres. Aunque ya sabía el final, no podía evitar sobresaltarme con cada giro de la historia y descubrir nuevos detalles que antes había dejado pasar. Dos personajes me encantaban: Long John Silver, el bribón pero simpático pirata que le pone picante a esta historia y el doctor David Livesey, hombre correcto y sensato que a mí me parecía simplemente perfecto. Ya desde hace varios años no lo he leído y temo que quizás sí retome esta costumbre ya no sea igual. Prefiero mantener a estos personajes, por los momentos, en un lugar privilegiado y especial de mis recuerdos.
La cabaña del tío Tom, Harriet Beecher Stowe: Me lo regalaron a los diez u once años, junto a La isla del tesoro, y también tuve oportunidad de leerlo antes de que terminara el año. Sin embargo, no se me ocurrió reelerlo en un buen tiempo y, por supuesto, no lo hice en navidad. Si ustedes han leído esta obra, sabrán que es tan triste y desoladora que deja un hueco en el corazón que es difícil de tapar. Creo que fue el primer libro que leí sobre la esclavitud por lo que me costó digerir y entender tanta maldad, injusticia y crueldad. Aunque no lo recomendaría para una época tan festiva, sí le agradezco que me haya hecho entender las distintas y oscuras facetas que puede adquirir la naturaleza humana.
El libro ilustrado de los mitos, de Neil Philip: Esta ha sido de las mejores obras que me han regalado y fue un obsequio de Navidad que me dieron, si no estoy mal, cuando tenía 12 años. Este libro magnífico compilaba mitos de diversas culturas que abordaban desde los orígenes de la tierra y la humanidad hasta las historias de dioses que controlaban cada aspecto de la vida del hombre, sin olvidar los relatos sobre el fin del mundo. Recuerdo que cada tanto lo releía -muchas veces en diciembre- para volver a revivir los 12 trabajos de Hércules, visitar con Loki y Thor la tierra de los gigantes y recordar cómo Ganesha había terminado con una cabeza de elefante. Esta obra hizo que me apasionara por la mitología y me permitió conocer otras culturas y otras visiones sobre la vida, la naturaleza e, incluso, la muerte.
Joanna Ruiz Méndez
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