sábado, diciembre 31, 2016

2016: el resumen


Pixabay / CC0 Public Domain
Hace algunos años, me parecía que con cada año que se terminaba, se cerraba un capítulo de nuestra vida. Hoy pienso lo mismo, pero he vivido lo suficiente como para saber que no dejamos con el 31 de diciembre nuestros asuntos pendientes, nuestras frustraciones, nuestras alegrías ni los sueños que tenemos: al 1 de enero llegamos con toda esa carga, mitad lastre mitad tesoro, con la esperanza de moldearla y convertirla en algo más acorde a nuestras expectativas y a nuestras ilusiones.
Sin embargo, me gusta eso de hacer recuentos, de mirar hacia atrás y repasar los momentos que fueron relevantes durante el año. A pesar de que sé que con esto no lograré que 2017 traiga recetas mágicas para mejorar mi vida ni soluciones instántaneas para conseguir todo lo que quiero, sí siento que me permitirá asumir de una mejor manera los próximos 365 días. Así que aquí les dejo este resumen de mi año que está conformado, en su totalidad, por las lecciones aprendidas.

Perder es ganar un poco. No sé que piensan ustedes, pero yo creo que Maturana tenía razón. A veces perder -trabajos, amistades, amores- es la receta para una vida más plena. Creemos que debemos aferrarnos a todo lo que hemos alcanzado porque nos da miedo pensar que no conseguiremos nada más o nada mejor. Y pensar así es una receta segura para una vida infeliz. Muchas veces dejar ir, es la única manera de evolucionar y de encontrarse uno mismo. Ya lo decía Cerati: "poder decir adiós, es crecer". En 2016 me tocó decir adiós no una, sino muchas veces, así que sé de lo que hablo.

Escribir es terapéutico. La escritura siempre ha formado, de una u otra manera, parte de mi vida. Sin embargo, en los últimos años la había abandonado un poco y, con esto, había abandonado una parte fundamental de lo que soy. En 2016 retomé el hábito de escribir y desperté esa pasión abandonada; entendí que no solo me gusta y la necesito, sino que también me hace bien. En 2017 espero que la escritura sea una parte fundamental de mi vida porque pocas cosas me hacen sentir más feliz.

Solo sé que no sé nada... y eso es bueno. Asumir que uno lo sabe todo en la vida es tan estúpido como peligroso porque es un camino rápido y seguro a la vejez espiritual. Nada mantiene al alma tan joven como la curiosidad y la sed de aprender cosas nuevas. Este año comencé a estudiar una maestría y me di cuenta que son miles las cosas que desconocía y que me tocaba volver a aprender. Y me encantó. Mantenerme en mi zona de confort y hacer lo que siempre he hecho me asegura que todo saldrá bien, pero acercarme a nuevos conocimientos me permitirá ser una mejor profesional y, si lo sacamos del ámbito académico, también una mejor persona.

Las mascotas nos alegran la vida. Ya lo sabía porque tuve mascotas en Caracas, pero lo había olvidado un poco porque desde que llegué a Colombia no había tenido oportunidad de tener una. Lo más parecido fue Kira, la perrita de la prima que me recibió en Bogotá, y que se ponía feliz cuando yo llegaba del trabajo: ladraba, meneaba la cola y se echaba en el piso con la panza hacia arriba para que la acariciara. Sin embargo, no era mía y cuando me mudé, tuve que despedirme de ella. Este año decidimos adoptar con mi hermana a un gato negro, negrísimo, que nos cambió la vida. Orión -con sus maullidos a destiempo, sus rasguños, sus espóradicas pero sinceras demostraciones de cariño- ha cumplido perfectamente con la labor de todas las mascotas: convertir cualquier casa, o apartamento, en un verdadero hogar.

Es mejor acumular experiencias que objetos. Cada mudanza en Bogotá -ya van 3- me han demostrado lo mismo: uno se llena de cosas, muchas cosas, a lo largo de su vida. Y en la medida que se aferra a esos objetos, uno de alguna manera se va haciendo más pesado, más lento. Mientras más tenemos, más parecemos necesitar y, en muchos casos, nos llenamos de artículos inservibles que solo sirven para estorbar. Es por eso que una de las lecciones que me ha dejado este año es entender que es mejor invertir en experiencias que en productos. Un buen concierto, una cena deliciosa en compañía de tus amigos o un viaje inolvidable al lado de tu familia son muchos más valiosos que cualquier artefacto, cosmético o prenda de vestir.

Leer es la felicidad. Este año reafirmé mi amor por los libros, el cual compartí con ustedes en este blog. Aunque no pude culminar el Desafío de Lectura 2016 -solo alcancé a completar el libro escrito por un periodista y fue Tinísima, de Elena Poniatowska, del que hablaré en otro post-, me mantuve leyendo todo el tiempo y reafirmé que nada en el mundo me hace más feliz que un buen libro. Leer me ha hecho vivir muchas vidas, emocionarme hasta las lágrimas, profundizar en los elementos comunes que conforman y mueven la naturaleza humana y viajar no solo en el espacio, sino también en el tiempo. Leer sigue siendo la mejor conexión conmigo misma y con mi entorno, así como la mejor manera de entender el mundo que me rodea.

Espero que su resumen también esté pleno de aprendizajes y que el balance sea positivo. Gracias por acompañarme en 2016 y espero que durante 2017 sigamos compartiendo nuestra pasión profunda y absoluta por los libros.


Joanna Ruiz Méndez

martes, diciembre 13, 2016

Mi navidad en cuatro libros


Crédito: unsplash.com/ @aaronburden

Desde que era niña lo supe: no hay mejor regalo que un libro. Siempre que los recibía me embargaba una felicidad infinita, porque sabía que estaba a punto de adentrarme en un universo desconocido, vivir otras vidas, trasladarme a otra época, enfrentarme a nuevos miedos y apropiarme de otras nostalgias. Era y soy una defensora de los libros como obsequio porque sé que, incluso aquellos que no son obras maestras, dejan alguna huella en el alma y la memoria.
Aunque ya en otro post asomé lo importante que han sido los libros para mí en esta época, hoy quiero hacerles un recuento más detallado sobre cuatro libros que llegaron a mí en la Navidad y que marcaron, de una u otra manera, mi niñez y adolescencia.

365 cuentos de la abuelita: Este libro me lo regalaron cuando tenía como seis años y, aunque era una historia para cada día y algunos cuentos eran tan largos que los dividían en varios días, recuerdo que yo los leí en dos o tres semanas. Me acuerdo que en esta obra había cabida para todo: una niña caprichosa que solo quería cenar "cabritillo asado, queso y miel", muchachas preciosas de ojos azules y cabellos largos a las que siempre aspiré parecerme, jóvenes simples que debían conquistar su destino a punta de valentía y metáforas sobre la vida, la muerte y la libertad. Recuerdo que, a fuerza del uso permanente, lo desencuaderné y se fueron perdiendo las hojas. Con el tiempo, el libro se perdió definitivamente. Si alguna vez lo consigo en una librería prometo comprarlo, tratarlo un poco mejor y darle, en mi biblioteca, el puesto de honor que se merece.

La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson: Este es, sin dudarlo, el libro de las navidades de mi infancia y adolescencia. Como me lo regalaron un 24 de diciembre, tomé la costumbre durante varios años de comenzar a leerlo en la misma fecha. Jim Hawkins, John Trelawney, Ben Gunn y Billy Bones llenaron de aventuras, emoción y suspenso mis diciembres. Aunque ya sabía el final, no podía evitar sobresaltarme con cada giro de la historia y descubrir nuevos detalles que antes había dejado pasar. Dos personajes me encantaban: Long John Silver, el bribón pero simpático pirata que le pone picante a esta historia y el doctor David Livesey, hombre correcto y sensato que a mí me parecía simplemente perfecto. Ya desde hace varios años no lo he leído y temo que quizás sí retome esta costumbre ya no sea igual. Prefiero mantener a estos personajes, por los momentos, en un lugar privilegiado y especial de mis recuerdos.

La cabaña del tío Tom, Harriet Beecher Stowe: Me lo regalaron a los diez u once años, junto a La isla del tesoro, y también tuve oportunidad de leerlo antes de que terminara el año. Sin embargo, no se me ocurrió reelerlo en un buen tiempo y, por supuesto, no lo hice en navidad. Si ustedes han leído esta obra, sabrán que es tan triste y desoladora que deja un hueco en el corazón que es difícil de tapar. Creo que fue el primer libro que leí sobre la esclavitud por lo que me costó digerir y entender tanta maldad, injusticia y crueldad. Aunque no lo recomendaría para una época tan festiva, sí le agradezco que me haya hecho entender las distintas y oscuras facetas que puede adquirir la naturaleza humana.

El libro ilustrado de los mitos, de Neil Philip: Esta ha sido de las mejores obras que me han regalado y fue un obsequio de Navidad que me dieron, si no estoy mal, cuando tenía 12 años. Este libro magnífico compilaba mitos de diversas culturas que abordaban desde los orígenes de la tierra y la humanidad hasta las historias de dioses que controlaban cada aspecto de la vida del hombre, sin olvidar los relatos sobre el fin del mundo. Recuerdo que cada tanto lo releía -muchas veces en diciembre- para volver a revivir los 12 trabajos de Hércules, visitar con Loki y Thor la tierra de los gigantes y recordar cómo Ganesha había terminado con una cabeza de elefante. Esta obra hizo que me apasionara por la mitología y me permitió conocer otras culturas y otras visiones sobre la vida, la naturaleza e, incluso, la muerte. 
 
Joanna Ruiz Méndez