lunes, abril 05, 2010

Todo un pueblo




Todo un pueblo, novela escrita por Miguel Eduardo Pardo y publicada en 1899, es una sátira de la Caracas de la época, pero es también una crítica áspera a la sociedad venezolana en general, a sus habitantes y la mentalidad de sus habitantes, a su historia.
Julián Hidalgo, joven descendiente de indígenas bravíos a los que “la historia de la conquista negó el valor y regateó el heroísmo”, es el atormentado protagonista de la novela. Villabrava, su ciudad, es un territorio que alberga personajes grotescos y vulgares, injusticias por doquier, carencias morales y sociales que enervan la sangre de Julián. Luego de pasar unos años en la finca de su padre, Julián regresa a Villabrava. Se cree depositario de una misión titánica e imposible: invitar a la reflexión a la sociedad villabravense.
Aunque intuye que su tarea no rendirá frutos, el protagonista igual decide realizarla con la entrega y determinación de un mártir. En un acalorado discurso, enfrenta a los villabravenses con la verdad y les dice: “Villabrava es un pueblo enfermo y la enfermedad es tan cruel, tan impenitente, tan tenaz, que está pidiendo el experimento y diagnóstico inmediatos de los más despiadados alienistas del espíritu”.
Después de su discurso revolucionario, Julián Hidalgo se convierte en enemigo de todo un pueblo, que lo mira como el mal elemento que quiere alterar la falsa paz y estabilidad de la ciudad. Y si su vida pública es desastrosa, la privada no es mejor: el romance que sostiene con su prima segunda, Isabel Espinosa, es impedido por el padre de ésta, Don Anselmo, quien a su vez desea incontrolablemente a Susana Hidalgo, la viuda de espíritu sensual quien es madre de Julián.
En este escenario moralmente desolador, Pardo no le otorga mayor esperanza a Villabrava y refleja su pesimismo a través del personaje de Luis Acosta –amigo y antítesis de Julián-: “Villabrava seguirá lo mismo que la hicieron… Los que tuvieron el mal gusto de hacerla: con sus calles torcidas como sus conciencias; con sus orgullos estúpidos, con sus dolencias públicas, con sus chismes, con sus infamias, con sus apodos soeces, con sus delitos sin castigo, con sus mismos hombres y sus mismas vergüenzas”. El autor critica a la “anémica” aristocracia, a la clase media, al manejo de la información en los medios –manejados por una burguesía mediocre y corrupta- y el poco provecho que Villabrava, después de sacudirse del colonialismo, le dio a su libertad. Esa libertad que “debió ser origen de bienes incalculables, de orden, de paz, de igualdad, de liberalismo y democracia” y que “empezó a trocarse a lo mejor en inesperado desorden”.
Esta novela fue polémica y terriblemente criticada en su momento por el duro ataque de Pardo a la sociedad venezolana. Villabrava es Caracas, una Caracas que se creía profundamente moderna después de la transformación impuesta por Antonio Guzmán Blanco –al que el autor llama en el libro “el tremendo nivelador”, por su mano dura y espíritu progresista- y a la que Pardo define sin reparos como todo un pueblo. Pero Villabrava es también Venezuela, con un pasado histórico que es un lastre y que está de repleto de oportunidades perdidas y personajes malintencionados –que bien pudieron ser gobernantes o ciudadanos- que echaron por tierra lo que pudo haber sido el país. Esta terrible crítica hacia Venezuela puede no ser totalmente entendida si no se conoce el contexto histórico, político y social en que fue escrita. Sin embargo, y a pesar del siglo petrolero de diferencia, muchas características de esa Villabrava de Miguel Eduardo Pardo siguen vigentes en la Venezuela actual, aún cuando ahora el terrible peso de las promesas incumplidas y esperanzas rotas parezca sentirse mucho, muchísimo más.

Joanna Ruiz Méndez

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