Vista panorámica de Bogotá desde Monserrate. |
Cuando llegué a Bogotá en 2014, lo hice con tres propósitos:
- Quedarme.
- Adaptarme.
- Cumplir mis sueños.
Lo primero lo
logré. Lo segundo, más o menos. Lo tercero no, pero eso es tema de otro post.
Sin embargo, entre lo primero y lo segundo, aprendí a conocer muy bien esta
ciudad y, a pesar de nuestra relación compleja, a querer muchas cosas de ella. El
cierre de un ciclo es un buen momento para mirar hacia atrás y aquí quiero
hacerlo para contarles mis cinco cosas favoritas de Bogotá.
La comida: En Bogotá viví momentos agridulces
que se vieron suavizados por el poder sanador de la comida. Los buñuelos, el
ajiaco, la changua, las almojábanas, los pandebono y los tamales tuvieron un
efecto terapéutico en mi vida: cada vez que estuve triste, consolaron mi
corazón y mi barriga. Debo hacer una mención especial a las panaderías de esta
ciudad -especialmente las de barrio- que, con su constante olor a pan recién
hecho y su festival de roscones con bocadillo y arequipe, repollas, pandeyucas
y pan francés, alegraron más de una tarde lluviosa, acompañaron cientos de
tintos y aderezaron varios momentos con compañeros de trabajo y más de un amigo.
Si hay algo que siempre voy a recordar de Bogotá es su comida maravillosa y su
increíble capacidad de transformar mi estado de ánimo en un segundo.
El ajiaco es uno de los tesoros de la gastronomía colombiana. / Crédito: El Agujero |
Las librerías y las bibliotecas: Mi paso por
Bogotá me permitió encontrarme de manera constante con los libros. Y, ustedes
que me leen, probablemente saben que pocas cosas me hacen más feliz que un
libro. Por eso, cada vez que iba a Wilborada 1047, a la Lerner –a la del centro
o a la de la 93-, a Tornamesa e incluso a una Panamericana, me conectaba con
esa felicidad sencilla que me da la lectura, la posibilidad de una compra, el
encuentro con un autor conocido o con uno por conocer. Visitar bibliotecas
enormes y preciosas como la Virgilio Barco o la Julio Mario Santo Domingo me
hacía sentir como en casa porque, como sabrán, la literatura y sus templos son
un hogar para mí. En mi cabeza, Bogotá es sinónimo de libros y también de casualidades
y vivencias que fueron convocadas por ellos.
La FILBo: La lectora voraz que hay en mí
celebraba cada año la llegada de la Feria del Libro de Bogotá. Saber que la
ciudad congregaría escritores, amantes de los libros, conversatorios,
encuentros con personalidades destacadas de la literatura y obras que iban
desde best sellers hasta incunables –y
clásicos, novelas gráficas, autoayuda y todo lo que a uno pudiera ocurrírsele-
me emocionaba de una manera inexplicable y me hacía sentir afortunada de estar
la ciudad. La FILBo no me decepcionó ni una vez y me dejó, además, una imagen
gloriosa: la de J.M. Coetzee mirándome a los ojos antes de firmarme uno de sus
libros. Para no olvidar.
La música: Vivir en Bogotá me dio la
oportunidad de conectarme con la música de toda Colombia. Aprendí a apreciar el
vallenato y la cumbia, me enamoré aún más de Carlos Vives y de su increíble
legado a la música –y de su buena vibra también-, conocí grupos tan chéveres
como ChocQuibTown, Bomba Estéreo y Monsieur Periné e incluí las canciones de Santiago
Cruz y Andrés Cepeda a la banda sonora de mi vida. Además del talento local, pude
asistir a conciertos de varios artistas y grupos internacionales que siempre
había querido disfrutar en vivo. A nivel musical, Bogotá me regaló nuevos sonidos
y cadencias que me acompañarán a donde sea que decida bailar y mover las caderas.
El ritmo viaja con uno.
Concierto de Monsieur Periné en Cafam Floresta. Febrero 2016.
Ciertos paisajes: Las casas de estilo inglés de Quinta
Camacho, los caminos empedrados de Monserrate, el verde absoluto del Parque de
la 93 que irrumpe en medio del concreto y la prisa de los oficinistas casi como
un desafío, los espejos de agua de la Virgilio Barco… Bogotá me dejó muchas imágenes
bellas, curiosas y persistentes que se volvieron una referencia cuando pienso
en mi propia vida y las experiencias que la han constituido. Varios de sus paisajes
se convirtieron en piezas destacadas del rompecabezas irregular que es mi
memoria. A veces no encajan como quisiera pero allí están y siento que, por
mucho tiempo, me harán compañía.
Joanna Ruiz
Méndez