lunes, septiembre 26, 2011

Alma de viejita


Me emociono con un bolero. A veces, me gustaría cambiar los jeans por un vestido largo y vaporoso. Tengo nostalgia de tiempos antiguos que conozco solo por libros o por referencia. La gente se me acerca para pedirme consejos y, en ocasiones, miro resignada al futuro como si nada pudiera sorprenderme. Sí, lo confieso: tengo alma de viejita.
No sé desde cuando me di cuenta. Creo que fue desde que era una niña, cuando veía con superioridad a mis compañeritos corriendo como salvajes mientras yo leía libros grandes y enredados. Solo uno de ellos me superaba: no tendría ni ocho años y ya lo emocionaba la risa de Pilar Ternera –esa que espantaba las palomas-, en Cien Años de Soledad. Aparte de él, todos me parecían unos niñitos. Así mismo. Unos muchachitos que aún no habían madurado.
Seguí creciendo y la viejita se fue poniendo más viejita. Y también más amargada. Debo admitir que  cuando me hice adolescente sufrí horrores por lo que yo consideraba la inmadurez y falta de personalidad de mis compañeros. Mi alma se rebelaba ante la dictadura de la adolescencia y también ante su ocasional crueldad. Y me enojaba. Y me frustraba. Y, hay que decirlo, también me entristecía.
Durante la universidad me topé con alguien a quien no esperaba: la jovencita que yo era. La muchacha que no podía mirar al amor con aire de sabelotodo porque sencillamente no tenía ni idea de lo que era. La chamita pues. La que jamás consideré ser. Cuando comprendí que no me serviría todo lo que había leído sobre la existencia humana para aprender a vivir, quedé desarmada. No supe que hacer. Y navegando en ese limbo, vi pasar el tiempo.
Hasta que entendí que la viejita y la muchacha podían reconciliarse. No iba a dejar de emocionarme con los boleros, no me iba a deslastrar de la nostalgia, no iba a dejar de desear tener unos vestidos largos y vaporosos.  Pero también podía disfrutar de mis jeans –¡con lo prácticos que son!-, bailar hasta quedar exhausta y reírme con muchas ganas simplemente porque sí. A veces miro con resignación el futuro, pero la mayoría de las veces lo hago con ilusión y curiosidad. Me considero madura, pero no dejan de asaltarme las dudas que siempre surgen a mi edad. Admito que vivo en una dicotomía difícil, pero también deliciosa.
Decidí sacarle provecho a mi alma de viejita y también a mi flamante juventud. Y es por eso que además de leer, refugiarme en la escritura y quedarme en casa algunos sábados por la noche, también quiero despeinarme, caminar largos trechos, viajar y comer mucho, muchísimo. A todo eso, en conjunto, le llaman vivir. Y les confieso que es buenísimo.

Joanna Ruiz Méndez

domingo, septiembre 25, 2011

Nada ocurra de Mark Strand



Gracias a un concurso de @QueLeer –a quienes le recomiendo que sigan en Twitter, si todavía no lo hacen-, fui la afortunada ganadora de Nada ocurra de Mark Strand. Desde que hice un Taller de Poesía y conocí la obra de este poeta estadounidense me considero una gran admiradora suya.
Nada ocurra es una antología que recoge poemas representativos del autor. La nostalgia, la muerte y la misma poesía son temas recurrentes en su obra. Su fina ironía y particular manera de abordar la realidad permiten que el lector se sumerja en su introspectivo y profundo universo. Más que una lectura, es una invitación a la reflexión y a la belleza poética que Strand nos ofrece.
Aquí reproduzco uno de sus poemas más representativos.

Manteniendo la integridad de las cosas

En un campo
soy la ausencia
del campo.
Esto es
lo que siempre ocurre
Dondequiera que estoy
soy lo que falta.

Cuando camino
divido el aire
y el aire
siempre invade
el espacio
donde antes estuvo mi cuerpo.

Todos tenemos motivos
para desplazarnos.
Yo me muevo
para mantener la integridad de las cosas.


Joanna Ruiz Méndez