sábado, julio 23, 2011

Corazón y pases cortos, Cuentos futboleros pateados por Juan José Panno


Este libro de bolsillo, de apariencia bastante simple, resultó ser una pequeña joyita que conseguí por casualidad esculcando una librería. Corazón y pases cortos, Cuentos futboleros pateados por Juan José Panno son nueve relatos cortos que tienen al deporte rey como temática central.
Así como se indica en la contraportada, estas narraciones son “protagonizadas por niños o, lo que es casi lo mismo, por adultos melancólicos”. Las historias van desde la nostalgia por los juegos de fútbol en el potrero hasta los problemas de pareja generados por aficiones futbolísticas incompatibles, pasando por el balompié como cultura y al gol como el máximo anhelo de vida. Esta obra de factura argentina revela en simples pero geniales relatos como este deporte hace parte de la idiosincrasia, el espíritu y la identidad de este país sureño, al punto de convertirse en una forma de ser y de entender la vida.
Con un papá fanático del fútbol que me llevó al estadio desde mi más tierna infancia, no es de extrañar que estas historias se me hayan asemejado a muchas que he escuchado y visto en la vida real. Jóvenes promesas de las ligas infantiles que por una u otra razón jamás llegan a ser profesionales, padres que obligan a los hijos a “disfrutar” el fútbol y goles que por su contexto y escenario resultaron inolvidables: todas son vivencias que forman parte de nuestro anecdotario familiar y las vi reflejadas, de muchas maneras, en estos relatos.
Sinceramente lo recomiendo ampliamente por su sencillez, realismo y humor inteligente. Creo que amantes y no amantes del balompié lo pueden disfrutar por igual porque tal como advierte el autor acerca de sus historias: “todas son de fútbol, de algún modo. ninguna es sólo de fútbol, de todos modos”.

¿Dónde encontrarlo?
Librerías del Sur.

Joanna Ruiz Méndez

martes, julio 19, 2011

Quito fugaz

Estuvimos muy poco tiempo en Quito y solo tuvimos tiempo de repasar, fugazmente, algunos de los lugares emblemáticos del lugar, como El Panecillo y la Catedral. Eso, lejos de frustrarme, me da una excusa para volver. Sin embargo, me llevé un recuerdo memorable de la capital ecuatoriana en mi paladar.
En nuestra última noche en Ecuador, fuimos a un restaurante llamado La Choza, especializado en platos típicos. Yo me decanté, en la entrada, por un plato que traía tres tipos de ceviches. Excelente elección.
El plato constaba de un ceviche de palmito, otro de pescado y otro de camarones. Lo acompañaban un maíz tostado, cotufas –o palomitas, como lo llaman en algunos países- y tostones. Aún tengo los sabores bailando en mi boca.

De plato fuerte pedí llapingacho, una tortilla de papas con queso, al que le pusieron un huevo frito encima. Venía acompañado con carne de puerco y ensalada. Un poco pesado, pero también una delicia.


Mi visita a Ecuador me dejó llena de vivencias memorables y me permitió conocer gente maravillosa. No miento cuando digo que me encantaría volver. Espero que sea pronto.

Joanna Ruiz Méndez

miércoles, julio 06, 2011

Manglares y cacao

Los otros dos paseos contemplados en el itinerario de nuestra visita a Esmeraldas no fueron tan difíciles como el primero. Uno de ellos fue un recorrido por los manglares de Mompiche que terminó en la Isla Júpiter, un paraíso de aguas azules y silencio absoluto en el que era imposible no relajarse por completo.


Isla Júpiter

El otro fue una visita a una finca de cacao que me pareció toda una experiencia. Les cuento porqué.
Cuando llegamos a la finca, nos recibió cordialmente un septuagenario de sonrisa amable. Era Tomás Gracia, el dueño del lugar. Con un verbo rápido y una sapiencia infinita, nos fue explicando el proceso del cultivo y la cosecha del cacao. También nos explicó que cultivaba algunas otras frutas como la guanábana, la toronja y el zapote. Cuando alguien le preguntó cómo era éste último, el respondió con otra interrogante:

- ¿Quieren probarlo?

Casi sin darnos chance a responder, ya don Tomás estaba montado en la copa de un árbol bajando los frutos. Nosotros no sabíamos si angustiarnos porque pudiera caerse o maravillarnos por su agilidad absoluta. Lo cumbre de aquella situación fue que, en plena faena de bajar los zapotes, don Tomás recibió una llamada a su celular. Con toda naturalidad, contestó el teléfono:

- Disculpa, ahora no puedo atenderlo, estoy ocupado.

De más está decir que todos comenzamos a admirar profundamente a don Tomás después de aquello.


Don Tomás Gracia


El trabajo que se hace en la finca es arduo, pero su dueño apenas parece notarlo. El confiesa, con toda la naturalidad del mundo, que desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde revisa toda su plantación. Las espléndidas mazorcas de cacao que vimos son producto de la labor incansable de don Tomás, de un abono totalmente orgánico y de la benevolencia de la naturaleza.






El recorrido culmina cuando los asistentes tuestan y trituran el cacao para luego hacer una barrita con la pasta resultante. Cada quien puede llevarse la barrita a la casa después de que termina el proceso.
Al final todo el mundo queda con las manos y el alma impregnadas con el divino aroma del cacao y también con la certeza de haber conocido a un personaje único. Don Tomás se despide con la misma sonrisa con la que nos recibió y es imposible, desde el silencio, no colmarlo de bendiciones.

Joanna Ruiz Méndez

martes, julio 05, 2011

Esmeraldas, la provincia verde

Hace dos meses tuve la oportunidad de visitar Esmeraldas, provincia ecuatoriana famosa por sus playas, naturaleza exuberante y por ser la cuna de buenos jugadores de fútbol. De hecho, uno de los más famosos futbolistas de Ecuador, Luis Antonio Valencia, tiene sangre esmeraldeña ya que sus padres son de este lugar.
Debo admitir que mi primer acercamiento con Esmeraldas fue un poco curioso. El aeropuerto de la provincia es pequeño y parece una gran casa acondicionada de forma muy básica. Un carruaje azul trae todas las maletas que vienen de Quito y los pasajeros deben acercarse frenéticos a recogerlas: en menos de cinco minutos el carruaje queda completamente vacío. Aunque esta escena surrealista produzca desconfianza, no hay motivos para temer: en la puerta de salida del aeropuerto todo el mundo tiene que pasar por un chequeo cuidadoso del equipaje. No importa si alguien tomó su maleta en el caos porque nadie saldrá con ella de allí.
Apenas emprendimos camino para Mompiche –ubicado al sur de Esmeraldas-, pude ver que la provincia es verde como la piedra preciosa a la que debe su nombre. La vegetación es frondosa, generosa y abundante. No en vano, en el lugar se pueden realizar muchas actividades relacionadas al turismo ecológico, como lo comprobaríamos mi grupo y yo más adelante.
En el recorrido a Mompiche también pude ver casitas humildes y un paisaje arquitectónico a medio terminar. En contraste, también nos enteramos que por allí quedaban las casas de los “pelucones” –apodo para la gente adinerada en Ecuador- que van a pasar las vacaciones en playas como Sua y Tonsupa. Durante el camino pude divisar muchas vallas con frases como “El gobierno de la revolución ciudadana trabajando por el país”, una propaganda que me recordó a muchas otras que he visto en Venezuela.
Después de dos horas de trayecto llegamos al Hotel Royal Decameron Mompiche, en donde nos alojaríamos durante toda la estadía. Ese día tuvimos la oportunidad de descansar y relajarnos, aún sin saber lo que nos esperaba al día siguiente. Habíamos escuchado que nos tocaría hacer un recorrido en un sendero natural y yo estaba más que emocionada porque me encantan esos encuentros con la naturaleza, pero jamás imaginé lo que vendría.

Hotel Royal Decameron Mompiche

Lo que vino fue un recorrido de 1100 metros en un entorno selvático y en donde tuve que arrastrarme, escalar y bajar sentada para poder evitar un resbalón. No fui la única: salvo unos pocos, todo el grupo tuvo que enfrentarse con sus propias debilidades físicas y falta de pericia ante lo intrincado del camino. Las botas de caucho que nos suministraron al principio fueron de gran ayuda: cualquier otro zapato se hubiera destruido en el camino. Después de mucho caminar, llegamos a una cascada y me recosté en una gran roca cercana a recuperar parte del aliento perdido y a disfrutar del paisaje. Sin embargo, nos faltaban 300 metros más para disfrutar otro de los atractivos del paseo: el yacimiento de gas natural.





Cascada Aquí es Ecuador

Nuestro guía, el señor Juan Naula, nos acompañó hasta este yacimiento ubicado en un riachuelo y, cual Prometeo, nos reveló el secreto del fuego con solo encender un fósforo. La emanación de gas también salía de una pequeña abertura cercana al río. Admito que eso me maravilló porque jamás había visto algo parecido. Fue tanto el asombro que entre una cosa y otra dejé caer mi bolso muy cerca de las llamas: si no es por la rapidez del señor Juan, todas mis pertenencias hubieran ardido en una bonita fogata.




Cuando iniciamos el camino de regreso, lo que había sido una aventura se transformó en un pequeño suplicio. Una subida de 800 metros puso a prueba nuestro cuerpo y nuestro espíritu, porque no dudo ni un segundo que cuando te fallan las fuerzas tienes que recurrir a la voluntad. para superar los retos Eso fue lo que yo hice. No paré de resollar hasta que llegué al final de esa subida diabólica, pero cuando finalmente vi que lo había hecho no me importó estar totalmente embarrada, extenuada y parcialmente mojada. Solo podía pensar: sí, lo hice. Y fue tanta la emoción que, créanlo o no, me provocó repetir.

Joanna Ruiz Méndez