lunes, diciembre 14, 2009

Y llegó la nieve

Vancouver por fin se rindió ante el invierno.
Mis sospechas comenzaron hace menos de dos semanas, cuando la grama amaneció blanca. Los rayos de sol deshicieron esa prueba, pero no pudieron ocultar el frío intenso que comenzó sentirse hasta en el alma. El frío, frío se volvió helado y nos arropó la cara con un beso escarchado.
Hasta que el viernes, finalmente, comenzó a nevar. Una nievecita de nada, no duró ni hora y pasó medio desapercibida por todos, que veíamos en las noticias como otras ciudades de Canadá estaban siendo azotadas por tormentas de nieve y un frío inclemente. Es mejor ni quejarse: en comparación con otras ciudades, Vancouver está en verano.
Pero hoy finalmente nevó con todas las de la ley. Nevó por horas y el mundo se volvió blanco. Ya es invierno en Vancouver. Y aunque desconozco vivir una rutina en este universo congelado, prefiero mil veces esta Vancouver a la que lloraba intensamente unas semanas atrás.
La nieve -bien vendida por las películas estadounidenses- siempre ha estado en nuestro imaginario colectivo tropicalísimo. Tenemos imágenes de navidades blancas desde que somos niños, aunque nuestras navidades no tengan nada que ver con este frío y con este blanco. Es por eso que esta nevada, la primera de mi vida, me suena a algo conocido, me trae recuerdos de momentos inexistentes pero felices de mi niñez y me da la posibilidad de jugar nuevamente. Porque, díganme lo que me digan, en la nieve todos somos un poco niños otra vez.
Ya veremos cómo me va en la Vancouver de blanco inmaculado, en la ciudad que dejó de luchar para rendirse, hermosa, ante este esplendido invierno.

Joanna Ruiz Méndez

lunes, noviembre 30, 2009

Frío, frío

Las tazas de café son un must have cada día. También las de chocolate y té. Todo caliente por supuesto, ya no estamos en los soleados días de verano en que hasta la sopa se consigue frappé. Vancouver se ha convertido en una ciudad fría y depresiva que llora absolutamente todos los días.
Sin embargo, lo que más me pesa no es la lluvia: son los árboles. La Maga se preguntaba por qué los árboles se abrigan en verano y yo estoy comenzando a preguntarme, en cambio, porqué se desnudaron en este otoño friísimo que poco a poco se va transformando en invierno. Atrás quedaron los días de hojas naranjas, rojas, rosadas y amarillas que llenaron de color y nostalgia los primeros días de la estación.
Me parece lejana la visión de la ciudad cálida que me recibió 5 meses atrás. El verano, el sol y el calor me parecen sueños sacados de otro mundo y otra dimensión. Sin embargo, sé que en unos meses la ciudad volverá a iluminarse, los árboles volverán a vestirse, la gente volverá a acostarse en la arena y en la grama para recibir el bronceado de sus vidas. Y aunque yo no estaré aquí, tendré esa visión feliz en mi cabeza mientras yo misma me rindo a otro sol y otro verano, el eterno, que existe en mi país.

Joanna Ruiz Mendez

miércoles, octubre 14, 2009

Acento

- Que no es rrred: di ggrrred. Ruge como un león.
Al principio decidí que conservaría mi acento, ese que me identifica como venezolana, específicamente como caraqueña. Pero que va. Es una cosa rarísima ese mayyybe, hiiii, whyyy. Es el mismo que uso para decir chiiico, chaaaama, coooonchale. No pega. Me di cuenta rápido, afortunadamente, y es por eso que tomo esta clase de pronunciación: no quiero matar dos idiomas al mismo tiempo.
Pero cuesta tanto. Catorce sonidos para 6 vocales. I o iiii. Ouuu o o. Aaaaa o aa. Que sonrías. Abre más la boca. Ciérrala. Que ahora es una vocal larga. Es una i corta. ¿Te olvidaste de la entonación?
- Que no es rrred.
Le comenté a mi profesora que tengo problemas para decir Skytrain. Mejor dicho, creo que tengo problemas, porque yo juro que lo digo bien pero ningún canadiense me entiende. Es que tienes que decir Ssssskytrain. Voy a probar, aunque no esté perdida, voy a preguntar por ese Sssskytrain que está tan lejos de una ciudad llamada Caracas que no duerme nunca y guarda secretos horribles y recuerdos maravillosos. Y también secretos maravillosos y recuerdos horribles.
- Que no es rrred.
Al principio la lengua se estira, se enrolla, quiere encontrar acomodo en ese nuevo idioma, quiere reconocerse en ese movimiento tan diferente al de siempre: al de un baile caribeño en la boca, con música y fiesta incluida. Trata de rugir en esa nueva R que no entiende de rosas, romance y noches de ronda.
- Que no es rrrred. Se pronuncia ggrrr. Ruge. Como un león.

Joanna Ruiz Méndez

domingo, septiembre 20, 2009

Trueque

"Cambiando lo amargo por miel
y la gris ciudad
por ROSAS"

Viernes 3 A.M., Serú Girán

miércoles, septiembre 09, 2009

Este clima en Vancouver

Para los que estamos acostumbrados a los eternos veranos, los cambios de humor del clima en Vancouver resultan a veces un poco extravagantes. Un día el calor te seca hasta los pensamientos y rompe récords históricos: el verano tuvo los días más calientes que se habían registrado en más de treinta años. Pero otros días, ese mismo verano te regala días de un frío intenso que empieza congelándote la ropa y termina helándote los huesos y que te hace añorar el calor intenso que maldecías el día anterior.
En todo caso, Vancouver se las arregla para coquetear en cualquier clima. Cuando los días son soleados, absolutamente todo brilla: la grama, los árboles, la gente. Incluso los edificios, esos que son casi son todos de vidrio y le otorgaron a la ciudad el sobrenombre de “The City of glass”. Pero cuando el cielo está infinitamente gris, esa misma grama, esos mismos árboles, la misma gente y todos los edificios componen una hermosa nostalgia de pinos y nubes y olor de lluvia en el aire.
Sin embargo, por estos días se acerca el fin de la incertidumbre y comienza la certeza de la siguiente estación. Cada vez todo es menos verde, el paisaje se está pintando de marrón, rosa y amarillo y el frío ya no es pasajero sino constante. La naturaleza nos está avisando, sutilmente, que el otoño ya llegó.

Joanna Ruiz Méndez

domingo, agosto 30, 2009

Mis certezas en Vancouver

- Puedo conseguir Harina Pan
- El yogurt de la mañana
- La nostalgia de algunos días
- Canto más bonito
- Y bailo igual que siempre
- Extraño tomar malta
- No cambio la Solera azul
- El paladar es curioso
- Y la piel también
- Los silencios en otro idioma saben diferente
- Y también los secretos y los besos
- Me puedo partir de la risa
- Puedo escoger una historia y vivirla
- Y puedo repetir las mismas historia de siempre
- Pero con distintos personajes
- Tengo 5 centímetros más de sonrisa
- Es difícil explicar el control cambiario en inglés
- Y también en español
- Venezuela tiene un comida divina
- Y unas peluquerías baratísimas
- El silencio absoluto de algunas noches
- Sentirme afortunada, pase lo que pase

Joanna Ruiz Méndez

sábado, julio 11, 2009

Sobre Vancouver

No voy a hablar del viaje de Caracas hasta Vancouver porque no pasó mayor cosa. El viaje efectivamente se me hizo largo, pero fue totalmente normal y después de nueve horas y pico llegué a la que será mi nueva casa por un buen tiempo.
Vancouver es una ciudad de postal, de esas que siempre están esperando para que le tomen la foto. Es una ciudad que siempre está posando pues. Los árboles inmensos, las casitas lindas en hilera, los modernos edificios y lo civilizados de los canadienses –según Wikipedia, vancuveritas, pero me suena mejor canadienses- parecen sacados de una publicidad muy bien lograda. La gente es bastante amable con los extranjeros, quizás porque es una ciudad multicultural que recibe constantemente latinos, europeos, africanos y muchos, muchísimos, asiáticos.
Aunque me he montado en buses, mi medio de transporte cotidiano es el SkyTrain, que a diferencia del Metro caraqueño no se desplaza en el subterráneo sino superficialmente. Coincide con el Metro en la gran cantidad de gente que se monta todas las mañanas, en que siempre va como full. Y que a veces la gente joven ve a las personas mayores paradas y pasando trabajo para no caerse e igual se queda sentada.
Al principio no pensé que existieran mayores coincidencias entre una ciudad civilizada como Vancouver y una caótica como Caracas, pero existen. Además de la que conté del SkyTrain, otra coincidencia son la gran cantidad de vagabundos que hay, que aquí son llamados homeless. Están en todos lados y su vida es especialmente difícil si consideramos que no tienen absolutamente nada en una de las ciudades más caras del mundo. Además, en ambas ciudades comer en la calle es un lujo que uno puede permitirse de vez en cuando pero no todos los días, porque te arruina.
Estas son mis primeras impresiones, realmente todavía no conozco lo suficiente esta ciudad. Espero que en estos meses puedo hacerla un poco más mía, más venezolana, menos ajena de lo que es ahora. Ya veremos que tal me va.

Joanna Ruiz Méndez

martes, julio 07, 2009

Hace un año

No tengo ningún post para hoy, pero no podía pasar por debajo de la mesa el primer añito de este blog (técnicamente, todavía es 07 de julio, al menos aquí en Canadá). Espero tenerlo (y actualizarlo) al menos por un año más. Y que siga siendo lo que es. Libros, ficciones y viajes. Un rincón y un refugio. Una parte de mí.

lunes, julio 06, 2009

Cambio

Si yo fuera la de antes te hablaría del universo, del miedo, de otra vida y otro amor. Te hablaría de almas gemelas, de tristezas imposibles, de alegrías demasiado grandes como para no ser compartidas. Te hablaría de una misión. De un beso. De una canción, de un corazón y un verso. Te hablaría de eternidad y sonaría a algo cierto, a una verdad irrefutable.
Pero ya no soy la de antes. Ahora sólo puedo hablarte de casualidades, de sonrisas, de cosas que pasan porque sí. Te hablaría también de la buena vibra, de vamos a ver que pasa, de esto parece demasiado bueno. Ojalá sea verdad. Te hablaría de dudas, de una emoción que comienza en el estómago y termina en la punta de la lengua. Y te la traba, obvio. Te hablaría mil tonterías como hasta ahora, para ver si sabes leer entre líneas. Te diría buenas noches para saber si lo tomas como es. Como que no me quiero ir. Como que te dejo estas palabras para que sueñes conmigo. Como espero verte mañana, pero como hasta ahora, con el vamos a ver que pasa tatuado en la frente. Sin compromisos.

Joanna Ruiz Méndez

jueves, junio 18, 2009

Preparativos

- Quiero llevármelo todo, padres, hermanos y amigos incluidos. Pero sólo me permiten unos tristes 23 kilos de equipaje. Les dije que comieran menos, pero no me hicieron caso. Ahora me tengo que ir sin ellos y eso que yo se los dije.
- No quiero abandonar los rituales de belleza allá, tengo que llevarme la coquetería a donde sea. Mi afán de exclusividad, de yo-no-soy-vanidosa-como-las-demás, quedó pisoteado ante mis primeras compras: productos para el cabello, cremas, maquillaje. Sí, soy vanidosa como las demás. Y ahora que lo admito puedo meter la plancha sin ningún sentimiento de culpa. Ella vuela conmigo.
- Estoy leyendo “La muerte en Venecia”, en donde también hay un viaje pero no a Vancouver sino a Venecia (obvio). Coincidencia uno: ambas ciudades empiezan con V. Coincidencia dos: no existe. Gustav Von Aschenbach tiene inquietudes espirituales y artísticas y a mi sólo me inquieta que el viaje en avión se me haga muy largo, que nadie entienda mi precario inglés y mi reserva de señas-gestos que tengo preparada, que me pierda en Vancouver como siempre me pierdo en Caracas. Él aspira a la posteridad y yo a la supervivencia. Punto.
- No es más que un hasta luego. Pero este hasta luego tiene olor a final de temporada. A cierre de ciclos, aunque me suene odioso ese término. A sabemos que esto no será lo mismo. Ya no es lo mismo. Nos estamos despidiendo de a poquito, pero esa es siempre la definición de la vida. Así que lo dejamos en que no es más que un breve adiós.
- Y un comienzo.
- Y varias grandes felicidades.
- Y una tristeza común, pero chiquita.

Joanna Ruiz Méndez

lunes, junio 15, 2009

Repertorio de etcéteras (I)

Un día de estos. Que tontería la palabra a destiempo. Por eso es que las cosas se oxidan, por eso es que el mundo a veces se detiene y se nos queda viendo. Muévete pues, parece decirnos. Sólo así yo puedo seguir girando. Ese mundo que a veces es un beso, un pasaje a otra dimensión, un silencio bien administrado. Muévete pues, haz algo, preferiblemente ahora, en este momento que.
Es tú momento. Dedica una canción. Una canción que diga: Le quitaste las arrugas a mi frente y sembraste tu sonrisa en mi dolor. O mejor no. Una que diga: Cuanto te quise, quizás, seguirás sin saberlo. O mejor: Tengo abierto el minibar y cerrado el corazón. Prueba con el amor, con la despedida, con la ironía, a ver que te sale mejor. Prueba que.
Ya no existe ese hasta pronto suspendido en el aire. Porque sólo ahora existe un adiós que es felicidad, y locura, y ganas de irse. Ya no huyes, ya no escapas, sólo te vas. Igual sabes, tienes la certeza mejor dicho, que los malos momentos del pasado no te volverán a arruinar la fiesta ni el maquillaje. Brinda en vaso plástico o en copas de cristal, da igual. Siempre esas cosas son las que.
Se te olvidan porque tu memoria es fugaz, pero en su momento te importaron. Ahora sólo puedes recordar que estabas tan triste como la princesa de Sonatina, que alguna vez leíste un cuento de Hans Christian Andersen llamado El viejo farol y de que no podías entender cómo Loki y Thor no pudieron engañar a los gigantes a pesar de que eran dioses. Esas son las cosas que te quedan, los detalles se te escaparon siempre, así como las fechas y las frases memorables. Pero sabes que.
No importa que pasó, es en este momento, en el presente, que tienes que dar el primer paso y el segundo y el tercero y tienes que recordar al caminante de Machado para que no te canses y tienes que saber que ya no te vas a oxidar porque por fin estás caminando y ya el mundo no tiene que decirte muévete pues y tu no volverás a decir tampoco un día de estos sino que de ahora en adelante vas a decir, siempre vas a decir, como en este momento, vas a decir ahora, para evitar sobre todo y para siempre también, esa tontería, esa grandísima tontería que es la palabra a destiempo, esa que tu sabes que.
Más nunca volverá a molestarte.

Joanna Ruiz Méndez

domingo, mayo 24, 2009

Quién de nosotros

"Hemos incurrido en varias faltas, pero vislumbro que nuestra gran equivocación, la más irremediable, ha sido el no hablar nunca de ellas"

Esta novela, la primera publicada por Mario Benedetti, cuenta la historia de Miguel, Alicia y Lucas, tres amigos que dejan de serlo cuando los dos primeros se casan y el tercero se va de la ciudad. La antigua amistad de Miguel y Alicia deviene en un malogrado matrimonio, en parte porque Lucas se convierte, a pesar de su ausencia física, en un insoportable fantasma dentro de su relación. Un viaje repentino se convierte en la ocasión propicia para que los tres se enfrenten a la realidad y ejecuten, por primera vez en sus vidas, un acto de sinceridad.
La novela se divide en tres partes tituladas por los nombres de los protagonistas. En cada una, cada integrante de ese triángulo amoroso expone su visión de los hechos y ajusta la realidad a su medida. Miguel se sincera al estilo querido diario; Alicia hace catarsis a través de una carta; Lucas, el escritor, falsea sus recuerdos para hacerlos más llevaderos. La única coincidencia entre los tres es ese pasado-condena en común que los une irremediablemente en el presente.
Esta novela me encanta porque describe con exactitud la nostalgia de lo que pudo ser -y no fue- y la certeza del tiempo perdido, dos consecuencias inevitables del amor desperdiciado. Miguel, Alicia y Lucas sucumben a la tentación del silencio por comodidad, por vergüenza, por inercia. Se procuran un amor aséptico, libre de dramas y lugares comunes, y a cambio obtienen una profunda, inmensa, soledad. Al final, cuando todos se reconocen culpables, uno de los personajes resume la conclusión de esta historia a modo de interrogante: ¿quién de nosotros juzga a quién?

Joanna Ruiz Méndez

miércoles, mayo 06, 2009

Razones de peso

Hay etapas de nuestras vidas que están hechas de niebla y sueño. Son aquellas épocas que, independientemente de si fueron importantes o no, se nos terminan olvidando por completo. Generalmente están hechas de momentos absurdos, extraños o dolorosos, ajenos a nuestra esencia cotidiana, vergonzosos hasta el infinito. Así que las olvidamos por tedio, por pena, por conveniencia. Porque es mejor “olvidar ciertas cosas”. Porque sí.
Pero esas épocas tienen su dosis de recuerdos materiales. Y esos recuerdos materiales llaman a los intangibles. Pueden ser cosas pequeñas, una piedrita, un llavero, un peluchito por salir del paso. También pueden ser cosas grandes, como plazas, estaciones de metro, cartas. Sí, cartas, porque las cartas son las cosas más grandes que existen, aunque estén escritas en un papelito. Y cuando nos topamos con esos recuerdos materiales, inmediatamente nos conectamos con los recuerdos sutiles y etéreos, esos que sólo están hechos de memoria. Ahí pensamos: ¿yo hice-dije-viví-sentí esto? Nos parecen recuerdos tan lejanos, risibles, extraños, pero los terminamos reconociendo como nuestros. Entendemos que eso fuimos, que ahí también estamos pintados.
Creo no pecar de materialista al afirmar que hay etapas de nuestras vidas que sólo podemos rescatar gracias a un objeto o sitio concreto. Ciertos recuerdos materiales son razones de peso tangible para recordar que en otro tiempo fuimos otros, o los mismos de hoy, pero muy diferentes. Son nuestro “Rosebud”, nuestro “algo” corpóreo y consistente que nos conecta a un mundo de vivencias que creemos, sólo creemos, haber olvidado en épocas de niebla y sueño.

Joanna Ruiz Méndez

jueves, abril 23, 2009

Licencia poética

Quiero tener una licencia, ahora, en este momento, para escribir un poema. Para escaparme por un rato de la realidad o afrontarla a mi manera, como los buenos poetas. Para olvidar que existe algo llamado tesis, problema, calle, tesis y reloj. Quiero un disfraz feliz para todo. Quiero tener mi licencia, pero no llega. Quiero escribir un poema, pero la palabra petróleo no armoniza con nada. Con nada. Quiero, quiero, quiero. Terminar la tesis, olvidar los problemas, salir a una calle amable, terminar la tesis y ajustar el reloj a mi hora, a mi tiempo. Y mi licencia poética, para escaparme. O para terminar de enfrentar al mundo, bien armada con un verso. Ahí veo.
De verdad, necesito escribir un poema. Uno bueno.

Joanna Ruiz Méndez

martes, abril 14, 2009

De "El jardín de senderos que se bifurcan"

"Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente,
precisamente ahora.
Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos;
innumerables hombres en el aire,
en la tierra y el mar,
y todo lo que realmente pasa
me pasa a mí..."

Jorge Luis Borges

domingo, marzo 29, 2009

Suma

"Otro
tomó dos sonidos muy fuertes
y produjo con ellos
un silencio".

El milésimo segundo cuento de Scheherazade de Edgar Allan Poe

sábado, marzo 28, 2009

Los retos de escribir

- La hoja en blanco
- El comienzo
- El desarrollo
- El final
- La tentación del panfleto
- Luchar contra la cursilería
- Ceder a la comodidad del lugar común
- Sortear los trucos de la nostalgia
- La neutralidad como postura
- Atrapar al lector hasta el final
- El abandono de las musas
- Adoptar un estilo
- Pelear contra las fallas de ese estilo
- No copiar el estilo de otros
- O hacerlo pero no de forma evidente
- Aportar algo de originalidad
- O creerse demasiado original
- Olvidar/Recordar que se ha escrito sobre todo
- Pelear con las palabras
- Y hacer las paces con ellas
- No caer destrozado ante la propia crítica
- Y menos ante la ajena
- La trampa de la predestinación
- Esquivar la arrogancia
- La reiteración sin propósito
- El cansancio
- El aburrimiento
- Y la emoción repentina
- Apagar el modo Querido Diario
- Evitar los excesos
- O aferrarse a ellos
- Pensar en el best-seller
- Emular a los escritores malditos
- La constancia como principio
- Las ideas sueltas en la cabeza
- No tener ideas y tratar de tenerlas
- Querer escribir y no poder hacerlo
- La necesidad de contar una historia
- Y no saber exactamente cómo
- Ni cual

Joanna Ruiz Méndez

martes, marzo 10, 2009

Reflexiones en un taxi

“Buenas noches señor. Me lleva para. ¿Cuánto es? Está bien”.
Ya no puedo decirle que me parece demasiado caro. Estoy montada aquí, en el taxi del señor y prácticamente, siento que mi vida depende de él. De que sea bueno, de que me lleve a mi destino. Por eso si peleo, peleo antes de montarme. Nunca cuando ya lo he hecho. Como diría CAP, sería un autosuicidio. AUTO-SUICIDIO. Literalmente.
Este hombre no habla. Pone música suave, casi imperceptible. Es un señor de unos 50 años, es bastante gordo y tiene un bigote finito. Es el contraste, no el equilibrio, lo que me llama la atención. Pero claro, sólo me fijo en eso para apartar esta molestia. Esta sensación que me entra cada vez que salgo de noche. Me entra un miedo que se me agazapa en el estómago en un punto que se conecta directamente con los lagrimales. Me entran unas ganas de llorar demasiado horribles pues. Y me da rabia. Si se supone que voy a rumbear, a disfrutar en grande, a bailar, a ver amigos y me reiré muchísimo en el futuro ¿por qué me siento así ahora? Claro, el futuro nada tiene que ver con este presente melancólico y feo. Pero igual. Me da rabia y tristeza y ganas de llorar. Por eso analizo al taxista gordito, que sigue en silencio y probablemente no se imagina lo que yo, también en silencio, pienso en este momento.
Tal vez tiene que ver la ciudad. La ciudad hostil, de día y de noche, que esconde unos secretos horribles. Yo sé que Yordano se enamoró en una noche como esta, de la noche en esta ciudad, de la luna y las estrellas que se ven en la noche de esta ciudad. Pero a mi me da miedo esta noche, que promete más desgracias que bendiciones. Yo sé que igual de peligroso es el día, pero todo da más miedo cuando se esconde el sol. Es el miedo infantil a la oscuridad, a saberse solo entre las sombras, al monstruo que se esconde debajo de la cama y que al parecer sólo nosotros podemos ver.
Pero claro, también me da miedo agarrar taxi, así sea de línea. Porque todas las mujeres en esta ciudad nos montamos en un taxi con miedo, por la idea de que nos pueden violar. Que ese señor que está en el volante, es un pervertido. Que los seguros de la puerta se cerrarán para siempre y no podremos salir de ese carro por más que queramos. Siempre nos imaginamos en las páginas de sucesos cuando nos montamos en un taxi, aunque sea un pensamiento fugaz. O a lo mejor, es una paranoia mía que aplico al colectivo. A lo mejor yo soy la miedosa. La que no deja de ver los seguros, al señor, las posibles salidas. Esto es peor que una película de terror. Es peor que Chucky, que una poseída malhumorada, que un vampiro hambriento. Este miedo es peor, porque no me protege una pantalla. Esto es la vida real, aquí si salpica la sangre. Y de que forma.
Sí, creo que es la vida en esta ciudad. En esta ciudad que se ha convertido en un matrimonio demasiado largo y demasiado malo. Esta ciudad a la que estoy a punto de pedirle el divorcio. No puedo vivir con esta inseguridad, con este miedo. No puedo dejarle todo el trabajo a la bendición que me echa mi mamá cada vez que salgo de la casa. No quiero esta opresión en el pecho cuando decido salir de mi casa en la noche. No quiero sentir que en el futuro me espere un “¿por qué saliste? Tú sabes lo peligroso que está todo. Estabas tan bien en la casa y…” Que me lo puede decir alguien o me lo puedo decir yo misma. Es este toque de queda decretado por el instinto de supervivencia, tan real como esta vida y como esta ciudad y como mi miedo. Y como mis ganas de llorar.
Ya estoy llegando. Un par de veces me asusté porque el señor se puso creativo con la ruta. Esa es otra. Si los taxistas se van por los caminos verdes, parece una señal definitiva del triste destino que nos espera. Pero no, el señor se metió por calles solitarias pero ya llegó a donde está la movida nocturna, el bululú, la gente. La gente. La chama que apenas se viste para que todos la miren, el pana que se echa cualquier cantidad de gelatina para mantener en su sitio un peinado imposible, el perrocalentero que a esa hora recibe más clientes que en el resto del día y hace su agosto con su legión de panes, salsas y salchichas. El señor me dice que si me deja en tal esquina. Le digo que sí. Y con mi pensamiento le digo, gracias por no ser un pervertido señor, gracias por traerme sana y salva a mi destino, gracias ahora por desearme que me vaya bien. Gracias.
“Aquí tiene señor. Gracias por todo. Buenas noches”.

Joanna Ruiz Méndez

martes, marzo 03, 2009

El Viaje de la Venezolanidad (I)

Me encantó esta primera parte de la crónica de Manu, por eso hoy le cedo el espacio para que ustedes también la disfruten. Y pendientes, porque ya vienen las demás entregas de este viaje de la venezolanidad que mi amigo narra tan bien.

Pocas cosas son más venezolanas que el hecho de hacer trampa, así sea una sola vez en la vida. Colearse en algún sitio, comprar una cosa y venderla más cara, quitarle algo a alguien que lo necesite más; son tentaciones que seducen hasta al más correcto de todos los que habitan en esta tierra tropical.
Fue así como, en un impulso de esa viveza criolla que nos caracteriza y no nos deja progresar como país, decidí vender mi dignidad por cuatro palos ó 4 mil bolívares fuertes -como le dicen ahora- y coloqué en manos de otros mi cupo de dólares para viajes que por ley, me otorga CADIVI, gracias al monstruo del control de cambio.
Accedí sin más ni más, sin saber el entramado de procesos que se daban tras la promesa de un fin de semana en Curaçao, con todos los gastos pagos y en hotel de lujo. “Tú decides qué fin de semana quieres irte, luego me das 3 copias de tu cédula y tu pasaporte y el resto es un pajazo”. Esas fueron las célebres palabras que me empujaron a dar el sí.
Saqué las copias sin pensarlo mucho y me reuní con el gestor de mi viaje. Cuando estuve frente a él fue que me vinieron 500 preguntas a la cabeza que me hicieron entender la gran red de corrupción que se escondía detrás de esos cuatro melones y un viajecito gratis a las Antillas Holandesas.
Como si se tratase del crimen perfecto, Alfredo, mi gestor, me explicó el asunto. Ellos tramitaban la aprobación del cupo a través de la expedición de un boleto ficticio, según el cual yo estaría un mes en Curaçao. Luego de eso, reunían los recaudos y los entregaban en el banco, donde, gracias a un contacto, el cupo estaría aprobado en sólo 2 días.
Finalizado ese procedimiento, venía el viaje, en el que, en llegando, tenía que entregarle mi tarjeta y mi pasaporte a la prima de Alfredo, que era la que pasaba las tarjetas. Cuando ya estuviese finalizada la transacción, mis 4 millones estarían depositados en una cuenta de ahorros y la operación sería un éxito.
Después de escuchar aquella barbarie de ilegalidades, trampas y chanchullos, me sentí como un criminal, como si fuera la primera persona que estafaba al fisco, pero luego recordé la cantidad de dinero que han aprovechado los boliburgueses gracias a la revolución, y mis 4 millones se volvieron chiquitiiiiicos, como diría el mismísimo comandante. Acepté.

Manuel Quilarque

domingo, marzo 01, 2009

Fragmento

“… que son pensamientos-lugares a donde todos hemos ido de niños, algo así como Nunca Jamás. Pero me retiene, siempre me retiene, la lógica irrebatible. La certeza del dos-mas-dos-son-cuatro. La universalidad de la gravedad que me mantiene atada al suelo que piso. La fascinante complejidad de los laberintos. Por eso termino acusando a las flores de desordenadas, a las estrellas de farsantes, a lo abstracto de fallido. No es mi culpa, pero igual me quedo a medio camino entre la razón de un verso y la inspiración de un cuadrado. Una misteriosa dualidad, de origen desconocido, que sin embargo…”

Joanna Ruiz Méndez

miércoles, febrero 18, 2009

Timing

Hoy es un día para contonearse. Para COQUETEAR. Para marcar el paso e imponer el ritmo. Para asumir los riesgos de ser una diosa latina. Porque sí, te gusta el pop rock latino, pero el reggaeton se te mete por los intestinos. Gracias Calle 13, por revelar el secreto. Un peso menos y otro motivo más para menearse con gracia. Para echar una miradita, regalar una sonrisa enorme y batirse la melena. Y convertirse en un verdadero must have. En alguien irresistible.
Que bien que este día coincidió contigo. Con tu look de intelectual cool que le encanta a todas, pero que sólo es para mí. Mi mano se extiende como una curva armoniosa, pero no para marcar distancia: se convierte en un dedo largo y delgado que se posa suavemente en tu boca como la niebla en un sueño. No tiene sentido que hables. Déjame todo a mí, que hoy es mi día. No hay quien me pare, pues. O mejor habla y ponle letras a esta melodía que está en mi cabeza, en mis labios, en mi cuerpo. Haz lo que sea, porque siempre eres divino. Te ves divino. Y yo soy más divina cuando estoy contigo.
Este día es para eso. Para coquetear. Para que yo te marque el paso y tú me sigas el ritmo. Para huir de las certezas. Para que yo sea feliz con lo que tengo. La melodía y la letra. La sensación de encuentro. La completa perfección de este día a tu lado.

Joanna Ruiz Méndez

lunes, febrero 16, 2009

Sobre las elecciones

Tengo muchas teorías sobre el día de ayer. Pero no tengo la inspiración ni las ganas para articular mis ideas: sospecho que cualquier cosa que escriba caerá con todo el peso de un lugar común. Ya lo poco que he leído ha caído en ese saco: sifrinos de oposición diciéndole a otros sifrinos de oposición que son unos sifrinos, chavistas sifrinos que celebran su triunfo contra los sifrinos de la oposición, chavistas felices para no contrariar la inercia de la victoria y opositores abrumados por la sospecha de trampa. Como las musas me tienen abandonada y no quiero repetir lo mil veces repetido, prefiero esperar el momento propicio para un análisis. No será difícil: en estos días, siempre existe la oportunidad de plantear un análisis. De cualquier situación. Y de cualquier persona.
Mientras les dejo esta opinión de Iván Méndez que me parece demasiado oportuna para todo el mundo. Para que nadie se caiga a mentiras. Sustentada por autores que me gustan, lo que es un motivo más para recomendarla. Aquí se las dejo:

http://vacamulticolor.wordpress.com/2009/02/16/aprender-a-leer/

Y como siempre, saque usted sus conclusiones.

Joanna Ruiz Méndez

viernes, febrero 06, 2009

Llueve en enero

Hoy el escrito no es mío, sino de mi amigo Juan Carlos. Fue un trabajo para su taller de crónica y me parece excelente. Y bellísimo. Espero lo disfruten como yo.

La sombra mausoleo me protegía del agua. Era un refugio entre el fuego y el frío; ante la muerte, la música y el llanto. Cruces, ángeles y vírgenes a la sombra del cielo, preguntaron: “¿está lloviendo en enero?”. El mármol y la tierra, desprevenidos, se ahogaron en el rocío. ¡Dios! Los muertos ya se cansaron de tanto riego.
A trece lápidas de distancia, estaba el ritual. Una caja de madera, un muerto, una pelota roja, cien botellas de anís, dos altoparlantes negros y veinte caballos con jinetes (o motos con malandros, pero déjame llamarlos caballos y a ellos, jinetes); y por supuesto, la gente.
La caja de madera arropaba al muerto. El muerto, estaba muerto, además. La pelota roja rebotaba. Los jinetes (o malandros) rodeaban la caja de madera con sus caballos ruidosos. Los altoparlantes negros escupían una elegía salsera. Las botellas de anís, besaban la boca de los jinetes y de la gente que lloraba sin darse cuenta que llovía en enero.
Al muerto que le va importar si llueve o no; ya lo dije, había muerto. Quizá le hubiese importado hace 27 horas, antes que el plomo devorara sus sesos ¿O alguien cree que puede razonar teniendo cabeza de plomo?
Y los jinetes con sus caballos (y algunos sin estos), sacaron de las cinturas, sus instrumentos de fuego para acompañar el coro del réquiem. Tocaron su melodía de luces y percusiones que devoran la carne, los huesos, los sesos. No era la novena de Beethoven, pero ellos no lo hubieran notado tampoco. Así como no notaron el reclamo de los destellos y explosiones que gritaban al cielo: “¡Coño, por qué está lloviendo en enero!”.
En pleno concierto, uno de los intérpretes en disonancia, tocó unos de los destellos ascendentes. Fue un pecado tremendo. Recuerdo que de niño me decían que no tocara la luz de la bengala; ya entendí porqué. El hombre tuvo que enrojecer su camisa, por envolver su mano. Su cara no ocultaba el ardor (o el dolor, no sé). Así que abandonó la ceremonia en la parte trasera del caballo, mientras gritaba desesperadamente a su jinete: “¡Dale mamagüevo!”. No sé que me sorprendió más: si su estupidez; la gracia que me causó una tragedia ajena o, la lluvia del último sábado de enero.
Llegó el momento de sembrar la caja. La melodía ya cesó. Los lamentos subieron el volumen. El anís se derramaba sobre las flores y la ventana del elogiado (he escuchado de peas del más allá, pero esta gente busca algo más literal). El hombre de la túnica morada mandó a callar, al tiempo que dos mujeres decían entre sí: “puta, puta, es tu culpa”. Así se fue escondiendo poco a poco la madera en la tierra, hasta ser arropada con el cemento.
Terminó el acto, el tumulto, el ruido, los destellos, los insultos y ahora las lágrimas corrían por los cristos, los ángeles y las vírgenes. No eran por el muerto, era la lluvia en pleno enero.

Juan Carlos Mora

jueves, febrero 05, 2009

Esa niña sexy

Yo tenía el cabello cortico. El flequillo, que siempre me crecía demasiado rápido, me llegaba un poquito a los ojos. Y era flaca, flaquísima. Usaba camisa roja, braga para el diario y mono los días que me tocaba educación física. Ya había superado la etapa de mi-mamá-me-mima, pero aún sentía nostalgia cuando mi mamá me dejaba sola en el colegio y no me podía mimar. Me reía sin uno o dos dientes y creía que los niños de kinder eran unos bebés. Claro, yo estaba en preparatorio y tenía cuatros años completicos.
Él era un niño moreno y también era flaco, flaquísimo. Tenía cara de gárgola y cuando se reía era una gárgola burlona a la que también le faltaban dientes. Era tranquilo como un viejito que ya no espera nada de la vida. Si mi memoria no me falla, él se llamaba Kelvin y se sentaba a mi lado en la mesita que me asignaron en el salón de preparatorio. Y era mayor que yo: tenía cinco años. Completicos también.
Un día, amasando la plastilina para darle una forma decente, Kelvin comenzó a lanzarme puntas. Sí, Kelvin, el niño-gárgola, me empezó a caer pero durísimo. Se beneficiaba de su posición estratégica y no le importaba que otros niños compartieran con nosotros la mesita. Yo al principio me puse del color de mi camisa. Pero después, halagada y envalentonada por mi levante, decidí hacer algo completamente insólito. Creo que aproveché porque ese día había tocado educación física y tenía el mono: nada de braga que me impidiera ejecutar mi plan. Preparando el terreno dije como por casualidad:
- Hace demasiado calor.
Y me quité la camisa. La camisita roja talla 6, terminó en una de mis manitas manchadas de plastilina. Claro, no fue un striptease completo. Debajo de la camisa tenía una camiseta rosada. Pero eso fue suficiente: la cara de Kelvin fue un verdadero poema de ojos y boca abiertos y respiración entrecortada. Me miró como si yo fuera el último juego de Nintendo que había salido al mercado. El robot más sofisticado. El carrito más caro de la tienda. Yo, la niña deseada, estaba allí sin camisa. Era demasiado.
No sé porque la profesora no me dijo nada. El punto es que yo misma decidí colocarme la camisa al rato de haber ejecutado mi acto de exhibicionismo. Pero como todo acto arriesgado, este tuvo sus consecuencias. Dos minutos después de ponerme la camisa, Kelvin logró superar su asombro y sin más ni más, me zampó un beso en el cachete. La niñita que estaba a mi lado soltó el típico “eeeesooo” y yo hice que me puse brava. Y me puse brava un poquito, porque Kelvin no me gustaba para nada. Pero por otra parte yo, con mi cabello cortico, mi flequillo demasiado largo y flaquísima como era, me había atrevido a ser una niña sexy. Y ya no sólo le gustaba al niño-gargola: con mis artimañas, logré conquistarlo definitivamente.

Joanna Ruiz Méndez

martes, enero 27, 2009

Un camino en mi infancia

No logró precisar donde quedaba. Siempre he sido muy mala para las direcciones. Sólo sé que fue un camino que recorrí en mi infancia, montañoso y selvático, húmedo y caluroso, fugaz en la realidad e infinito en mi memoria.
Tampoco logro precisar cuando lo recorrí. Sólo sé que fue en la época en que mi hermano decía: “las montañas son olas petrificadas por Dios”. Y yo temblaba, porque me aterraba la idea de que esas olas recuperaran su antigua movilidad y nos envolvieran por completo. Le tenía terror a esas olas de tierra.
No puedo precisar tampoco en que momento la montaña se convertía en selva. Sólo sé que de un momento a otro me veía envuelta en un manto-túnel verde y oscuro que era tan imponente como acogedor. En esos árboles gigantes de mi selva imaginaria, que no le daban paso al sol, convivían frutas brillantes, flores exóticas e insectos venenosos en perfecta armonía. Era un espacio prodigioso y sospechosamente solitario. No pasaban carros, no había caminantes errantes al lado del camino. Ese paisaje, que sólo existía en la medida en que uno avanzaba, no podía o no quería ser compartido.
No sé si mi camino montañoso y selvático sólo existió en mi delirio infantil. En cada viaje que emprendo quiero buscar los rastros de ese trayecto mágico, pero no logro conseguirlo. Sólo a veces, muy pocas veces, siento que veo olas de tierra seguidas de selvas oscuras y solitarias. Y casi estoy convencida de haber regresado a mi ruta perdida, a su clima húmedo y caluroso, a su soledad misteriosa. A mi camino de infancia, fugaz en la realidad y eterno en mi memoria.

Joanna Ruiz Méndez

miércoles, enero 21, 2009

Sobre los pendientes

A veces me fastidia esa capacidad que tienen los pendientes para hacerse infinitos. Porque si algo se realiza, muere en el acto. A lo sumo, sobrevive el recuerdo, sea malo o sea bueno. Pero cuando algo queda pendiente, vive eternamente. Es incapaz de morirse. No se oxida. Ahuyenta las telarañas, la humedad, el viento. Y se reinventa. Muda de piel como una serpiente. Y aparece nuevo, fresquito, en nuestro cerebro atestado de cosas demasiado viejas o demasiado usadas.
Y ahí están los pendientes. Para vivir y decirnos: “Si tú hubieras…”. Porque los condenados nos odian con algo de razón: les hacemos vivir eternos como vampiros, los albergamos como si fueran nuestros peores invitados y encima siempre queremos deshacernos de ellos, a fuerza de terapia o voluntad. Entonces, para fastidiarnos, nos dicen: “Si tu hubieras…”. Y nosotros repetimos como autómatas: “Si yo hubiera…”. Y así es siempre.
Y además, para los que no lo sabían, un pendiente se alimenta del tiempo. A medida que pasan los días, meses o años, va engordando. Y crece. Se vuelve un señor pendiente que dice cada vez más seguido con una voz gruesa: “si tu hubieras…”. Y vemos al pendiente tan nuevo, tan fresquito, que seguimos creyendo que esas cosas que no pasaron siguen siendo probables. Aunque ya sean imposibles. Y casi nos provoca pasar por desubicados antes que dejar que ese pendiente se vuelva más grande. Y hacer lo que debimos hacer o lo que no debíamos hacer pero sí queríamos. Porque los pendientes no se mueren hasta que eso pasa. Y da placer que mueran porque son fastidiosos. Fastidiosos e infinitos. Se reinventan. Y sobre todo, no se oxidan.

Joanna Ruiz Méndez

viernes, enero 16, 2009

Un paraíso para lectores

Bogotá es eso. Un paraíso para la gente fanática de los libros, como yo. Allí hay librerías de todo tipo: grandes, pequeñas, modernas, anticuadas, baratas y carísimas. Uno elige. Y eso es lo verdaderamente difícil: elegir. Porque uno quiere comprarlo todo, leerlo todo, esculcarlo todo en esas librerías espléndidas. Y además, la atención de los libreros es excelente y tienen un amplio conocimiento de los libros que venden. Como dije, un paraíso.
No puedo quejarme de mis compras. No sólo me traje libros valiosísimos para mi tesis, sino que compré otros que tenía pendientes como Entrevista con la historia de Oriana Fallaci, El imperio de Kapuscinski y varios de Thomas Mann. Pero igual quedé picada. No sólo por los libros que no me pude traer, sino por las comparaciones odiosas que inevitablemente hice en mi cabeza.
Me piqué porque ellos tienen a Thomas Mann y nosotros autoayuda en abundancia. Porque sus libreros son cultos y los nuestros preguntan ¿cuál es el autor? si les pides Cien años de soledad. Porque ellos tienen librerías con muebles en donde te puedes sentar a hojear los libros con calma y nosotros librerías impersonales que venden libros como si fueran enlatados. Y me piqué porque si aquí a la gente le importara leer más o leer mejores cosas, nosotros tendríamos librerías como las bogotanas. Porque, no hay duda, las librerías son un reflejo de la sociedad. Y lo que reflejamos da pique. Y también tristeza.

Joanna Ruiz Méndez

Catedral de Sal, Tren de la Sabana y Andrés Carne de Res

Unas minas de sal convertidas en catedral por medio del simbolismo y el arte. Así podría definirse la Catedral de Sal de Zipaquirá, un atractivo turístico no apto para claustrofóbicos: uno llega a estar a 180 metros bajo tierra, en medio de un aire viciado y una semi-oscuridad intimidante. Y aunque no parezca una muy buena promoción, lo cierto es que la Catedral de Sal tiene su encanto y visitarla es una experiencia interesante y ciertamente diferente.

Nosotros tomamos los servicios del famoso Tren de la Sabana para llegar a Zipaquirá. Y no es que el tren sea más rápido ni más cómodo que otros medios de transporte. Podría afirmarse más bien lo contrario. Pero con todo y carencias, el tren tiene el encanto que le otorga tener más de un siglo de existencia. Además, para que a nadie se le haga el viaje demasiado largo, varios grupos de música se pasean de vagón en vagón para animar a la gente.



Cuando a uno le dicen que si no va a Andrés Carne de Res, no fue a Bogotá, están diciendo una verdad a medias. Andrés Carne de Res no queda precisamente en Bogotá, sino en Chía, un municipio cercano a la capital colombiana. Pero queda tan cerca, que es casi como si estuviera en Bogotá. Y de verdad hay que ir.


La experiencia de una rumba en Andrés Carne de Res es casi dionisiaca. Corre el aguardiente en abundancia, las parrillas son grandes, condimentadas y deliciosas y toda la noche se sirven frutas locales o extranjeras para que uno sienta que se está dando la gran vida. O mejor dicho, la gran noche. La música no decepciona porque es variada y si no te gusta una canción, lo más probable es que sí te guste la siguiente. No existe el patrón del “set” de música. Se escucha de todo y todo el mundo baila. Con conocidos y extraños. Con maestría o torpeza. En el piso o en los banquitos que sustituyen a las sillas. Como sea.
No me pagaron para hacer la publicidad. De verdad disfrute esta rumba. Demasiado. Y aunque Bogotá se disfruta sin visitar Andrés Carne de Res, se disfruta más visitándolo. Aunque no quede en Bogotá. Pero queda cerca, muy cerca. Y de verdad hay que ir.

Joanna Ruiz Méndez

domingo, enero 11, 2009

Monserrate, Bolívar y La Pola

Se sube por funicular o por teleférico. Como una burla a mi miedo a las alturas, ese día el funicular no estaba funcionando. Tocó por teleférico. El ascenso no duró ni tres minutos y ya habíamos llegado a Monserrate, cerro, santuario e imperdible atractivo turístico de Bogotá. De Monserrate impresiona la iglesia, la magnífica visión de Bogota desde el cerro y la historia de la pasión de Cristo contada a través de las esculturas. Un plan típico en este lugar es asistir a misa y luego almorzar en cualquiera de los restaurantes o puestos de comida que hay allí.



Después de Monserrate, el turno le tocó a la Quinta de Bolívar. Lamentamos llegar tarde a la visita guiada porque el guía era excelente. El chico nos ubicó en la época del Libertador mediante la útil y difícil técnica del humor. Nada de cátedra ni nacionalismos trasnochados. Y así como buena fue la charla, admirable es lo bien cuidada que tienen la Quinta. Entre otras sutilezas, nos enteramos que los cepillos dentales eran todo un lujo que sólo se usaban en las ocasiones especiales. Y no por una persona, sino por todos los familiares de una casa. Y si el cepillo era un lujo, bañarse era una práctica excepcional porque se consideraba un desperdicio del agua que tanto costaba traer del río. Además conocimos la historia de José Palacios, el esclavo liberto que acompañó a Bolívar desde que éste era un niño. Era tanta la amistad entre ellos que Bolívar le tenía un cuarto en la Quinta, con cama y algunos enseres personales. Los demás sirvientes dormían en el piso de la cocina o como dijo nuestro guía: “donde les cogiera el sueño”.


Cuarto de José Palacios


Cuarto de Simón Bolívar

Después de salir de la Quinta, hicimos un recorrido por el centro de la ciudad. Caminar por las amplias calles bogotanas es descubrir librerías viejas con libros rarísimos, carretas tiradas por caballos como en la época de la colonia –las famosas zorras- y restaurantes super económicos en dónde el pollo se come con las manos, costumbre colombiana que me pareció muy práctica. Yo además descubrí la estatua de La Pola, como mejor se le conoce a Policarpa Salavarrieta, una heroína colombiana que fue fusilada a los 22 años. Antes de morir, La Pola dijo esta frase contundente que se puede leer en la base de la estatua:
"¡Pueblo indolente! ¡Cuan distinta sería hoy vuestra suerte si conocierais el precio de la libertad!"
Tan certera La Pola. Y tan vigente.


Joanna Ruiz Méndez

martes, enero 06, 2009

Bogotá en el paladar

En Bogotá la gente come. Y come en serio. Nada de platos escualiduchos en los restaurantes y menos en las casas. Aquí comer poquito no es precisamente sinónimo de buen gusto. El único buen gusto viene dado por comer bien y en grandes cantidades. Y por eso la gente come mucho, muchísimo.
Los tamales, por ejemplo, son el equivalente colombiano de nuestras hallacas. Cambian algunos ingredientes y básicamente los diferencia que el tamal lleva arroz. En “La puerta falsa”, pequeño pero famoso restaurante de Bogotá, el plato típico es el tamal con chocolate caliente. Según me dijeron, medio en broma medio en serio, la mejor manera de comer el tamal es bebiendo chocolate. Y al que decida asumir el reto de probar esa combinación casi mortal, le toca superar otro mayor: el chocolate viene “completo”. Traducción: el chocolate viene acompañado con queso, almojabanas –pasteles hechos con queso- y pan con mantequilla. Y como los niños buenos, hay que comerse todo.
Otro plato típico puede ser una generosa cazuela de fríjoles, acompañada de aguacate, arroz, chorizo y torta de plátano en grandes porciones. Y un menú en un restaurante puede incluir un plato de arroz, papas saladas, pescado y ensalada –lo que cualquier caraqueño consideraría un almuerzo completo- acompañado de salpicón –o tizana-, sopa, una buena porción de una torta o dulce y una aromática o un tintico. El ajiaco también es infaltable si se habla de comida colombiana y como ya expliqué es una sopa espesa y resuelta que se toma en platos enormes. Y encima, es casi obligatorio repetir.
No sé si porque la comida es diversa, abundante y económica, pero el hecho es que la ciudad ofrece experiencias gastronómicas tan sublimes y extravagantes que convierten el momento de comer en toda una aventura. Bogotá en el paladar implica en sí mismo un viaje, pero de sabores, que por lo general no decepciona. Y para realizarlo es necesario comer como un bogotano. Es decir, mucho. Muchísimo.

Joanna Ruiz Méndez

Navidad y fin de año en Bogotá

La Novena de Navidad es una celebración que inicia el 16 de diciembre y culmina el 24 del mismo mes. Nueve días exactos, por eso lo de Novena. No sé si es una práctica que se realiza en otros países aparte de Colombia, pero para muchos colombianos era rarísimo que nosotros en Venezuela no la celebráramos. Básicamente una Novena es una reunión familiar que también puede incluir amigos, en la que se reza, se canta y hasta se baila, si hay los ánimos y el espacio necesario.
Tuvimos la oportunidad de participar en la Novena del 24 de diciembre, es decir, la última del año. Y cuando digo participamos es que de verdad lo hicimos. Rezamos ayudados por un librito que indica las oraciones para cada día y cantamos guiados por un cancionero que nos entregaron antes de comenzar. Y de verdad lo necesitábamos, porque no conocíamos ninguna canción típica de la navidad colombiana, salvo “Noche de paz”. Nada de Virgen andina, San José llanero o niño Jesús venezolano.
También tuvimos oportunidad de celebrar un fin de año a lo bogotano. Realmente es muy parecido a como lo celebramos en Venezuela, o al menos en Caracas: la gente se reúne, cena, come uvas y hace la cuenta regresiva. No vi a nadie sacando maletas, pero sé que hay gente que lo hace. La única diferencia la impone la gastronomía: en vez de mis amadas hallacas, tomamos una rica sopa espesa que tiene pollo, mazorca, papa, arvejas, zanahorias y en realidad cualquier ingrediente que se le quiera agregar siempre y cuando armonice con el resto. Es el famoso ajiaco, plato típico de Colombia, que se toma en grandes platos soperos que lo dejan a uno lleno hasta por una semana. Pero también es costumbre repetir y casi una falta de educación no hacerlo. Pero esto forma parte de la experiencia gastronómica que ha representado Bogotá y evidentemente, tema de otro post.

Joanna Ruiz Méndez