Me encantó esta primera parte de la crónica de Manu, por eso hoy le cedo el espacio para que ustedes también la disfruten. Y pendientes, porque ya vienen las demás entregas de este viaje de la venezolanidad que mi amigo narra tan bien.
Pocas cosas son más venezolanas que el hecho de hacer trampa, así sea una sola vez en la vida. Colearse en algún sitio, comprar una cosa y venderla más cara, quitarle algo a alguien que lo necesite más; son tentaciones que seducen hasta al más correcto de todos los que habitan en esta tierra tropical.
Fue así como, en un impulso de esa viveza criolla que nos caracteriza y no nos deja progresar como país, decidí vender mi dignidad por cuatro palos ó 4 mil bolívares fuertes -como le dicen ahora- y coloqué en manos de otros mi cupo de dólares para viajes que por ley, me otorga CADIVI, gracias al monstruo del control de cambio.
Accedí sin más ni más, sin saber el entramado de procesos que se daban tras la promesa de un fin de semana en Curaçao, con todos los gastos pagos y en hotel de lujo. “Tú decides qué fin de semana quieres irte, luego me das 3 copias de tu cédula y tu pasaporte y el resto es un pajazo”. Esas fueron las célebres palabras que me empujaron a dar el sí.
Saqué las copias sin pensarlo mucho y me reuní con el gestor de mi viaje. Cuando estuve frente a él fue que me vinieron 500 preguntas a la cabeza que me hicieron entender la gran red de corrupción que se escondía detrás de esos cuatro melones y un viajecito gratis a las Antillas Holandesas.
Como si se tratase del crimen perfecto, Alfredo, mi gestor, me explicó el asunto. Ellos tramitaban la aprobación del cupo a través de la expedición de un boleto ficticio, según el cual yo estaría un mes en Curaçao. Luego de eso, reunían los recaudos y los entregaban en el banco, donde, gracias a un contacto, el cupo estaría aprobado en sólo 2 días.
Finalizado ese procedimiento, venía el viaje, en el que, en llegando, tenía que entregarle mi tarjeta y mi pasaporte a la prima de Alfredo, que era la que pasaba las tarjetas. Cuando ya estuviese finalizada la transacción, mis 4 millones estarían depositados en una cuenta de ahorros y la operación sería un éxito.
Después de escuchar aquella barbarie de ilegalidades, trampas y chanchullos, me sentí como un criminal, como si fuera la primera persona que estafaba al fisco, pero luego recordé la cantidad de dinero que han aprovechado los boliburgueses gracias a la revolución, y mis 4 millones se volvieron chiquitiiiiicos, como diría el mismísimo comandante. Acepté.
Manuel Quilarque
Pocas cosas son más venezolanas que el hecho de hacer trampa, así sea una sola vez en la vida. Colearse en algún sitio, comprar una cosa y venderla más cara, quitarle algo a alguien que lo necesite más; son tentaciones que seducen hasta al más correcto de todos los que habitan en esta tierra tropical.
Fue así como, en un impulso de esa viveza criolla que nos caracteriza y no nos deja progresar como país, decidí vender mi dignidad por cuatro palos ó 4 mil bolívares fuertes -como le dicen ahora- y coloqué en manos de otros mi cupo de dólares para viajes que por ley, me otorga CADIVI, gracias al monstruo del control de cambio.
Accedí sin más ni más, sin saber el entramado de procesos que se daban tras la promesa de un fin de semana en Curaçao, con todos los gastos pagos y en hotel de lujo. “Tú decides qué fin de semana quieres irte, luego me das 3 copias de tu cédula y tu pasaporte y el resto es un pajazo”. Esas fueron las célebres palabras que me empujaron a dar el sí.
Saqué las copias sin pensarlo mucho y me reuní con el gestor de mi viaje. Cuando estuve frente a él fue que me vinieron 500 preguntas a la cabeza que me hicieron entender la gran red de corrupción que se escondía detrás de esos cuatro melones y un viajecito gratis a las Antillas Holandesas.
Como si se tratase del crimen perfecto, Alfredo, mi gestor, me explicó el asunto. Ellos tramitaban la aprobación del cupo a través de la expedición de un boleto ficticio, según el cual yo estaría un mes en Curaçao. Luego de eso, reunían los recaudos y los entregaban en el banco, donde, gracias a un contacto, el cupo estaría aprobado en sólo 2 días.
Finalizado ese procedimiento, venía el viaje, en el que, en llegando, tenía que entregarle mi tarjeta y mi pasaporte a la prima de Alfredo, que era la que pasaba las tarjetas. Cuando ya estuviese finalizada la transacción, mis 4 millones estarían depositados en una cuenta de ahorros y la operación sería un éxito.
Después de escuchar aquella barbarie de ilegalidades, trampas y chanchullos, me sentí como un criminal, como si fuera la primera persona que estafaba al fisco, pero luego recordé la cantidad de dinero que han aprovechado los boliburgueses gracias a la revolución, y mis 4 millones se volvieron chiquitiiiiicos, como diría el mismísimo comandante. Acepté.
Manuel Quilarque
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