Me emociono con un bolero. A veces, me gustaría cambiar los jeans por
un vestido largo y vaporoso. Tengo nostalgia de tiempos antiguos que conozco
solo por libros o por referencia. La gente se me acerca para pedirme consejos
y, en ocasiones, miro resignada al futuro como si nada pudiera sorprenderme.
Sí, lo confieso: tengo alma de viejita.
No sé desde cuando me di cuenta. Creo que fue desde que era una niña,
cuando veía con superioridad a mis compañeritos corriendo como salvajes
mientras yo leía libros grandes y enredados. Solo uno de ellos me
superaba: no tendría ni ocho años y ya lo emocionaba la risa de Pilar Ternera
–esa que espantaba las palomas-, en Cien Años de Soledad. Aparte de él, todos
me parecían unos niñitos. Así mismo. Unos muchachitos que aún no habían
madurado.
Seguí creciendo y la viejita se fue poniendo más viejita. Y también
más amargada. Debo admitir que cuando me hice adolescente sufrí horrores por lo que yo consideraba la inmadurez
y falta de personalidad de mis compañeros. Mi alma se rebelaba ante la dictadura de la adolescencia y también ante su ocasional crueldad. Y me enojaba. Y me frustraba. Y, hay que decirlo, también me
entristecía.
Durante la universidad me topé con alguien a quien no esperaba: la
jovencita que yo era. La muchacha que no podía mirar al amor con aire de
sabelotodo porque sencillamente no tenía ni idea de lo que era. La chamita
pues. La que jamás consideré ser. Cuando comprendí que no me serviría todo lo
que había leído sobre la existencia humana para aprender a vivir, quedé
desarmada. No supe que hacer. Y navegando en ese limbo, vi pasar el tiempo.
Hasta que entendí que la viejita y la muchacha podían reconciliarse.
No iba a dejar de emocionarme con los boleros, no me iba a deslastrar de la
nostalgia, no iba a dejar de desear tener unos vestidos largos y vaporosos. Pero también podía disfrutar de mis jeans
–¡con lo prácticos que son!-, bailar hasta quedar exhausta y reírme con muchas
ganas simplemente porque sí. A veces miro con resignación el futuro, pero la
mayoría de las veces lo hago con ilusión y curiosidad. Me considero madura,
pero no dejan de asaltarme las dudas que siempre surgen a mi edad. Admito que vivo en una
dicotomía difícil, pero también deliciosa.
Decidí sacarle provecho a mi alma de viejita y también a mi flamante
juventud. Y es por eso que además de leer, refugiarme en la escritura y quedarme en casa
algunos sábados por la noche, también quiero despeinarme, caminar largos
trechos, viajar y comer mucho, muchísimo. A todo eso, en conjunto, le llaman
vivir. Y les confieso que es buenísimo.
Joanna Ruiz Méndez