En la noche de ese largo día en el que visitamos el Cementerio de la Recoleta, la Basílica Nuestra Señora del
Pilar, la Floralis Generica y el Parque Thays, nos pusimos nuestras mejores pintas
porque íbamos para el show Señor Tango. Ya nos habían comentado que era uno de
los espectáculos más famosos de este tipo que existía en Buenos Aires, por lo
que fuimos con las expectativas altas. No nos decepcionó.
El local en donde se realiza el show tiene una decoración un tanto
kitsch, pero es espacioso y posee un ambiente bastante agradable. De esto me di cuenta al llegar, porque una vez que se
apagan las luces y comienza el espectáculo, uno no tiene tiempo para mirar a su alrededor. La mirada solo puede enfocarse en cada una de las presentaciones maravillosas que se adueñan del escenario y empapan el alma de tango. Inolvidable.
Durante el show bailan parejas y grupos, se escucha tango instrumental y se
disfruta de voces femeninas cantando piezas representativas del género, además
de la voz melodiosa y potente de Ricardo Soler, creador, director y productor
de este espectáculo. En Señor Tango hay espacio para el baile, el canto y el
sentimiento. El show emociona y conmueve. Uno termina aplaudiendo maravillado y
feliz de haberlo presenciado.
Que mal que mi experiencia haya tenido una nota
discordante. ¿El culpable? Ricardo Soler.
El problema surgió cuando el señor Soler, quien personifica a la
perfección el chocante cliché de argentino arrogante, decidió nombrar los
países de dónde provenían los asistentes de ese día. Los brasileños conformaban
un 80% del auditorio, pero también había chilenos, colombianos y
estadounidenses, entre otros. Cuando él señor preguntó si faltaba un país, los
menos de diez venezolanos que estábamos allí gritamos en coro: Venezuela. Pareció no escuchar y repitió la pregunta. La misma respuesta en coro: Venezuela. Soler no nombró a Venezuela y siguió adelante con el espectáculo como si nadie hubiera hablado -o gritado, en nuestro caso-.
Cuando éste terminó, les comentamos a algunos mesoneros la omisión.
Todos nos habían escuchado y no sabían porque no nos habían nombrado. La cosa
no era grave, así que decidimos acercarnos a Soler para contarle la anécdota y
de paso comentarle lo mucho que nos había gustado el show.
Soler estaba firmando autógrafos y había una fila de gente esperando
obtener la rúbrica de este señor. Sí, hay gente que le pide autógrafos a cualquiera,
pero eso sería tema de otro post. Yo le dije en son de broma:
-
Venimos a hacerle un reclamo.
Soler volteó, me miró con rabia y dijo:
-
Yo no soy el buzón de quejas,
sino el de las alegrías.
Nos volteó la cara y siguió firmando autógrafos con un rictus
desagradable en el rostro. Por su actitud, supe que sí nos había escuchado y
que sencillamente no había querido mencionar nuestro país por una
razón desconocida. De más está decir que abandonamos inmediatamente el local porque no valía la pena dedicarle más tiempo a este personaje.
Yo no sé si este señor tiene algún problema con los venezolanos, si
estaba molesto porque varios chistes durante el espectáculo no habían causado
gracia o si es tan increíblemente pedante como para asumir que toda persona que
se acerca a él debe alabarlo por inercia. Puede que alguna de éstas hubiera sido la razón
de su molestia o quizás todas a la vez. El buen gusto que me dejó el show me lo
borró el señor Soler con su actitud agria y arisca que lamentablemente no
cuadra con otro estereotipo que también se le adjudica a los argentinos:
encantadores. Es lamentable que detrás de espectáculos memorables que nos
producen experiencias gratas se encuentren personajes como éste, pero así son
las ironías de la vida.
Esta fue una de las pocas anécdotas desagradables de nuestro feliz viaje.
Afortunadamente, en Buenos Aires abunda la gente amable y solícita con el
turista. Pronto les contaré más ellos, así como sobre otros lugares inolvidables
que conocimos.
Joanna Ruiz Méndez
No hay comentarios:
Publicar un comentario