Autor: Usbkabel / Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International |
Hay parejas literarias que me han marcado para toda la vida. Y no, no hablo de Romeo y Julieta, aunque algunas también están marcadas por la tristeza y la desesperanza. La mayoría no tienen un final feliz, aunque hay algo intenso, prohibido y épico en su forma de abordar el amor que las hace memorables.
Antes de presentar la lista de mis amores literarios favoritos, debo advertirles: hay varios spoilers de las obras a los que pertenecen. Sin embargo, la mayoría son clásicos que, si ustedes no han leído, les recomiendo que lean.
1. Tony Buddenbrook y Morten Schwarzkopf (Los Buddenbrook, Thomas Mann). Tony pertenece a una rica familia de comerciantes alemanes; Morten es un humilde estudiante de medicina. Durante unas vacaciones se conocen, comienzan a tomar largos paseos, a contarse secretos y, como el amor no entiende de clases, a enamorarse. En los momentos en que ella se encuentra con personas de su círculo social, Morten va a sentarse en unas rocas cerca del mar para evitar la incomodidad de estar con gente con la que no simpatiza y con la que no tiene nada en común. Eventualmente, "sentarse en las rocas" se convierte en un sinónimo de estar solo y aburrirse, una expresión que solamente ellos dos entienden, una especie de chiste interno que simboliza su amor pero también todo lo que los separa. Las obligaciones familiares y un desagradable pretendiente de Tony frustran cualquier posibilidad de unión entre ellos y esas vacaciones terminan de forma amarga para ambos. Nunca más se vuelven a ver.
Más adelante, cuando ya Tony es abuela y está llena de arrepentimientos y desesperanza, su hermano le escucha esta expresión que no entiende y que ella no logra explicarle. Pero el lector que la conoce, que ha aprendido a quererla, sabe que en el fondo de su alma todavía arde el amor de su juventud. Y no es difícil imaginar, aunque no se indique en la obra, que seguramente un Morten entrado en años tampoco ha podido olvidarla.
2. El protagonista de Los pasos perdidos (Alejo Carpentier) y Rosario: Este es uno de mis libros favoritos y cuando lo terminé de leer me quedé con un dolor en el alma por varios días. La historia del viaje iniciático del protagonista y sus vivencias en la ficticia Santa Mónica de los Venados -que muchos autores han identificado como Santa Elena de Uairén- me atraparon completamente, así como su relación con Rosario, una mujer simple que contrasta con las féminas independientes, cultas y un poco frías que él está acostumbrado a tratar.
Rosario no tiene poses, no tiene aspiraciones intelectuales, no tiene necesidad de sentirse superior. En ella todo es instintivo, un poco salvaje, pasional. Ella, cuando habla con el protagonista, se refiere a sí misma como "tu mujer". Ese tipo de entrega incondicional, completa, es una que él jamás había conocido y que logra llenar el inmenso vacío que le había producido una existencia, hasta ese momento, plana e infeliz.
Por eso duele tanto cuando la pierde y, con ella, la posibilidad de habitar en un territorio que ya le había mostrado su magia y que se niega a brindarle una segunda oportunidad. Y duele más saber -aunque tampoco nos lo digan en el libro- que jamás volverá a vivir un amor igual.
3. Laura Díaz y Jorge Maura (Los años con Laura Díaz, Carlos Fuentes). Este no es uno de mis libros favoritos de Carlos Fuentes. De hecho, hubo momentos en los que pensé abandonarlo pero no lo hice porque, por flojo que me pareciera a veces, había pasajes luminosos. El amor de Laura -una mexicana cuya vida impetuosa e intensa permite contar la historia de su país- y Jorge Maura -un español republicano residenciado en México- me pareció uno de ellos. La pasión que sienten el uno por el otro, su forma de hacer el amor, su necesidad de exorcizar el pasado y sanar sus heridas son conmovedoras.
Una pasión así de intensa normalmente no dura para toda la vida. La de Laura y Jorge no es la excepción. Sin embargo, hay detalles en el libro que nos recuerdan que los mejores amores no son eternos pero sí inolvidables gracias a ciertos detalles sutiles: una palabra, un apretón de manos, una mirada brillante. Para mí, esta relación se resume en el color plateado que adquirían los ojos de ella "en el orgasmo de ojos abiertos que le exigía Jorge Maura". Es en esa descripción, simple y potente, que se resume la grandeza de ese amor.
4. Adelaida Salcedo e Hilario Guanipa (La trepadora, Rómulo Gallegos). Hay hombres de los que no me enamoraría en la vida real, pero que en la literatura me resultan absolutamente seductores. Uno de ellos es Hilario Guanipa, el mujeriego, recio y atractivo hijo ilegítimo del rico terrateniente venezolano Jaime del Casal.
Hay mujeres a las que no me gustaría parecerme pero que resultan absolutamente necesarias en la literatura porque son capaces de sacrificar absolutamente todo por amor. Una de ellas es Adelaida Guanipa, prima de los hijos legítimos de Jaime y amiga de la infancia de Hilario, quien la deleitaba con las historias divertidas de Tío Tigre y Tío Conejo.
Adelaida e Hilario no se vuelven a encontrar hasta que ambos son adultos. Él queda prendado de la belleza de "tío Conejo" y ella se siente atraída -y turbada- por ese hombre fuerte que no puede disimular su pasión. Leer como este par se va enamorando es una absoluta delicia. Aunque la de Adelaida e Hilario está lejos de ser una relación ideal -algo que se evidencia aún más en su matrimonio-, Gallegos logró capturar con precisión las angustias, la emoción, las dudas y ese ingenuo heroísmo que traen consigo el amor recién descubierto.
5. Elizabeth Bennet y Mr. Fitzwilliam Darcy (Orgullo y prejuicio, Jane Austen). A diferencia de lo que me sucede con Hilario Guanipa, no me importaría tropezarme con un Mr. Darcy en la vida real porque creo que terminaría tan enamorada como Elizabeth Bennet. Estoy segura que ese hombre en apariencia frío y distante, pero que en el fondo es romántico y generoso, ha conquistado a más de una lectora.
Elizabeth, quien vive rodeada por hermanas y una madre obsesionadas con la idea del matrimonio, es un espíritu libre al que la idea de conseguir esposo no le quita el sueño. Inteligente, alegre y en ocasiones mordaz, logra conquistar a Mr. Darcy prácticamente sin buscarlo. Lo que más me gusta de esta pareja es que ambos tienen personalidades fuertes, son bondadosos por naturaleza y cuidan a sus seres queridos. Además, es maravilloso ver como entre ellos va creciendo poco a poco la tensión porque no logran encontrar la manera correcta de expresar sus sentimientos. Cuando finalmente lo hacen -después de varios líos familiares, rechazos y malentendidos- sabemos que esta pareja sí ha conseguido -y se merece- su final feliz.
Joanna Ruiz Méndez
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