No considero que México sea un buen lugar para comprar. Al menos en los lugares que yo visité los productos me parecieron caros, la adquisición de souvenirs pasaba obligatoriamente por un regateo para que el que no sirvo y en cierta manera siempre quedé con la sensación de que pagué demasiado por algo que realmente no lo valía. Mi experiencia en Chichén Itzá, donde muchos comerciantes se congregan para ofrecer sus múltiples productos –joyas y artesanías principalmente-, fue especialmente frustrante. Compré unas argollas de plata por las que logré una rebaja de 150 pesos y me fui feliz, pensando que había hecho una compra fabulosa, hasta que me puse a pensar que si fuera realmente plata no me las hubiesen dejado tan baratas y en ese caso, me habían salido muy caras si se trataba de una imitación. Me enamoré de varios anillos que primero me ofrecían en 300 pesos, luego en 200 y finalmente en 100, hasta que yo asumía que esas rebajas tan fáciles significaban que costaban muchísimo menos. Me decanté por algunos recuerdos del templo de Kukulkán y los compré no sin antes regatear, hasta que decidí que el asunto me cansaba más de lo que me divertía. No compré más.
En el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México también tuve una mala experiencia en este sentido. Me senté en un cafecito a terminar de ver el juego de Brasil y Chile y pedí una Coca Cola. Me dijeron que si quería palomitas, que eran gratis y yo acepté. Me pareció una atención muy buena hasta que fui a pagar el refresco: 40 pesos. Estaba recién llegada a México, pero aún así tenía la fuerte sensación de que me estaban estafando. Las palomitas, de gratis, nada. Lo confirmé después con varios mexicanos, que me dijeron que lo más caro que te sale un refresco de lata son 15 pesos, máximo 20. Debo admitir que esa experiencia y las posteriores hicieron que me volviera un poco tacaña, amarrada o como diríamos nosotros, pichirre.
Si bien mi relación con el comercio no fue buena, mi experiencia gastronómica si lo fue. La comida mexicana es deliciosa, colorida y, como todos saben, especialmente picante. Ya en Venezuela había probado algunos platos de este país que podían ser aderezados con una salsa capaz de hacerte llorar y dormirte la boca si no la consumías moderadamente. Sin embargo, en Venezuela los platillos mexicanos son opcionalmente picantes. En México, el picante es una presencia fundamental en casi todas las comidas.
Desde salsas, asados y sopas hasta algunos helados, o paletas como dirían ellos, son picantes. Sí, los helados. Cuando fui a comprar uno de piña el señor me preguntó:
- ¿Con o sin?
- ¿Con o sin qué? –pregunté.
- Con o sin chile – me dijo Susana, que obviamente tenía mucha más experiencia que yo en el tema.
- Sin chile, por favor –dije yo, asombrada ante la posibilidad nunca antes pensada de comerme un helado picante.
Si bien no me atreví con la paleta, en Campeche decidí tomarme un chocolate caliente con chile al mejor estilo de los antiguos mayas. Aunque luce y sabe como un chocolate normal, la verdadera sorpresa está cuando este líquido pasa por la garganta, pues el saborcito dulzón se vuelve una indescriptible sensación abrasadora. Sin embargo, después de los primeros sorbos y de echarle un poquito más de azúcar, me pareció una bebida deliciosa y espero con ansias mi próximo viaje a México para volver a probarla.
Joanna Ruiz Méndez
En el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México también tuve una mala experiencia en este sentido. Me senté en un cafecito a terminar de ver el juego de Brasil y Chile y pedí una Coca Cola. Me dijeron que si quería palomitas, que eran gratis y yo acepté. Me pareció una atención muy buena hasta que fui a pagar el refresco: 40 pesos. Estaba recién llegada a México, pero aún así tenía la fuerte sensación de que me estaban estafando. Las palomitas, de gratis, nada. Lo confirmé después con varios mexicanos, que me dijeron que lo más caro que te sale un refresco de lata son 15 pesos, máximo 20. Debo admitir que esa experiencia y las posteriores hicieron que me volviera un poco tacaña, amarrada o como diríamos nosotros, pichirre.
Si bien mi relación con el comercio no fue buena, mi experiencia gastronómica si lo fue. La comida mexicana es deliciosa, colorida y, como todos saben, especialmente picante. Ya en Venezuela había probado algunos platos de este país que podían ser aderezados con una salsa capaz de hacerte llorar y dormirte la boca si no la consumías moderadamente. Sin embargo, en Venezuela los platillos mexicanos son opcionalmente picantes. En México, el picante es una presencia fundamental en casi todas las comidas.
Desde salsas, asados y sopas hasta algunos helados, o paletas como dirían ellos, son picantes. Sí, los helados. Cuando fui a comprar uno de piña el señor me preguntó:
- ¿Con o sin?
- ¿Con o sin qué? –pregunté.
- Con o sin chile – me dijo Susana, que obviamente tenía mucha más experiencia que yo en el tema.
- Sin chile, por favor –dije yo, asombrada ante la posibilidad nunca antes pensada de comerme un helado picante.
Si bien no me atreví con la paleta, en Campeche decidí tomarme un chocolate caliente con chile al mejor estilo de los antiguos mayas. Aunque luce y sabe como un chocolate normal, la verdadera sorpresa está cuando este líquido pasa por la garganta, pues el saborcito dulzón se vuelve una indescriptible sensación abrasadora. Sin embargo, después de los primeros sorbos y de echarle un poquito más de azúcar, me pareció una bebida deliciosa y espero con ansias mi próximo viaje a México para volver a probarla.
Joanna Ruiz Méndez
Parece un chocolate normal, pero no lo es.
3 comentarios:
saludos desde mexico,
se me antojo ese chocolate de campeche,tendré que probarlo
Yo te recomiendo que compres las bebidas fuera de los hoteles o aeropuertos ya que sale mas caro, fuera de eso hay oxxos
amig@s extranjeros nunca se les ocurra comrar en el aerpuerto ya que es muy caro compren en oxxos ya que tienen un precio establicido en caso de joyas vallan a los pueblos en donde son productores un ejemplo puede ser taxco aqui hacen la plata saludos
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