“Aquel lugar se parecía mucho al mundo: atestado de lujuria, crimen y amor desgraciado”
Un personaje huye sin cesar. De sus perseguidores, de su destino, de sí mismo. Huye y en el camino deja huellas, cabos sueltos, culpas. Huye porque no tiene otra alternativa. Casi por inercia. A veces cobarde, a veces temerario. No es valiente. Es un cura pero, sobre todo, es un hombre.
Este personaje es el protagonista de “El poder y la gloria”, la célebre novela de Graham Greene. La historia está ambientada en México en plena década de 1920, específicamente durante el gobierno de Plutarco Elías Calles. Las tensas relaciones que mantuvieron la Iglesia y el Estado durante el gobierno de Álvaro Obregón se convirtieron en una lucha abierta durante el mandato de Calles, lo que dio origen a la Guerra Cristera.
Este cura quiere huir de Tabasco, el primer estado en donde la religión católica fue terriblemente acorralada. Los demás religiosos han muerto, escapado o han sido obligados a contraer matrimonio. La historia se resume en la eterna fuga de este sacerdote solitario que recorre un inmenso territorio repleto de peligros, abundante en miedos y generoso en culpas para salvar una vida que ya no representa demasiado. De todas formas, ya ha perdido todo su dinero, prestigio y dignidad. Si se aferra a ella es por instinto, para no contradecir aquella sentencia de que mientras hay vida hay esperanza. Al igual que Edipo, el cura se encontrará evadiendo su destino y esquivando los zarpazos de la fatalidad para tratar de darle un sentido real a su existencia.
Pero la salvación no se encuentra ni dentro ni fuera de Tabasco. Salvarse no es una elección. Porque ese conflicto entre el Poder-Estado y la Gloria-Iglesia, no tiene como opción la salvación del individuo. Ambas instituciones son mecanismos que lo oprimen, que lo convierten en traidor o pecador, héroe o mártir, pero nunca en un ser humano libre. El hombre sólo puede existir bajo un nombre, una profesión y una etiqueta. Más allá de este papel de instrumento, parece no existir.
Este no es un libro ameno de leer e incluso a veces se hace pesado, pero con algo de paciencia se puede apreciar la grandeza de ciertos pasajes y sobre todo, el simbolismo que representa el sufrimiento del cura. Porque este cura, ante todo hombre, representa el sufrimiento de todos los hombres, en todas las épocas, que han sufrido por las instituciones que la misma raza humana ha creado en pro de una evolución y progreso que no terminan de llegar nunca.
Joanna
Un personaje huye sin cesar. De sus perseguidores, de su destino, de sí mismo. Huye y en el camino deja huellas, cabos sueltos, culpas. Huye porque no tiene otra alternativa. Casi por inercia. A veces cobarde, a veces temerario. No es valiente. Es un cura pero, sobre todo, es un hombre.
Este personaje es el protagonista de “El poder y la gloria”, la célebre novela de Graham Greene. La historia está ambientada en México en plena década de 1920, específicamente durante el gobierno de Plutarco Elías Calles. Las tensas relaciones que mantuvieron la Iglesia y el Estado durante el gobierno de Álvaro Obregón se convirtieron en una lucha abierta durante el mandato de Calles, lo que dio origen a la Guerra Cristera.
Este cura quiere huir de Tabasco, el primer estado en donde la religión católica fue terriblemente acorralada. Los demás religiosos han muerto, escapado o han sido obligados a contraer matrimonio. La historia se resume en la eterna fuga de este sacerdote solitario que recorre un inmenso territorio repleto de peligros, abundante en miedos y generoso en culpas para salvar una vida que ya no representa demasiado. De todas formas, ya ha perdido todo su dinero, prestigio y dignidad. Si se aferra a ella es por instinto, para no contradecir aquella sentencia de que mientras hay vida hay esperanza. Al igual que Edipo, el cura se encontrará evadiendo su destino y esquivando los zarpazos de la fatalidad para tratar de darle un sentido real a su existencia.
Pero la salvación no se encuentra ni dentro ni fuera de Tabasco. Salvarse no es una elección. Porque ese conflicto entre el Poder-Estado y la Gloria-Iglesia, no tiene como opción la salvación del individuo. Ambas instituciones son mecanismos que lo oprimen, que lo convierten en traidor o pecador, héroe o mártir, pero nunca en un ser humano libre. El hombre sólo puede existir bajo un nombre, una profesión y una etiqueta. Más allá de este papel de instrumento, parece no existir.
Este no es un libro ameno de leer e incluso a veces se hace pesado, pero con algo de paciencia se puede apreciar la grandeza de ciertos pasajes y sobre todo, el simbolismo que representa el sufrimiento del cura. Porque este cura, ante todo hombre, representa el sufrimiento de todos los hombres, en todas las épocas, que han sufrido por las instituciones que la misma raza humana ha creado en pro de una evolución y progreso que no terminan de llegar nunca.
Joanna
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