miércoles, julio 06, 2011

Manglares y cacao

Los otros dos paseos contemplados en el itinerario de nuestra visita a Esmeraldas no fueron tan difíciles como el primero. Uno de ellos fue un recorrido por los manglares de Mompiche que terminó en la Isla Júpiter, un paraíso de aguas azules y silencio absoluto en el que era imposible no relajarse por completo.


Isla Júpiter

El otro fue una visita a una finca de cacao que me pareció toda una experiencia. Les cuento porqué.
Cuando llegamos a la finca, nos recibió cordialmente un septuagenario de sonrisa amable. Era Tomás Gracia, el dueño del lugar. Con un verbo rápido y una sapiencia infinita, nos fue explicando el proceso del cultivo y la cosecha del cacao. También nos explicó que cultivaba algunas otras frutas como la guanábana, la toronja y el zapote. Cuando alguien le preguntó cómo era éste último, el respondió con otra interrogante:

- ¿Quieren probarlo?

Casi sin darnos chance a responder, ya don Tomás estaba montado en la copa de un árbol bajando los frutos. Nosotros no sabíamos si angustiarnos porque pudiera caerse o maravillarnos por su agilidad absoluta. Lo cumbre de aquella situación fue que, en plena faena de bajar los zapotes, don Tomás recibió una llamada a su celular. Con toda naturalidad, contestó el teléfono:

- Disculpa, ahora no puedo atenderlo, estoy ocupado.

De más está decir que todos comenzamos a admirar profundamente a don Tomás después de aquello.


Don Tomás Gracia


El trabajo que se hace en la finca es arduo, pero su dueño apenas parece notarlo. El confiesa, con toda la naturalidad del mundo, que desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde revisa toda su plantación. Las espléndidas mazorcas de cacao que vimos son producto de la labor incansable de don Tomás, de un abono totalmente orgánico y de la benevolencia de la naturaleza.






El recorrido culmina cuando los asistentes tuestan y trituran el cacao para luego hacer una barrita con la pasta resultante. Cada quien puede llevarse la barrita a la casa después de que termina el proceso.
Al final todo el mundo queda con las manos y el alma impregnadas con el divino aroma del cacao y también con la certeza de haber conocido a un personaje único. Don Tomás se despide con la misma sonrisa con la que nos recibió y es imposible, desde el silencio, no colmarlo de bendiciones.

Joanna Ruiz Méndez

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