miércoles, diciembre 08, 2010

Inquieta Compañía

En las seis historias de horror y misterio que conforman Inquieta Compañía, de Carlos Fuentes, la rutina avanza sin tropiezos hasta el momento en que seres imaginarios y sobrenaturales, angélicos o demoniacos, irrumpen en la vida cotidiana de los personajes para avasallarla y destruirla.
Quien haya leído otras obras de Fuentes, se sorprenderá al encontrar en Inquieta Compañía una narrativa diferente, mucho más accesible al lector promedio. Quizás a veces es demasiado explícita y explicativa, pero que logra mantener el suspense de cada historia hasta el final. Como siempre sucede en el trabajo de Fuentes, México -como temática y como simbología- es una referencia constante en cada historia.
En El amante del teatro, las tablas y un drama shakesperiano estructuran las bases de un amor silente; el protagonista sólo puede aprehender la etérea presencia de su amada gracias a la escena teatral. En la gata de mi madre, lo que comienza como una aparente crítica a las relaciones humanas y la diferencia de clases en clave de comedia, pasa a convertirse en una historia fantástica. La madre de la protagonista y su odiosa gata son las que parecen mantener el límite entre lo normal y un submundo fantasmal.
En La buena compañía, un joven francés cambia su pequeño mundo personal e intelectual por la terrorífica rutina de dos tías mexicanas. Aunque su plan inicial es tomar ventaja de su condición de pariente cercano para asegurarse la vida, las dos hermanas de su madre tienen un proyecto diferente para su sobrino. En Calixta Brand, la protagonista homónima de origen estadounidense, se casa con un mexicano en lo que parece una unión feliz. Al pasar los años, el hombre comienza a resentir la evidente superioridad intelectual y humana de su esposa; no pasa mucho tiempo cuando comienza a humillarla por este hecho. En La bella durmiente, el doctor Jorge Caballero se encuentra frente a un caso extraño: una paciente, fría como la muerte y aletargada por un sueño constante, sólo reacciona a las cálidas caricias prodigadas por sus manos.
En Vlad, quizás el cuento más representativo de la obra, la naturaleza del antagonista se hace evidente desde el primer instante más no así sus planes, que afectarán –de diferentes formas- el destino de los otros personajes. La rutina de una familia mexicana promedio se destruye ante la presencia del gótico –pero también pintoresco- Vlad, quien hace irónicas disertaciones sobre la vida, Dios y la inmortalidad. Hace poco Carlos Fuentes publicó Vlad, la novela, y aunque no he tenido oportunidad de leerla intuyo, por algunos comentarios en Internet, que desarrolla la misma idea del cuento pero de forma evidentemente más extensa.
Aunque podría considerarse que la presencia de elementos clichés del género -como casas embrujadas y misteriosas- es una debilidad de las historias, opino que es un recurso para evidenciar la poderosa irrupción del horror en las vidas ordinarias, criollas y rutinarias de los personajes. El uso exagerado y evidente de los contrastes tiene una intención aleccionadora: Fuentes nos advierte que incluso en la más aparente normalidad se esconde la sombra de lo extraño. También nos señala con vehemencia la fragilidad de nuestras cotidianas existencias por el hecho de que, como se indica en la contratapa del libro, “los seres que acostumbramos llamar imaginarios no mueren por completo”.

Joanna Ruiz Méndez

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