Mérida fue mi segundo destino. La capital de Yucatán me sorprendió por un clima que, aunque caluroso, nunca me llegó a fastidiar. Es muy parecido al calor caraqueño, por lo que tuve la agradable sensación de estar en casa. Otra coincidencia: el centro de la ciudad me pareció absorbente, caótico, poco amable. Con este descubrimiento tuve también la -desagradable- sensación de estar en casa: el centro caraqueño es muy parecido. En Yucatán conocimos las impresionantes Uxmal y Chichén Itzá, dos antiguas ciudades mayas que impresionan por su arquitectura y por la historia que cuentan, entre susurros, cada una de sus construcciones.
Chichen Itzá
Finalmente llegamos a mi parte favorita del viaje: Río Lagartos. No me detendré en los aspectos formales de la reserva natural –llamado oficialmente Reserva de la Biosfera Ría Lagartos- y tampoco en el ya mencionado e inolvidable paseo en lancha por los manglares que hice con algunos de mis colegas. Contaré, si me permiten, una experiencia personal.
Realizamos una larga caminata de noche por las costas del lugar, con la finalidad de ver desovar a las tortugas marinas. Bueno, las tortugas no hicieron acto de presencia. O casi no hicieron, porque unos pocos grupos fueron afortunados y sí vieron una. Y ya. Yo personalmente no vi ninguna, porque cuando pude traspasar el grupo de gente alrededor de la tortuga, ésta ya se había metido al agua. Sin embargo, la larga caminata de la playa valió la pena para mí porque conocí las estrellas.
Claro que había visto estrellas antes. Pero nunca así, nunca en esa cantidad, jamás con ese brillo. Una legión de estrellas demarcaba perfectamente la bóveda del cielo. Sentí que esa noche, en la playa de Río Lagartos, estaban naciendo constelaciones y galaxias enteras. O que se estaban mostrando por primera vez en el firmamento, solamente para que nosotros las viéramos. Ese cielo maravilloso se vio coronado por una luna amarilla-naranja brillante, escandalosa, que salió de las profundidades del mar para alumbrar el resto de nuestro recorrido. Cada vez que pienso en México, recuerdo todo lo que he contado hasta ahora, pero recuerdo especialmente esa extraordinaria noche hecha de estrellas.
Esta crónica ya se ha hecho demasiado larga, pero no puedo terminarla sin mencionar que todas estas vivencias se vieron envueltas en un contexto especial: la Ruta Quetzal. Esta fue la expedición que me tocó cubrir como periodista y que me permitió conocer México más allá del turismo evidente. En el primer post mencioné que a un lugar lo hace la gente y puedo afirmar lo mismo de los viajes. Las personas que conocí –organizadores, los ruteros venezolanos, mis colegas y otros profesionales que formaban parte del llamado “grupo de los adultos”-, hicieron de este viaje una experiencia definitivamente inolvidable.
Joanna Ruiz Méndez
2 comentarios:
Es una pena que hayas terminado con la narracion, seguro hubo mil cosas mas que contar. Me paraecio excelente que hayas disfrutado mi pais, pero sobre todo ne complace ver el buen sabor de boca con el que te vas. Por cierto los altos costos en el auropuerto y en zona turistica es en cualquier sitio de mexico. Saludos, seguire leyendote
Gracias por tu comentario! En realidad si hubo muchas más experiencias, pero aquí resumí las mejores o más anecdóticas. De corazón, espero volver pronto, quedé encantada con tu país. Saludos!
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