sábado, octubre 13, 2012

Un caminante en la avenida Baralt

Fue hace varios años. Quizás diez, pero no puedo precisarlo. Ese día iba sentada. Es raro, los carritos que atraviesan la selva en que a veces se convierte la avenida Baralt siempre van llenos. Pero ese día todos estábamos sentados e incluso sobraban algunos puestos. La radio no escupía la salsa erótica de costumbre y todavía el reggaeton no había invadido el mundo. Si se omitían los gritos de los buhoneros, el rugir de los otros carros y el bullicio natural de la calle, puedo decir que íbamos relativamente en silencio.
Y se montó el señor. Era moreno, tenía barba y bigote, la ropa algo sucia y una guitarra vieja. Me fastidió verlo porque asumí que nos pediría dinero o nos vendería algo. La guitarra tuvo que haberme dado pistas, pero no le presté atención. Dio los buenos días y dijo que iba a cantar. Comenzó a tocar la guitarra y de su voz salió esa frase tan conocida, de esa canción que tanto me gusta:

- Todo pasa y todo queda…

Y juro que si hubiese tenido los ojos cerrados, hubiera pensado que Joan Manuel Serrat se había montado en un carrito por puesto en plena avenida Baralt a cantarle a una partida de desconocidos su canción más famosa. Era casi una injusticia cuando el señor cantaba:

- Nunca perseguí la gloria…

Y si la había perseguido, ésta le había sido esquiva. Era un talento perdido en las calles que no tenía más riqueza que su voz. Pero seguro ese señor, que cantaba entregado por completo a la música y era un artista de corazón, disfrutaba de un imaginario universo personal que el resto de los mortales no conocemos. Seguramente había vivido en mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, y eso le bastaba…
Cuando terminó la canción todos aplaudimos asombrados porque nadie se imagina que en el centro de Caracas a uno le pueda pasar algo tan maravilloso. El señor colectó mucho dinero, todos nos sentíamos generosos y con ganas de recompensar a cualquiera que alterara nuestra vida cotidiana con su magia. Un señor que estaba a mi lado y que se parecía muchísimo a don Ramón, el de El Chavo, me dijo con los ojos brillantes:

-          Canta bonito ¿verdad?

Yo le sonreí asintiendo. Aunque no hubiese perseguido la gloria, el señor había dejado aquella vez, en la memoria de todos nosotros, su canción. No volví a verlo pero todavía, cuando agarro un carrito en la avenida Baralt, no pierdo la esperanza de que aparezca ese caminante de carritos por puesto que hace algunos años, no recuerdo cuantos, me deslumbró con su canto.  

Joanna Ruiz Méndez

miércoles, agosto 01, 2012

La come ratas

Ustedes, los que leen mi blog, ya conocen a la señora Mily. Los que no, aquí se las presento: La señora Mily.
Resulta que la señora Mily y yo seguimos siendo amigas. Cada vez que nos vemos, nos saludamos, nos ponemos al día, yo le dejo un billetico en la mano –ojalá mis finanzas dieran para un billete grande- y ella siempre me quiere dar sus monedas a cambio. Solo pocas veces me dice: “te lo acepto mija, porque la cosa ha estado dura”. Y a mí se me estruja el corazón, pero igual le sonrío y ella me sonríe y nos despedimos siempre con un hasta luego.
Sin embargo, no todo siempre termina así. Algunas veces, la conversación se alarga y la señora Mily me habla de una mujer que, por su descripción, deambula vagabunda por la avenida Baralt. Cada vez que la menciona la cara se le tensa, el gesto se le agria y la voz se le vuelve despectiva. La apoda la come ratas.

-          Ella come ratas cuando no tiene más nada que comer. Y también me roba el dinero cuando estoy distraída. Es una mujer horrible, ojalá no te la consigas por allí.

La primera vez que me la mencionó, me conmoví. Yo podía entender su antipatía –especialmente si esta mujer le robaba el dinero-, pero me parecía que alguien que comía ratas debía estar en una situación de vida muy miserable. Me dio tristeza, pero no le dije nada a mi abuelita adoptiva porque era evidente que la detestaba.
Un día, la señora Mily se estaba quejando por enésima vez de la come ratas. Al parecer, le había robado todo el dinero que había logrado colectar el Día de las Madres, una jornada que había sido bastante provechosa para ella. Yo le pregunté cómo le había quitado el dinero.

-          Yo no sé, pero fue ella. Me distraje por un momento y ella parece un fantasma, llega y uno no se da cuenta…

Pensé que la come ratas, para ser el personaje grotesco que me habían descrito, era extremadamente sutil al momento de robar. Traté de indagar un poco más, pero la señora Mily no quiso hablar más de eso. En cambio, me empezó a contar que la come ratas también había sido culpable de su accidente.
Desde que la conozco, ella me ha hablado de un accidente que tuvo hace mucho tiempo. A este infortunio le achaca todos sus dolores actuales. Nunca había indagado mucho sobre el mismo y, las pocas veces que lo hacía, solo recibía respuestas evasivas. Sin embargo, cuando supe que el accidente había tenido una autora intelectual, insistí en el tema. Le pregunté cómo había sido y esto fue lo que me dijo:

-          Yo estaba de este lado de la avenida y ella, la come ratas, estaba del otro lado. Ella me vio cruzando y como que me empujó y entonces la moto me llevó…

Este cuento, como se habrán dado cuenta, no tenía ni pies ni cabeza. Con un amago de empujón uno no tumba a nadie y menos si está al otro lado de una avenida. O la come ratas era una bruja con poderes mágicos, o no había tenido nada que ver en el accidente o… solo existe en la imaginación de la señora Mily.
Les cuento por qué creo esto. Aunque no me considero una experta en el tema, conozco a las personas en situación de calle que deambulan de forma permanente en la zona de la avenida Baralt por donde pide la señora Mily. Al menos en los últimos cinco años no he visto otra mujer aparte de ella. Además, aunque no es imposible sí es improbable que en todos estos años yo no haya visto nunca cerca de mi querida abuelita adoptiva a una mujer que esté tratando de robarla o fastidiarla. Siempre está sola.
Otra razón para creer que la come ratas no existe es que cada vez que trato de indagar sobre sus características, la señora Mily solo puede afirmar que es una mujer horrible que come ratas. Nada más. Si quisiera elaborar un perfil de ella, solo podría decir que es una fémina de edad imprecisa, físico indefinible y de presencia etérea que inspira terror porque cada vez que está cerca algo malo sucede.
Mi teoría es que la señora Mily se inventó a la come ratas para darle cara a la fatalidad, para explicar la desgracia, para poder sentir que su enemiga no es la vida sino una mujer de carne y hueso. Aunque sea horrible y malvada, es más fácil de enfrentar ¿no?
Igual, solo especulo. Prometo seguir investigando para saber si la señora Mily tiene una enemiga de verdad o una imaginación tremendamente poderosa. Y si es esto último, me intriga saber qué papel juegan las ratas como alimento en esta retorcida metáfora.

Joanna Ruiz Méndez

domingo, julio 29, 2012

Mi Gulliver y yo



Cuando lo conocí, ya era mucho más alto que todos. Que los niños. Que las niñas. Incluso era más alto que muchas profesoras. Y no tendría más de diez años.
Nuestro salón no era Lilliput, pero David sí era nuestro Gulliver. Incluso a los que no éramos chiquitos, David nos sacaba una cabeza y medio hombro. Siempre había que mirar hacia arriba para hablarle, incluso cuando estábamos sentados. Desde esa época tengo la impresión que David nunca deja de crecer, ni un solo día, ni un solo minuto. Y un niño con esas características siempre está condenado a un puesto en el salón: el último de la fila.
Fue en octavo grado que David y yo pasamos de ser compañeros a panitas, de esos que se hacen confidencias medio gafas y se echan los cuentos. Él fue mi primer contacto del Messenger y aún recuerdo cuál era el nick que tenía la primera vez que chateamos. Yo que no sabía cómo usarlo, abrí el fulano Messenger casi con miedo, porque no tenía ni idea de los que pasaría una vez que los muñequitos dejaran de bailar. Y lo que pasó fue muy simple: ya estaba conectada y mi único contacto, David, me saludó preguntándome que hacía en Messenger a esa hora. Y una cosa llevó a la otra y nos quedamos hablando como media hora o más.
A partir de noveno grado, David y yo pasamos de panitas a mejores amigos, de esos que se hacen grandes confidencias y de los que apenas se despiden se llaman cuando llegan a la casa para contarse lo que les pasó en el camino. Fue esa la época en que David se sentía un extraterrestre y yo practicaba la telepatía para comunicarme con mi alma gemela que seguro estaba en otro planeta, porque así me lo decía mi intuición melodramática. Con el tiempo descubrimos que él no era extraterrestre y yo no era telépata, tuvimos nuestra primera pelea importante, nos reconciliamos y empezamos a matar el tiempo en las clases mandándonos papelitos, que iban desde asuntos importantes como el futuro hasta temas mundanos como lo aburridos que estábamos en clase.
En cuarto año, tuvimos la oportunidad de hacer juntos la labor social en el Ateneo de Caracas. Entre el ensobre de cientos de invitaciones a famosos y desconocidos, la lectura a escondidas de los guiones de teatro –escondidos porque en teoría debíamos arreglarlos, no leerlos- y la visita a los lugares más sorprendentes de las salas de teatro, cumplíamos las horas con una rapidez casi sospechosa. Por esos días, David y yo aprendimos a simular un largo noviazgo para espantar al mesonero viejo y libidinoso que trabajaba en el café del Ateneo, que se enamoró de mí y me lanzaba horribles directas e indirectas, mientras arreglaba el romance de nuestras otras dos amigas con los dos muchachos que trabajaban con él. Nuestro “noviazgo” fue perfecto, porque nos permitía quedarnos horas hablando en el café sin que yo tuviera que aguantar al mesonero insoportable, al que por alguna extraña razón apodamos Juan Durazno.
Fue aquí, en el mejor momento de nuestra amistad, cuando David y yo tuvimos que afrontar nuestra primera gran separación. La primera de muchas, aunque fue sin duda la más decisiva porque de alguna u otra manera nos marcó para siempre. Fue en ese momento que entendimos –y lo reafirmamos con el tiempo-, que nuestra amistad era verdadera porque podíamos no hablar por días o meses, pero nos volvíamos a ver y sentíamos que habíamos hablado el día anterior. Nuestra amistad era del tipo no-me-importa-cuanto-deje-de-verte-siempre-serás-mi-amigo, que aunque parece mensaje de tarjeta del día de la amistad o un buen nombre para un libro de autoayuda, era totalmente real.
Desde que nos hicimos amigos, mi Gulliver y yo hemos peleado 50 veces más después de la primera vez -y 50 veces nos hemos reconciliado-, tuvimos más de mil conversaciones por Messenger y, ya en los últimos tiempos, un centenar por el chat de Facebook. Desde que nos separamos la primera vez, hemos vivido prácticamente separados todo el tiempo, nos hemos comido aproximadamente 100 sundaes de McDonalds –uno por cada vez que nos hemos visto y siempre de mantecado con chocolate- y hemos convertido a la Nutella en un símbolo de nuestra amistad, desde que una vez él me regalara un frasco enorme, para mi placer absoluto. Nos hemos especializado en el arte de mantenernos más comunicados que antes. Sin telepatía, ni inventos extraterrestres. Por pura voluntad y espíritu de contradicción. Y porque sabemos tanto de nuestras vidas, que es un peligro pelearnos. ¿Qué hace uno solo con tantos años de secretos compartidos?
Y aunque él siga creciendo y yo me sienta cada vez más pequeña cuando lo veo, y aunque no quiera saber de él cada vez que se acerca mi cumpleaños, y aunque tenga suficientes recuerdos de él para el resto de mi vida … siempre es chévere verlo. Por webcam. En vivo y directo. Por foto. Y más rico es hablar con él y sentir que el tiempo no pasa. Y mucho mejor es abrir un frasco de Nutella y saber que él también está allí, escondido y con sabor a chocolate. Porque David, con sus casi dos metros de estatura, cabe en un frasco de Nutella. Yo no sé como lo hace, pero sí cabe. A lo mejor él tenía razón en noveno grado y sí es un extraterrestre. Quién sabe.  

Joanna Ruiz Méndez

viernes, julio 27, 2012

La maravillosa vida breve de Óscar Wao



"Solo la combinación de todo lo que había leído y todo lo que aspiraba a escribir podía acercarse a ese amor"

Cuando compré esta obra, el librero me juró que era divertida y que lo disfrutaría mucho. Le hice caso y me dejé llevar por su consejo y por el Premio Pulitzer 2008 que destacaba en la parte superior de la portada.
No se equivocó en una parte: la disfruté muchísimo. Sin embargo, a pesar de la frescura de su estilo y del humor presente en sus páginas, La maravillosa vida breve de Óscar Wao no es lo que uno puede llamar una obra divertida. La historia es durísima y no hay que saber leer entre líneas para darse cuenta de que a pesar de la gracia de ciertos pasajes, nos están contando una tragedia familiar de proporciones épicas.
El protagonista es Óscar, un joven dominicano criado en Estados Unidos que es gordo-gordísimo, negro, nerd y virgen. Su obsesión por la ciencia ficción y su particular –y pedante- forma de expresarse lo convierten en un eterno bicho raro que casi no tiene amigos y que es un completo desastre con las mujeres. Su infortunio radica, tal como lo explica el mismo autor, en que “pertenece a una comunidad y a una cultura que propiamente no se enloquece por los nerds de color ni por sus intereses”.
Óscar proviene de un entorno familiar bastante particular. Su madre Belicia es una superviviente de tantas tragedias que ha perdido la capacidad de reír, llorar o amar. Lola, su hermana, está enfrascada en una guerra eterna con su mamá y, como ella, ha recibido duros golpes a lo largo de su existencia. El tío Rudolfo ha estado preso, disfruta sin pudor a las prostitutas y es un drogadicto consumado. Su abuela La Inca es una mujer fuerte que a pesar de vivir en Santo Domingo es capaz de ser una presencia constante en el resto de la familia aunque ésta viva en Nueva Jersey.
La historia gira alrededor de estos personajes y también de Yunior –uno de los novios de Lola y amigo de Óscar-, quien comienza la obra contado como alrededor de esta familia se cierne el fukú –una maldición- que es causante de todas sus desgracias. Cierto o no, la familia de Óscar sufre tragedias horrendas desde el tiempo de sus abuelos -causadas en mayor o menor medida por el trujillismo- y él mismo padece múltiples infortunios, principalmente amorosos. 
Si bien la historia de Óscar es la que más debería interesar –a juzgar por el título-, yo me encontré mucho más cautivada por la historia de su familia. La trama del eterno perdedor en busca del amor no me conmovió ni la mitad de lo que me conmovió el drama de las mujeres, heroínas perpetuas que luchaban en contra de su mala suerte con la furia de unas fieras. Y de todas ellas, Belicia se erige como la gran protagonista de esta obra: los sucesos de su vida son tan dramáticos, tan poderosos y están tan bien contados que lo que sucede con el nerd infortunado pasa a un segundo lugar.
La obra está originalmente escrita en inglés; yo la leí en español y según algunas críticas, a pesar de que el trabajo de traducción es excelente, se pierde parte del encanto que tiene en su idioma original. De las temáticas que toca, hay tres que se manejan de forma estupenda: las consecuencias de la intolerancia en cualquiera de sus formas –racial, política o social-, el horror del trujillismo –tan terrible como la peor de las maldiciones- y la eterna inconformidad humana que siempre nos hace querer estar en otro lugar –y que es una de las caras de la emigración-.
La obra es muy recomendable. La breve vida de Óscar con todo su nerdismo y fracasos magnificados no me pareció tan maravillosa pero es una excusa excelente para contarnos una saga familiar que sí logra enganchar y apasionar al lector.

Puede leer un adelanto del primer capítulo aquí: http://es.scribd.com/doc/55433684/La-Maravillosa-Vida-Breve-de-Oscar-Wao


Joanna Ruiz Méndez

miércoles, julio 18, 2012

La caja de los deseos


La caja de los deseos del alemán Günter Grass es, como algunos han clasificado, una autobiografía fantástica. Su trama es muy sencilla: un escritor se apoya en la fotógrafa Mariechen, su gran amiga, para completar las piezas faltantes de las historias que escribe y, de paso, acercarse a sus hijos. Solo basta que le diga ¡Dispara, Mariechen! y ella comienza a tomar fotos con su Agfa-Box. A diferencia de las cámaras normales, la de Mariechen es capaz de captar imágenes del pasado, pero también puede anticipar el futuro y plasmar los deseos de los personas en las fotografías. Según ella, fue una cámara normal hasta que, después de un bombardeo durante la guerra, enloqueció y comenzó a fotografiar lo imposible.  
Las fotos tomadas con la Agfa-Box podían desde mostrar a los ochos hijos comiéndose al padre en plena Edad de Piedra, hasta revelar el trayecto desconocido que tomaba el perrito de la familia cada vez que se perdía. Era capaz de hacer milagros, pero también de fabricar memorias y fantasías.
El lector conoce la relación al escritor y a Mariechen a través de las conversaciones que sostienen durante todo el libro los ochos hijos del escritor -producto de su relación con cuatro mujeres muy distintas entre sí-. Pat, Jorsch, Lara, Taddel, Lena, Nana, Paulchen y Jasper alternan turnos para tomar la palabra y dar su versión sobre la historia de la familia y hacerle reclamos –solapados o evidentes- a su padre.
El Viejo –o papá, papuchi o papaíto, dependiendo del hijo o hija que lo nombre- es un hombre que casi siempre estuvo ausente o aislado y que le dedicó demasiado tiempo a la escritura de sus libros. Mariechen es siniestra, enigmática o generosa dependiendo de quien hable de ella. Su particular forma de ser la convierten en un referente indiscutible en la historia de ésta familia y su cámara es un  puente entre el escritor y sus hijos. Como se dice hacia el final de la novela: “Si ella y su Box no hubieran existido, el padre sabría menos de sus hijos, habría perdido el hilo con demasiada frecuencia, su amor no habría encontrado el camino por la puerta trasera entreabierta -¡por favor, no la cerréis!- y no habría historias del cuarto oscuro, ni siquiera las más retrospectivas, que hasta ahora han sido silenciadas o insinuadas”.
La caja de los deseos forma parte de lo que se espera sea una trilogía que comenzó con Pelando la cebolla. Aunque me gustaría leer esta última, creo que la obra en sí misma nos revela de forma efectiva la vida de este escritor, sus relaciones familiares, obra literaria y pensamiento político. Es una novela que se construye con base en recuerdos agridulces y difíciles, en relaciones dilemáticas, en culpas permanentes y tristezas eternas, pero también sobre experiencias anecdóticas, graciosas y extravagantes. Ésta podría ser, con pocas variantes, la historia de cualquier familia y por esta razón puede resultar dolorosa pero también cercana. 
El elemento poderoso de esta historia es la cámara clarividente. Gracias a este recurso los deseos, las culpas y los recuerdos se presentan como imágenes y metáforas contundentes. El ¡Dispara, Mariechen! es una licencia poética para mostrar el horror y la magia de la vida, de todas las vidas.

Primeras páginas de La caja de los deseos:

http://www.prisaediciones.com/uploads/ficheros/libro/primeras-paginas/200905/primeras-paginas-caja-deseos.pdf


Joanna Ruiz Méndez

domingo, julio 15, 2012

Colonia del Sacramento: pacífica y luminosa

El tercer día de nuestra estadía en Buenos Aires decidimos tomar el Buquebus y visitar Colonia del Sacramento, la linda ciudad uruguaya que actualmente es un remanso de paz pero que en el pasado fue territorio de guerras entre portugueses y españoles. Su estructura y construcciones son pruebas contundentes de la influencia de ambos países europeos y debido a esta mixtura de estilos su casco histórico fue declarado en 1995 como Patrimonio de la Humanidad.   
Las callecitas empedradas del casco historico, las flores generosas que brotan en todas partes y su estilo colonial convierten a esta ciudad es un lugar adorable y pacífico. En autobús y a pie mi familia y yo recorrimos sus principales lugares turísticos: la Calle de los Suspiros, el faro, el Muelle Real de San Carlos, el Portón de Campo y Muralla, el Puerto Comercial, la Plaza 25 de Mayo y la Basílica del Santísimo Sacramento, entre otros. 

Portón de Campo y Muralla
El casco histórico es acogedor y pintoresco


En las calles brotan colorida flores
El casco histórico es Patrimonio de la Humanidad

Basílica del Santísimo Sacramento


El faro es uno de los símbolos de Colonia









Un curioso ajedrez que me conseguí en la calle

La famosa Calle de los Suspiros
En Colonia comprobé algo que siempre he pensado: el ser humano es inconforme por naturaleza. Les explico por qué: yo estaba maravillada por la paz que se respira en esta ciudad y por su atmósfera pacífica y se lo comenté a una chica que atendía una tienda de artesanías:

-          ¡Esta ciudad es tan tranquila!

La muchacha hizo un gesto de fastidio y me respondió:

-          ¡Demasiado!

Después de un rato conversando, ella me empezó a preguntar por Venezuela y después por Caracas. Yo le conté del tráfico infernal, del Metro en las horas pico, del bululú permanente. A ella se le iluminaron los ojos y me dijo:

-          ¡Debe ser tan divertido!

¿Se dan cuenta?
Nuestro recorrido por Colonia me regaló uno de los recuerdos más memorables de este viaje. Mi hermana y yo, desafiando la lluvia que comenzó a caer hacia las ocho de la noche, decidimos acercarnos a la playa para quedarnos un rato allí antes de tomar el transporte que nos llevaría de regreso a la estación de Buquebus. Era verano y el sol no se había ocultado a pesar de que ya era de noche. Hubo un momento en que nos paramos y nos dimos cuenta que no llegaríamos a la playa porque la lluvia había arreciado. Estábamos mojadas y frustradas hasta que levanté la vista y vi que se había formado un arcoíris enorme en el cielo gris.
Se lo dije a mi hermana y ya no nos importó el estar mojadas y friolentas. En Caracas no es fácil ver arcoíris –no sé si porque no es fácil verlos o porque en realidad casi no se forman- y éste nos pareció una visión mágica. Nos tomamos muchísimas fotos y celebramos como niñas ese regalo de despedida que nos daba Colonia. Al volver al transporte, veníamos empapadas pero sonrientes. Felices pues.
Si ustedes, como yo, son buscadores de lugares luminosos, les informo que Colonia del Sacramento es uno de ellos. Es una ciudad que regala historia, flores y paz. Y a mi hermana y a mí, que somos unas suertudas, también nos regaló un arcoirís maravilloso. 

El arco iris con que nos despidió Colonia


Joanna Ruiz Méndez

lunes, julio 02, 2012

Amigos y paladar feliz

Las calles de Buenos Aires están hechas para que uno camine sin prisa y sin rumbo. Sin noción del tiempo. Sin direcciones. Sin conciencia del destino pero atento al recorrido. Caminar y caminar: eso es lo que yo haría si viviera en esa ciudad.
Sin embargo, nuestras apretadas agendas de viajeros que tienen pocos días y muchas ganas de conocer, nos obligaban a preguntar constantemente por direcciones, rutas de autobuses y estaciones de Subte -el Metro porteño-. Siempre obtuvimos una respuesta amable, extensa y precisa de como llegar a cualquier lugar. Incluso, cuando no podíamos disimular la cara de turistas perdidos, se nos acercaban señoras casi siempre mayores que nos preguntaban que estábamos buscando y, cuando les decíamos, se dedicaban a explicarnos con lujo de detalles el camino que debíamos tomar. Esa atención al turista me pareció maravillosa y me demostró que en Buenos Aires un personaje como el señor Soler es una excepción y no la regla.
En pocos días pudimos visitar muchos lugares emblemáticos como Caminito, el acogedor barrio de San Telmo -y su archiconocida Mafalda-, el mercado artesanal de La Recoleta y el Museo de la Pasión Boquense. En este último, pudimos conocer toda la historia de este club de fútbol, recorrer la Bombonera y hasta sentarnos en las gradas de este famoso estadio. Quizás para muchas personas este no sea un paseo obligatorio, pero los amantes del fútbol –aunque no sean fanáticos del Boca- no pueden perdérselo.  

¿Reconocen a estos personajes que me encontré en Caminito?
Un caballito multicolor en Caminito
La adorable Mafalda en San Telmo

La Bombonera

Mercado artesanal en La Recoleta
Museo de la Pasión Boquense






En nuestra estadía en Argentina también pudimos visitar El Tigre y hacer un agradable recorrido por el Delta de Paraná, caminar largamente el bioparque Teimaikèn y conocer San Isidro. En este último lugar visitamos algunos museos y la magnífica Catedral. 


Tuvimos un día soleado en El Tigre
Paseo por el Delta del Paraná
Flamencos rosados en Temaikén

Catedral de San Isidro
Museo Pueyrredón




















A San Isidro fuimos porque nos lo recomendó Julio, un amigo y colega que vive allí y que conocí en México hace dos años. En su casa, sucedió algo muy curioso: sus parientes y los míos se llevaron muy bien desde el primer momento y al cabo de una hora parecíamos amigos de toda la vida. Compartimos historias, vino y unas empanadas divinas que hizo Fernanda, la esposa de Julio. Hay una foto de esa velada memorable en la que parecemos una gran familia. Espero que podamos repetir la experiencia en Venezuela y devolverle las atenciones a estos amigos argentinos que no solo demostraron ser personas super cálidas sino también excelentes anfitriones.  
Las empanadas de esa reunión no fueron las únicas que comimos en nuestra estadía en Buenos Aires. Aunque habíamos acordado que dormir era opcional, no pudimos hacer lo mismo con las comidas: no somos personas frugales. Decidimos que desayunaríamos y cenaríamos en grande, pero resolveríamos los almuerzos con empanadas argentinas. Yo probé las de carne, pollo y choclo y todas me parecieron riquísimas. Nuestro paladar también se deslumbró con las pascualinas –tartas rellenas de espinacas y acelgas-, variados tipos de pasta y el famoso bife de chorizo, un corte de carne suave y deliciosa que se deshace en la boca. También probamos el dulce de leche, los alfajores y el mate, la infusión que tradicionalmente se toma en un recipiente del mismo nombre. Nos gustó tanto que nos trajimos una buena provisión de yerba mate a Venezuela y todavía hoy estamos disfrutando de esta bebida en la casa.
Buenos Aires me regaló muchas historias y momentos memorables, pero no me gustaría alargar esta crónica. Creo que sobra decir que disfruté muchísimo cada uno de los días que pasé en la capital argentina y que no veo la hora de repetir la experiencia. En mi próximo post les hablaré de nuestra escapada a Colonia, la coqueta ciudad uruguaya que me regaló una sensación inmensa de paz y un arcoíris inolvidable. 

Joanna Ruiz Méndez

martes, marzo 06, 2012

Señor Tango: entre la maravilla y la decepción


En la noche de ese largo día en el que visitamos el Cementerio de la Recoleta, la Basílica Nuestra Señora del Pilar, la Floralis Generica y el Parque Thays, nos pusimos nuestras mejores pintas porque íbamos para el show Señor Tango. Ya nos habían comentado que era uno de los espectáculos más famosos de este tipo que existía en Buenos Aires, por lo que fuimos con las expectativas altas. No nos decepcionó.
El local en donde se realiza el show tiene una decoración un tanto kitsch, pero es espacioso y posee un ambiente bastante agradable. De esto me di cuenta al llegar, porque una vez que se apagan las luces y comienza el espectáculo, uno no  tiene tiempo para mirar a su alrededor. La mirada solo puede enfocarse en cada una de las presentaciones maravillosas que se adueñan del escenario y empapan el alma de tango. Inolvidable.







Durante el show bailan parejas y grupos, se escucha tango instrumental y se disfruta de voces femeninas cantando piezas representativas del género, además de la voz melodiosa y potente de Ricardo Soler, creador, director y productor de este espectáculo. En Señor Tango hay espacio para el baile, el canto y el sentimiento. El show emociona y conmueve. Uno termina aplaudiendo maravillado y feliz de haberlo presenciado.

Que mal que mi experiencia haya tenido una nota discordante. ¿El culpable? Ricardo Soler. 

El problema surgió cuando el señor Soler, quien personifica a la perfección el chocante cliché de argentino arrogante, decidió nombrar los países de dónde provenían los asistentes de ese día. Los brasileños conformaban un 80% del auditorio, pero también había chilenos, colombianos y estadounidenses, entre otros. Cuando él señor preguntó si faltaba un país, los menos de diez venezolanos que estábamos allí gritamos en coro: Venezuela. Pareció no escuchar y repitió la pregunta. La misma respuesta en coro: Venezuela. Soler no nombró a Venezuela y siguió adelante con el espectáculo como si nadie hubiera hablado -o gritado, en nuestro caso-.
Cuando éste terminó, les comentamos a algunos mesoneros la omisión. Todos nos habían escuchado y no sabían porque no nos habían nombrado. La cosa no era grave, así que decidimos acercarnos a Soler para contarle la anécdota y de paso comentarle lo mucho que nos había gustado el show.
Soler estaba firmando autógrafos y había una fila de gente esperando obtener la rúbrica de este señor. Sí, hay gente que le pide autógrafos a cualquiera, pero eso sería tema de otro post. Yo le dije en son de broma:

-          Venimos a hacerle un reclamo.

Soler volteó, me miró con rabia y dijo:

-          Yo no soy el buzón de quejas, sino el de las alegrías.

Nos volteó la cara y siguió firmando autógrafos con un rictus desagradable en el rostro. Por su actitud, supe que sí nos había escuchado y que sencillamente no había querido mencionar nuestro país por una razón desconocida. De más está decir que abandonamos inmediatamente el local porque no valía la pena dedicarle más tiempo a este personaje.
Yo no sé si este señor tiene algún problema con los venezolanos, si estaba molesto porque varios chistes durante el espectáculo no habían causado gracia o si es tan increíblemente pedante como para asumir que toda persona que se acerca a él debe alabarlo por inercia. Puede que alguna de éstas hubiera sido la razón de su molestia o quizás todas a la vez. El buen gusto que me dejó el show me lo borró el señor Soler con su actitud agria y arisca que lamentablemente no cuadra con otro estereotipo que también se le adjudica a los argentinos: encantadores. Es lamentable que detrás de espectáculos memorables que nos producen experiencias gratas se encuentren personajes como éste, pero así son las ironías de la vida.
Esta fue una de las pocas anécdotas desagradables de nuestro feliz viaje. Afortunadamente, en Buenos Aires abunda la gente amable y solícita con el turista. Pronto les contaré más ellos, así como sobre otros lugares inolvidables que conocimos.

Joanna Ruiz Méndez

lunes, marzo 05, 2012

Cementerio de la Recoleta: arte e historia


Desde el primer día en Buenos Aires, mi familia y yo entendimos que teníamos que aprovechar el tiempo al máximo. Nos exigimos cumplir con apretadas agendas de viajeros para poder conocer diferentes lugares en el menor tiempo posible. Fue así como en un día visitamos el Cementerio de la Recoleta, la Basílica Nuestra Señora del Pilar, la Floralis Generica, el Parque Thays y el show Señor Tango. Aunque todos los lugares poseen su encanto, hoy me enfocaré en el primero.
El Cementerio de la Recoleta es un espacio que da cabida a construcciones imponentes que son un verdadero homenaje al arte y a la arquitectura. No sé cómo les irá a los otros turistas, pero yo pensé poco en la muerte estando allí. Preferí deleitarme con la belleza de esos mausoleos inmensos y esas estatuas magníficas. Sin embargo, admito que sí logró conmoverme la historia de Liliana Crocciati.
La estatua de Liliana representa a una muchacha delgada de cabello largo que viste su traje de novia. A su lado, se encuentra su perro Sabú. Cuentan los guías que la joven murió durante su luna de miel sepultada por una avalancha de nieve. Tenía veinte años. Confieso que la visión de esa muchacha con su mascota, su muerte temprana y su historia de amor desperdiciado me estrujaron el alma. 



En el Cementerio de la Recoleta descansan muchos personajes ilustres como Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Raúl Ricardo Alfonsín. Sin embargo, el mayor atractivo del lugar -aunque suene algo morboso- es la tumba de Eva Perón, frente a la cual se arma una eterna fila de turistas que quieren fotografiarla. El Cementerio de la Recoleta era un lugar exclusivo para millonarios y personajes de cuna, por lo que un guía turístico nos dijo que la tumba de Evita en aquel lugar representaba una batalla que ella le había ganado a los oligarcas después de muerta, al mejor estilo del Cid Campeador. No sé si él se inventó este símil glorioso, pero no sería raro: el muchacho nos confesó, con orgullo en la voz, que Evita era la mujer más importante en su vida después de su mamá.



Mi única recomendación para visitar el Cementerio de la Recoleta es que se haga con un guía.  No hay duda de que conocer las historias de las personas para las cuales se crearon los imponentes mausoleos y las estatuas magníficas le brindan otra dimensión a este lugar y hacen de esta visita una experiencia mucho más interesante.

Joanna Ruiz Méndez

domingo, marzo 04, 2012

Mi Buenos Aires queridísimo


Las vacaciones decembrinas tenían nombre y apellido desde julio: Buenos Aires. Ya en mis Propósitos para el 2011 había confesado que quería conocer la capital argentina. Quizás era la mezcla de fútbol, tango y bohemia que siempre he relacionado a la ciudad lo que me llamaba a visitarla. El año pasado, finalmente, cumplí mi deseo: Buenos Aires me recibió cálidamente el 19 de diciembre. La encontré tan mágica, tan hermosa y tan imponente como la había imaginado. Y quizás más.
Empezaré por contarles sobre Facón Grande, el hotel que nos acogió por nueve días y que se convirtió en nuestro hogar temporal. Está ubicado en la calle Reconquista y busca ensalzar el espíritu gaucho a través de la decoración. También a través de su nombre, ya que Facón Grande era el apodo de José Font, un gaucho que lideró la lucha por la reivindicaciones de los peones que laboraban en la Patagonia a comienzos de la segunda década del siglo XX.
Las demandas de los peones en aquella época eran bastante sensatas: eliminar el hacinamiento en las viviendas, favorecer a los obreros con familia e hijos y contar con un lavatorio para poder asearse después de la jornada laboral. Hubo una que me llamó particularmente la atención: la solicitud de un botiquín de primeros auxilios en español porque el que tenían venía en inglés. Sin embargo, los patrones no accedieron a cumplir con estas peticiones y movieron sus influencias en los círculos de poder para terminar con esta situación.  
No pasó mucho tiempo antes de que el Gobierno Nacional interviniera para reprimir con fiereza la huelga y fue así como más de 1500 trabajadores fueron asesinados. Facón Grande fue fusilado y se convirtió en un símbolo heroico de esta terrible tragedia.
Facón Grande, el hotel, resultó ser un lugar bastante agradable e interesante por su aspiración reivindicatoria, aunque también hay que destacar el buen servicio y la comida deliciosa que se puede degustar en su restaurante. Además, la ubicación es ideal: se encuentra cerca de la Plaza de Mayo, de la Calle Florida, del Obelisco y de Puerto Madero, así como de otros lugares imperdibles de la ciudad.
Mañana les contaré de otros sitios memorables que tuve la oportunidad de conocer en el Buenos Aires queridísimo que me enamoró en diciembre. 

Crédito: www.hotelfacongrande.com

Joanna Ruiz Méndez