domingo, enero 11, 2009

Monserrate, Bolívar y La Pola

Se sube por funicular o por teleférico. Como una burla a mi miedo a las alturas, ese día el funicular no estaba funcionando. Tocó por teleférico. El ascenso no duró ni tres minutos y ya habíamos llegado a Monserrate, cerro, santuario e imperdible atractivo turístico de Bogotá. De Monserrate impresiona la iglesia, la magnífica visión de Bogota desde el cerro y la historia de la pasión de Cristo contada a través de las esculturas. Un plan típico en este lugar es asistir a misa y luego almorzar en cualquiera de los restaurantes o puestos de comida que hay allí.



Después de Monserrate, el turno le tocó a la Quinta de Bolívar. Lamentamos llegar tarde a la visita guiada porque el guía era excelente. El chico nos ubicó en la época del Libertador mediante la útil y difícil técnica del humor. Nada de cátedra ni nacionalismos trasnochados. Y así como buena fue la charla, admirable es lo bien cuidada que tienen la Quinta. Entre otras sutilezas, nos enteramos que los cepillos dentales eran todo un lujo que sólo se usaban en las ocasiones especiales. Y no por una persona, sino por todos los familiares de una casa. Y si el cepillo era un lujo, bañarse era una práctica excepcional porque se consideraba un desperdicio del agua que tanto costaba traer del río. Además conocimos la historia de José Palacios, el esclavo liberto que acompañó a Bolívar desde que éste era un niño. Era tanta la amistad entre ellos que Bolívar le tenía un cuarto en la Quinta, con cama y algunos enseres personales. Los demás sirvientes dormían en el piso de la cocina o como dijo nuestro guía: “donde les cogiera el sueño”.


Cuarto de José Palacios


Cuarto de Simón Bolívar

Después de salir de la Quinta, hicimos un recorrido por el centro de la ciudad. Caminar por las amplias calles bogotanas es descubrir librerías viejas con libros rarísimos, carretas tiradas por caballos como en la época de la colonia –las famosas zorras- y restaurantes super económicos en dónde el pollo se come con las manos, costumbre colombiana que me pareció muy práctica. Yo además descubrí la estatua de La Pola, como mejor se le conoce a Policarpa Salavarrieta, una heroína colombiana que fue fusilada a los 22 años. Antes de morir, La Pola dijo esta frase contundente que se puede leer en la base de la estatua:
"¡Pueblo indolente! ¡Cuan distinta sería hoy vuestra suerte si conocierais el precio de la libertad!"
Tan certera La Pola. Y tan vigente.


Joanna Ruiz Méndez

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