- Esta risa. Tu risa.
- El latido imperceptible del corazón
- Las ganas de huir
- El miedo
- Un gesto de ternura en la calle
- Una sonrisa que se le escapa a todos
- Una tristeza, dos, miles
- Unas ganas colectivas de conocer el mañana
- El recuerdo de una vida pasada
- El recuerdo de una vida, de esta vida
- Una alegría, dos, miles
- Tus ojos infinitos
- Pensamientos de vida y de muerte
- Imaginar lo imposible
- La nostalgia en los rastros de un perfume
- El concreto
- Las maldiciones sutiles
- Cubrir con un suspiro esta distancia de kilómetros
- Evocar un momento de gloria
- Navegar sin rumbo
- Lo que uno quiere
- Y lo que uno más quiere
- Este universo de pareceres
- La palabra dicha…
- … en el medio de la nada.
Joanna Ruiz Méndez
miércoles, mayo 05, 2010
domingo, mayo 02, 2010
Llanto
Soy de llorar en mi cuarto. Dijo esa frase casi sin pensar, fue una sentencia improvisada. Llorar en el cuarto, como si nadie más lo hiciera. Pero todo adquiría sentido si se cambiaba un poquito la oración: yo sólo lloro en mi cuarto. Así sí.
Llorar en el cuarto tiene para ella el sabor inigualable de un rito secreto. Llora profundamente, sin pensar en nada o pensando en todo. Sin poses. Sin escuchar mira como se le está cayendo el maquillaje, como se le descolocan los rasgos, que debilucha es. Llora sin etiquetas, con un llanto innombrable.
Llora viéndose al espejo, observando su cara sucia de lágrimas. Sus parpados inflamados. Sus ojos, los verdaderos dioses de ese milagro. Su rostro rojo. Las mejillas hinchadas. Que fea es la cara del que llora sin miedo, pero que sabroso es hacerlo. Tan sabroso que, en medio del diluvio, una risa profunda que viene de algún lugar del alma irrumpe en su boca y sacude dientes, lengua, cielo. Es una risa profunda, inmensa. No se puede contener.
Por eso prefiere llorar en su cuarto. Porque después de eso, se seca las lágrimas. Se le escapa el rojo de la cara. La hinchazón de las mejillas y los párpados. Recupera la máscara. La máscara que no llora porque tiene los ojos secos. La máscara que tiene una sonrisa enorme incluida. Con esa máscara sale del cuarto, dispuesta a comerse el mundo. Así sí sale. Así sí.
Joanna Ruiz Méndez
Llorar en el cuarto tiene para ella el sabor inigualable de un rito secreto. Llora profundamente, sin pensar en nada o pensando en todo. Sin poses. Sin escuchar mira como se le está cayendo el maquillaje, como se le descolocan los rasgos, que debilucha es. Llora sin etiquetas, con un llanto innombrable.
Llora viéndose al espejo, observando su cara sucia de lágrimas. Sus parpados inflamados. Sus ojos, los verdaderos dioses de ese milagro. Su rostro rojo. Las mejillas hinchadas. Que fea es la cara del que llora sin miedo, pero que sabroso es hacerlo. Tan sabroso que, en medio del diluvio, una risa profunda que viene de algún lugar del alma irrumpe en su boca y sacude dientes, lengua, cielo. Es una risa profunda, inmensa. No se puede contener.
Por eso prefiere llorar en su cuarto. Porque después de eso, se seca las lágrimas. Se le escapa el rojo de la cara. La hinchazón de las mejillas y los párpados. Recupera la máscara. La máscara que no llora porque tiene los ojos secos. La máscara que tiene una sonrisa enorme incluida. Con esa máscara sale del cuarto, dispuesta a comerse el mundo. Así sí sale. Así sí.
Joanna Ruiz Méndez