miércoles, febrero 18, 2009

Timing

Hoy es un día para contonearse. Para COQUETEAR. Para marcar el paso e imponer el ritmo. Para asumir los riesgos de ser una diosa latina. Porque sí, te gusta el pop rock latino, pero el reggaeton se te mete por los intestinos. Gracias Calle 13, por revelar el secreto. Un peso menos y otro motivo más para menearse con gracia. Para echar una miradita, regalar una sonrisa enorme y batirse la melena. Y convertirse en un verdadero must have. En alguien irresistible.
Que bien que este día coincidió contigo. Con tu look de intelectual cool que le encanta a todas, pero que sólo es para mí. Mi mano se extiende como una curva armoniosa, pero no para marcar distancia: se convierte en un dedo largo y delgado que se posa suavemente en tu boca como la niebla en un sueño. No tiene sentido que hables. Déjame todo a mí, que hoy es mi día. No hay quien me pare, pues. O mejor habla y ponle letras a esta melodía que está en mi cabeza, en mis labios, en mi cuerpo. Haz lo que sea, porque siempre eres divino. Te ves divino. Y yo soy más divina cuando estoy contigo.
Este día es para eso. Para coquetear. Para que yo te marque el paso y tú me sigas el ritmo. Para huir de las certezas. Para que yo sea feliz con lo que tengo. La melodía y la letra. La sensación de encuentro. La completa perfección de este día a tu lado.

Joanna Ruiz Méndez

lunes, febrero 16, 2009

Sobre las elecciones

Tengo muchas teorías sobre el día de ayer. Pero no tengo la inspiración ni las ganas para articular mis ideas: sospecho que cualquier cosa que escriba caerá con todo el peso de un lugar común. Ya lo poco que he leído ha caído en ese saco: sifrinos de oposición diciéndole a otros sifrinos de oposición que son unos sifrinos, chavistas sifrinos que celebran su triunfo contra los sifrinos de la oposición, chavistas felices para no contrariar la inercia de la victoria y opositores abrumados por la sospecha de trampa. Como las musas me tienen abandonada y no quiero repetir lo mil veces repetido, prefiero esperar el momento propicio para un análisis. No será difícil: en estos días, siempre existe la oportunidad de plantear un análisis. De cualquier situación. Y de cualquier persona.
Mientras les dejo esta opinión de Iván Méndez que me parece demasiado oportuna para todo el mundo. Para que nadie se caiga a mentiras. Sustentada por autores que me gustan, lo que es un motivo más para recomendarla. Aquí se las dejo:

http://vacamulticolor.wordpress.com/2009/02/16/aprender-a-leer/

Y como siempre, saque usted sus conclusiones.

Joanna Ruiz Méndez

viernes, febrero 06, 2009

Llueve en enero

Hoy el escrito no es mío, sino de mi amigo Juan Carlos. Fue un trabajo para su taller de crónica y me parece excelente. Y bellísimo. Espero lo disfruten como yo.

La sombra mausoleo me protegía del agua. Era un refugio entre el fuego y el frío; ante la muerte, la música y el llanto. Cruces, ángeles y vírgenes a la sombra del cielo, preguntaron: “¿está lloviendo en enero?”. El mármol y la tierra, desprevenidos, se ahogaron en el rocío. ¡Dios! Los muertos ya se cansaron de tanto riego.
A trece lápidas de distancia, estaba el ritual. Una caja de madera, un muerto, una pelota roja, cien botellas de anís, dos altoparlantes negros y veinte caballos con jinetes (o motos con malandros, pero déjame llamarlos caballos y a ellos, jinetes); y por supuesto, la gente.
La caja de madera arropaba al muerto. El muerto, estaba muerto, además. La pelota roja rebotaba. Los jinetes (o malandros) rodeaban la caja de madera con sus caballos ruidosos. Los altoparlantes negros escupían una elegía salsera. Las botellas de anís, besaban la boca de los jinetes y de la gente que lloraba sin darse cuenta que llovía en enero.
Al muerto que le va importar si llueve o no; ya lo dije, había muerto. Quizá le hubiese importado hace 27 horas, antes que el plomo devorara sus sesos ¿O alguien cree que puede razonar teniendo cabeza de plomo?
Y los jinetes con sus caballos (y algunos sin estos), sacaron de las cinturas, sus instrumentos de fuego para acompañar el coro del réquiem. Tocaron su melodía de luces y percusiones que devoran la carne, los huesos, los sesos. No era la novena de Beethoven, pero ellos no lo hubieran notado tampoco. Así como no notaron el reclamo de los destellos y explosiones que gritaban al cielo: “¡Coño, por qué está lloviendo en enero!”.
En pleno concierto, uno de los intérpretes en disonancia, tocó unos de los destellos ascendentes. Fue un pecado tremendo. Recuerdo que de niño me decían que no tocara la luz de la bengala; ya entendí porqué. El hombre tuvo que enrojecer su camisa, por envolver su mano. Su cara no ocultaba el ardor (o el dolor, no sé). Así que abandonó la ceremonia en la parte trasera del caballo, mientras gritaba desesperadamente a su jinete: “¡Dale mamagüevo!”. No sé que me sorprendió más: si su estupidez; la gracia que me causó una tragedia ajena o, la lluvia del último sábado de enero.
Llegó el momento de sembrar la caja. La melodía ya cesó. Los lamentos subieron el volumen. El anís se derramaba sobre las flores y la ventana del elogiado (he escuchado de peas del más allá, pero esta gente busca algo más literal). El hombre de la túnica morada mandó a callar, al tiempo que dos mujeres decían entre sí: “puta, puta, es tu culpa”. Así se fue escondiendo poco a poco la madera en la tierra, hasta ser arropada con el cemento.
Terminó el acto, el tumulto, el ruido, los destellos, los insultos y ahora las lágrimas corrían por los cristos, los ángeles y las vírgenes. No eran por el muerto, era la lluvia en pleno enero.

Juan Carlos Mora

jueves, febrero 05, 2009

Esa niña sexy

Yo tenía el cabello cortico. El flequillo, que siempre me crecía demasiado rápido, me llegaba un poquito a los ojos. Y era flaca, flaquísima. Usaba camisa roja, braga para el diario y mono los días que me tocaba educación física. Ya había superado la etapa de mi-mamá-me-mima, pero aún sentía nostalgia cuando mi mamá me dejaba sola en el colegio y no me podía mimar. Me reía sin uno o dos dientes y creía que los niños de kinder eran unos bebés. Claro, yo estaba en preparatorio y tenía cuatros años completicos.
Él era un niño moreno y también era flaco, flaquísimo. Tenía cara de gárgola y cuando se reía era una gárgola burlona a la que también le faltaban dientes. Era tranquilo como un viejito que ya no espera nada de la vida. Si mi memoria no me falla, él se llamaba Kelvin y se sentaba a mi lado en la mesita que me asignaron en el salón de preparatorio. Y era mayor que yo: tenía cinco años. Completicos también.
Un día, amasando la plastilina para darle una forma decente, Kelvin comenzó a lanzarme puntas. Sí, Kelvin, el niño-gárgola, me empezó a caer pero durísimo. Se beneficiaba de su posición estratégica y no le importaba que otros niños compartieran con nosotros la mesita. Yo al principio me puse del color de mi camisa. Pero después, halagada y envalentonada por mi levante, decidí hacer algo completamente insólito. Creo que aproveché porque ese día había tocado educación física y tenía el mono: nada de braga que me impidiera ejecutar mi plan. Preparando el terreno dije como por casualidad:
- Hace demasiado calor.
Y me quité la camisa. La camisita roja talla 6, terminó en una de mis manitas manchadas de plastilina. Claro, no fue un striptease completo. Debajo de la camisa tenía una camiseta rosada. Pero eso fue suficiente: la cara de Kelvin fue un verdadero poema de ojos y boca abiertos y respiración entrecortada. Me miró como si yo fuera el último juego de Nintendo que había salido al mercado. El robot más sofisticado. El carrito más caro de la tienda. Yo, la niña deseada, estaba allí sin camisa. Era demasiado.
No sé porque la profesora no me dijo nada. El punto es que yo misma decidí colocarme la camisa al rato de haber ejecutado mi acto de exhibicionismo. Pero como todo acto arriesgado, este tuvo sus consecuencias. Dos minutos después de ponerme la camisa, Kelvin logró superar su asombro y sin más ni más, me zampó un beso en el cachete. La niñita que estaba a mi lado soltó el típico “eeeesooo” y yo hice que me puse brava. Y me puse brava un poquito, porque Kelvin no me gustaba para nada. Pero por otra parte yo, con mi cabello cortico, mi flequillo demasiado largo y flaquísima como era, me había atrevido a ser una niña sexy. Y ya no sólo le gustaba al niño-gargola: con mis artimañas, logré conquistarlo definitivamente.

Joanna Ruiz Méndez