Era un cuaderno rosado, casi fucsia, con un oso super tierno en la portada. Arriba del oso se leía la frase “Little Friends”, que me sirvió de nick alguna vez en el messenger. El cuaderno en sí no tenía nada de especial, pero pasó a formar parte importante de mi historia personal por haber sido mi primer, y hasta ahora único, cuaderno de poemas.
No sé como lo hice oficial, sólo sé que ya estaba cansada de hacer poemas en la parte de atrás de mi cuaderno del colegio, en las tapas que separaban las materias y en las circulares que mandaban y que nunca le entregué a mi mamá. En uno de esos arrebatos de disciplina y orden que a veces me entran, decidí que organizaría todos los poemas en un solo lugar. Y ahí fue que entró el cuaderno en escena. Creo que lo agarré porque era el único nuevo que había en mi casa y me gustaba el cuento de que era rosado, decía Little Friends y tenía un oso.
Sé que en la primera página le coloqué una dedicatoria e, inspirada por Neruda, no le colocaba nombres a los poemas sino los enumeraba. Así fue como yo también tuve mi propio poema 20, que probablemente también hablaba de amor. Porque a los quince años, casi todos mis poemas eran de amor.
Algunos eran terriblemente empalagosos. Otros eran un claro ejercicio de rima en que siempre se alternaban pasión, canción y corazón. La calidad del resto se me antoja que no era del todo mala. Y todos, absolutamente todos, tenían su público: mis amigos o los compañeros que se sentaban a mi lado, terminaban leyendo el cuaderno rosado. A todos les encantaba, les movía una fibra o los ponía a pensar. Y esto no tenía nada que ver con la buena o mala calidad de los poemas. La explicación era más simple: también ellos tenían quince años.
En mi cuaderno vieron luz los amores lejanos, cercanos, posibles o platónicos. El amor recién descubierto y el amor que termina mal. El amor del futuro, el que se supone perfecto porque aún no hemos vivido lo suficiente para descartar esa idea: la perfección. El amor imaginario. El amor, en cualquier forma. Las pocas veces en que no era el amor el motivo, cualquier excusa era buena para hacer un poema: un atardecer, sentirme sola, estar muy triste o muy feliz. La adolescencia es una época milagrosamente fértil, donde todo sentimiento es a la vez una idea y todo pensamiento una posibilidad.
Un día abandoné el cuaderno rosado porque la disciplina poética se me había agotado misteriosamente. Me cansé de rimar la realidad. De buscar la palabra exacta, porque la poesía no entiende de sinónimos. De encapsular secretos de juventud en forma de verso. No sé donde está el cuaderno, pero seguro está guardado en algún lugar de mi casa protegiendo del paso del tiempo mi adolescencia edulcorada, dramática y a pesar de eso, infinitamente honesta.
Espero que en algún momento vuelva a escribir poemas como lo hacía entonces, más allá de un esporádico taller o una inspiración momentánea. Por supuesto, serán muy diferentes a aquellos poemas adolescentes que escribí en la plenitud de los quince años. Porque como dijo el hombre que me inspiró a enumerar mis poemas: "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos".
Joanna Ruiz Méndez
No sé como lo hice oficial, sólo sé que ya estaba cansada de hacer poemas en la parte de atrás de mi cuaderno del colegio, en las tapas que separaban las materias y en las circulares que mandaban y que nunca le entregué a mi mamá. En uno de esos arrebatos de disciplina y orden que a veces me entran, decidí que organizaría todos los poemas en un solo lugar. Y ahí fue que entró el cuaderno en escena. Creo que lo agarré porque era el único nuevo que había en mi casa y me gustaba el cuento de que era rosado, decía Little Friends y tenía un oso.
Sé que en la primera página le coloqué una dedicatoria e, inspirada por Neruda, no le colocaba nombres a los poemas sino los enumeraba. Así fue como yo también tuve mi propio poema 20, que probablemente también hablaba de amor. Porque a los quince años, casi todos mis poemas eran de amor.
Algunos eran terriblemente empalagosos. Otros eran un claro ejercicio de rima en que siempre se alternaban pasión, canción y corazón. La calidad del resto se me antoja que no era del todo mala. Y todos, absolutamente todos, tenían su público: mis amigos o los compañeros que se sentaban a mi lado, terminaban leyendo el cuaderno rosado. A todos les encantaba, les movía una fibra o los ponía a pensar. Y esto no tenía nada que ver con la buena o mala calidad de los poemas. La explicación era más simple: también ellos tenían quince años.
En mi cuaderno vieron luz los amores lejanos, cercanos, posibles o platónicos. El amor recién descubierto y el amor que termina mal. El amor del futuro, el que se supone perfecto porque aún no hemos vivido lo suficiente para descartar esa idea: la perfección. El amor imaginario. El amor, en cualquier forma. Las pocas veces en que no era el amor el motivo, cualquier excusa era buena para hacer un poema: un atardecer, sentirme sola, estar muy triste o muy feliz. La adolescencia es una época milagrosamente fértil, donde todo sentimiento es a la vez una idea y todo pensamiento una posibilidad.
Un día abandoné el cuaderno rosado porque la disciplina poética se me había agotado misteriosamente. Me cansé de rimar la realidad. De buscar la palabra exacta, porque la poesía no entiende de sinónimos. De encapsular secretos de juventud en forma de verso. No sé donde está el cuaderno, pero seguro está guardado en algún lugar de mi casa protegiendo del paso del tiempo mi adolescencia edulcorada, dramática y a pesar de eso, infinitamente honesta.
Espero que en algún momento vuelva a escribir poemas como lo hacía entonces, más allá de un esporádico taller o una inspiración momentánea. Por supuesto, serán muy diferentes a aquellos poemas adolescentes que escribí en la plenitud de los quince años. Porque como dijo el hombre que me inspiró a enumerar mis poemas: "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos".
Joanna Ruiz Méndez
Digno de ser leido, disfrutado o simlemente hojeado. El cuaderno rosado fue motivo de alegria, sentimentalismos, emociones a flor de piel y sobre todo un encuentro con una poesia naciente, inocente y capaz de llegar lejos.
ResponderEliminarAtentamente: Lector del Cuaderno Rosado.
Neruda es lo máximo!
ResponderEliminarDeberíamos intercambiar poemas algún día...yo también tengo tiempo que no escribo, desde el taller.
David: Tu eras uno de los más fieles lectores del cuaderno junto con Pache. Prometo buscarlo para leerlo cuando me visiten y así recordamos viejos tiempos ;)
ResponderEliminarAndrés: No podías decirlo mejor: Neruda es lo máximo. Dale, un día te llevo el cuaderno rosado y tu me dejas leer (por fin!) lo que hiciste en el taller.
Yo fui lectora fiel de ese cuaderno, fue tambien parte de mi adolescencia y muchas veces me identifique con cada poema, con cada tipo de amor que joa señala jejeje definitivamente esa es la mejor época que puede vivir cualquier persona (los tiernos 15) :)... Compartiamos sentimientos adolescentisticos y era muy bonito! Amo ese cuaderno rosado!!! es una obra Recomendable ;)
ResponderEliminarGracias Pache! Tu eras la otra lectora fiel :) prometo buscarlo, hay que releer el cuaderno rosado, así sea para recordar los tiernos 15, como dices tú.
ResponderEliminarUn abrazo
Joa