Sobre un hecho real
Estás allí como dormido, sobre el piso de la calle, separando una avenida en dos perfectas mitades. Los hombres que te rodean tienen dos cualidades evidentes: están uniformados y son completamente desconocidos para ti. ¿O los habías visto antes? Tal vez no y ellos tampoco te habían visto. Pero ahora te ven, y te ven los que pasan en sus carros, y te ven los que cruzan la calle y te ve el que se asoma por la ventana en aquel edificio bajito. Hoy, y sólo por hoy, eres el centro de atención.
Tienes la misma postura desde hace horas. No la vas a cambiar hasta que alguien decida moverte. Van a levantar tu cuerpo, como se dice oficialmente. La sábana blanca te cubre casi por completo, pero deja descubiertos tu delgadísimo brazo izquierdo y tu pierna derecha vestida con un pantalón negro, demasiado viejo y demasiado roto. La sabana tampoco logra cubrir completamente un bulto que está a tu lado, de esos que usan los niños para ir al colegio. Aunque también es negro, como el pantalón, su uniformidad azabache se rompe por la presencia de unos superhéroes dibujados en colores vivos. Tu bulto reposa junto a tu cuerpo y ambos parecen igual de vacíos. Pero a diferencia de él, tú nunca tuviste héroes.
Tu cuerpo rompe la rutina cotidiana de miles que pasan por esas mismas calles todos los días. Eres un placer morboso para la mayoría. Una obligación y un deber para los uniformados. Eres una secuencia de segundos, minutos y horas que constituyeron una vida sin gloria. Y sobre el asfalto, tu mano gris de tanto sucio y de tanto olvido, por fin descansa inerte. Ya no se extiende para esperar dinero, no escarba en basureros, no consuela a tu estómago atormentado por el hambre y dolores antiguos. Tu mano gris de dedos finos se explaya placidamente en medio de ese sueño hermoso para ti, ese mismo que otros insisten en llamar muerte…
Joanna Ruiz Méndez
Tienes la misma postura desde hace horas. No la vas a cambiar hasta que alguien decida moverte. Van a levantar tu cuerpo, como se dice oficialmente. La sábana blanca te cubre casi por completo, pero deja descubiertos tu delgadísimo brazo izquierdo y tu pierna derecha vestida con un pantalón negro, demasiado viejo y demasiado roto. La sabana tampoco logra cubrir completamente un bulto que está a tu lado, de esos que usan los niños para ir al colegio. Aunque también es negro, como el pantalón, su uniformidad azabache se rompe por la presencia de unos superhéroes dibujados en colores vivos. Tu bulto reposa junto a tu cuerpo y ambos parecen igual de vacíos. Pero a diferencia de él, tú nunca tuviste héroes.
Tu cuerpo rompe la rutina cotidiana de miles que pasan por esas mismas calles todos los días. Eres un placer morboso para la mayoría. Una obligación y un deber para los uniformados. Eres una secuencia de segundos, minutos y horas que constituyeron una vida sin gloria. Y sobre el asfalto, tu mano gris de tanto sucio y de tanto olvido, por fin descansa inerte. Ya no se extiende para esperar dinero, no escarba en basureros, no consuela a tu estómago atormentado por el hambre y dolores antiguos. Tu mano gris de dedos finos se explaya placidamente en medio de ese sueño hermoso para ti, ese mismo que otros insisten en llamar muerte…
Joanna Ruiz Méndez