Resulta que la señora Mily y yo seguimos siendo amigas. Cada vez que
nos vemos, nos saludamos, nos ponemos al día, yo le dejo un billetico en la
mano –ojalá mis finanzas dieran para un billete grande- y ella siempre me
quiere dar sus monedas a cambio. Solo pocas veces me dice: “te lo acepto mija,
porque la cosa ha estado dura”. Y a mí se me estruja el corazón, pero igual le
sonrío y ella me sonríe y nos despedimos siempre con un hasta luego.
Sin embargo, no todo siempre termina así. Algunas veces, la
conversación se alarga y la señora Mily me habla de una mujer que, por su
descripción, deambula vagabunda por la avenida Baralt. Cada vez que la menciona
la cara se le tensa, el gesto se le agria y la voz se le vuelve despectiva. La
apoda la come ratas.
-
Ella come ratas cuando no tiene
más nada que comer. Y también me roba el dinero cuando estoy distraída. Es una
mujer horrible, ojalá no te la consigas por allí.
La primera vez que me la mencionó, me conmoví. Yo podía entender su
antipatía –especialmente si esta mujer le robaba el dinero-, pero me parecía
que alguien que comía ratas debía estar en una situación de vida muy miserable.
Me dio tristeza, pero no le dije nada a mi abuelita adoptiva porque era
evidente que la detestaba.
Un día, la señora Mily se estaba quejando por enésima vez de la come
ratas. Al parecer, le había robado todo el dinero que había logrado colectar el
Día de las Madres, una jornada que había sido bastante provechosa para ella. Yo
le pregunté cómo le había quitado el dinero.
-
Yo no sé, pero fue ella. Me
distraje por un momento y ella parece un fantasma, llega y uno no se da cuenta…
Pensé que la come ratas, para ser el personaje grotesco que me
habían descrito, era extremadamente sutil al momento de robar. Traté de indagar
un poco más, pero la señora Mily no quiso hablar más de eso. En cambio, me
empezó a contar que la come ratas también había sido culpable de su accidente.
Desde que la conozco, ella me ha hablado de un accidente que tuvo
hace mucho tiempo. A este infortunio le achaca todos sus dolores actuales.
Nunca había indagado mucho sobre el mismo y, las pocas veces que lo hacía, solo
recibía respuestas evasivas. Sin embargo, cuando supe que el accidente había
tenido una autora intelectual, insistí en el tema. Le pregunté cómo había sido
y esto fue lo que me dijo:
-
Yo estaba de este lado de la avenida
y ella, la come ratas, estaba del otro lado. Ella me vio cruzando y como que me
empujó y entonces la moto me llevó…
Este cuento, como se habrán dado cuenta, no tenía ni pies ni cabeza.
Con un amago de empujón uno no tumba a nadie y menos si está al otro lado de
una avenida. O la come ratas era una bruja con poderes mágicos, o no había
tenido nada que ver en el accidente o… solo existe en la imaginación de la
señora Mily.
Les cuento por qué creo esto. Aunque no me considero una experta en
el tema, conozco a las personas en situación de calle que deambulan de forma
permanente en la zona de la avenida Baralt por donde pide la señora Mily. Al
menos en los últimos cinco años no he visto otra mujer aparte de ella. Además, aunque no es imposible sí es improbable que en todos estos años
yo no haya visto nunca cerca de mi querida abuelita adoptiva a una mujer que
esté tratando de robarla o fastidiarla. Siempre está sola.
Otra razón para creer que la come ratas no existe es que cada vez
que trato de indagar sobre sus características, la señora Mily solo puede
afirmar que es una mujer horrible que come ratas. Nada más. Si quisiera
elaborar un perfil de ella, solo podría decir que es una fémina de edad imprecisa,
físico indefinible y de presencia etérea que inspira terror porque cada vez que
está cerca algo malo sucede.
Mi teoría es que la señora Mily se inventó a la come ratas para
darle cara a la fatalidad, para explicar la desgracia, para poder sentir que su
enemiga no es la vida sino una mujer de carne y hueso. Aunque sea horrible y
malvada, es más fácil de enfrentar ¿no?
Igual, solo especulo. Prometo seguir investigando para saber si la
señora Mily tiene una enemiga de verdad o una imaginación tremendamente
poderosa. Y si es esto último, me intriga saber qué papel juegan las ratas como
alimento en esta retorcida metáfora.
Joanna Ruiz Méndez