Manía: No me he curado de esta amarga manía de escribir de noche. Las ojeras me llegan al piso, se me han asomado las primeras líneas de expresión y parezco siempre dispuesta echarme a un sueñito. Duermo mal, malísimo y sólo así puedo escribir. No hay forma de hacerlo acompañada del sol. Ni modo.
Sonrisa: Practícala. Que no sea una sonrisa cualquiera. Es una sonrisa dirigida a unos ojos brillantes. Son brillantes, no azules, ni verdes, ni castaños. Son brillantes. La idea es que después de esa sonrisa los ojos brillen más que antes, el corazón se acelere y la vida se detenga por uno, dos, tres segundos. O por una eternidad.
Psicodelia: Siempre me ha gustado esta palabra. Psicodelia. La locura pactada entre todos los colores. Un delfín que florece en medio del mar. Una máscara de risa fingida pero hermosa. Un poema con melodía incluida o una canción que se regala con varias dedicatorias. Es así, psicodelia, un perfume de olor indefinible.
Contraste: Un cielo. Un cielo azul, morado y naranja. Un cielo envuelto en las llamas suaves de un atardecer tranquilo. Parece mentira la gente en la calle, las cornetas de los carros, la violencia latente. Parece mentira la ciudad que casi siempre está vestida de caos, esta ciudad que no combina con ese cielo perfecto. Ese cielo que es la esperanza multicolor de un futuro promisorio. Una esperanza que se extingue irremediablemente al anochecer.
Soledad: Como se tuvo que haber sentido la primera estrella que nació en el cielo…
Viajar: Para dejar un poquito del alma en cada esquina del mundo. También para traer retazos de otra geografía y hacerse una colcha de recuerdos, de vivencias luminosas, de camino recorrido. Hay que arroparse con ella en las noches de rutina. Y después, soñar.
Joanna Ruiz Méndez